Diario de León

Afganistán, un narcoestado del opio

Publicado por
Ricardo Magaz, profesor de fenomenología criminal de Uned y escritor
León

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Afganistán ha sido siempre un avispero trágico. Su situación geográfica, su estructura tribal y su pasado definen el territorio. Desde Alejandro Magno a, miles de años después, los ingleses, los soviéticos y ahora los americanos, todos se han estrellado contra una realidad irrefutable: la endiablada idiosincrasia del país.

En esta naturaleza afgana coexisten factores que se repiten pese al paso de los tiempos. Uno de esos elementos valiosísimos es el opio, cuyo uso humano se remonta a la Edad de Piedra.

El opio es una de las drogas más potentes y adictivas de todo el planeta. Se extrae de la savia exudada de las capsulas de la adormidera —Papaver somniferum—, llamada también amapola real. A partir de ahí se sintetizan otros derivados como la codeína, la morfina y la heroína o «caballo», posiblemente la droga más devastadora de la historia de la humanidad.

Afganistán produce el 90 por ciento del opio en el mundo. La Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (UNODC) estima en 328 mil hectáreas el cultivo de adormidera, con unos resultados de 6.300 toneladas el año pasado. Las labores del opio generan casi 600.000 empleos en el país asiático, ahora gobernado por los talibán, después del «sálvese el que pueda» de Occidente. Para hacernos una idea, los campos de opio ocupan una superficie 40 veces la de Barcelona. A Afganistán le sigue en producción Myanmar y México, a bastante distancia.

Una curiosidad desconocida, que no me resisto a dejar de reseñar, es el hecho de que España se encuentra en el grupo de cabeza de mayores productores del mundo de opio… legal. En efecto. 14.000 hectáreas se destinan a la cosecha de la Papaver somniferum. Plantaciones de adormidera autorizadas y controladas por la Agencia Española de Medicamentos para fines farmacológicos, gestionadas por la sociedad concesionaria Alaliber, se asientan en Castilla y León (134 fincas), La Rioja, País Vasco y Castilla-La Mancha. En la lista también están Australia, India, Francia y Turquía. La producción legal de opio es de unas 400 toneladas por año, aunque varía de acuerdo a las reservas.

Volviendo a Afganistán, desde las guerras del opio anglo-chinas en 1839, la adormidera es un verdadero «opio del pueblo» al que los agricultores recurren para no morir de hambre en un hábitat desheredado, empobrecido y siempre hostil. Después de la «industria» de la guerra, el opio es su mayor negocio. Los jefes tribales, los «señores de la guerra», los funcionarios corruptos —casi todos— y ahora los talibán tienen otro botín al alcance de las manos. La producción opiácea batió récords en 2020 con la pandemia.

Durante el anterior yugo talibán al frente del país, los islamistas anunciaron la restricción de los campos de adormidera pero, era evidente, se trataba de una martingala de cara a la comunidad internacional, como ahora lo es la promesa de un «gobierno inclusivo» y sin represalias. El negocio del opio representa una parte gigantesca de su PIB y los talibanes lo saben. Y como lo conocen, lo utilizan para financiar sus estragos.

Pongamos las cifras encima de la mesa. El kilo de heroína —opio sintetizado en laboratorio— se cotiza en Europa y Norteamérica en torno a 30.000 euros, dependiendo de la pureza. Ese kilo, convenientemente adulterado y multiplicado como los panes y los peces, alcanza de pronto 120.000 euros en la venta minorista a través de los diferentes peldaños y manos por las que pasa. Así, la tonelada al menudeo rebasa los 50.000.000 de euros, siempre hablando del precio final despachado en las calles, muy parecido al de la cocaína, aunque un poco más bajo en los últimos tiempos.

Afganistán es desde hace siglos un narcoestado y así seguirá con el régimen talibán. Sin duda. Los islamistas harán gestos de desaprobación de cara a la galería pero a continuación pondrán en el mercado las 328 mil hectáreas de cultivo de opio que miman con perseverancia los agricultores en sus campos. Les va la vida… y la economía en ello. El fanatismo justifica los medios.

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