Diario de León
Publicado por
Aurora Diez, psicoorientadora experta en pedagogía sistémica y expansión de conciencia
León

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De niña, escuché un dicho popular que, sobre todo, advertía a los incrédulos. Es el siguiente: «Algo tendrá el agua cuando la bendicen».

En esta expresión se invita a un mirar más profundo, de un modo indirecto. Yo sentí esa invitación a profundizar en el desierto.

¿Qué aporta el desierto?

Al llegar al desierto, nos damos cuenta que, para acceder al agua, debemos llegar a niveles muy profundos y, por similitud, nos invita a profundizar, para conectar con el agua interna, en nosotros

Juan, el Bautista, se retiró al desierto, necesitaba desprenderse de todo lo accesorio. El desierto hizo posible que, sin distracciones, centrado en su conexión con la fuente, pudiera ascender a la conciencia cristalina, que aclaró su misión, su lugar y le potenció para discernir la apariencia de lo real. Un nuevo nacimiento.

A partir de ese nacimiento, pudo responder: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: Allanad el camino del Señor». Predicar y bautizar también fue fruto del conocimiento de su misión. Abrir el campo a la manifestación de la Luz y el Amor.

Debería ser suficiente esta experiencia del precursor para darnos cuenta que en todo camino es necesario pasar por el desierto, pero el amado Jesús también se retiró al desierto, antes de empezar lo que se ha llamado su vida pública. Su manifestación como la luz del mundo, como encarnación del amor incondicional y como el expansor de las semillas crísticas. Si Él, que es Camino, nos muestra el proceso, fácil es nuestra decisión: tomar el desierto como el medio que nos permite acrisolar nuestro diamante para que la luz recobre sus derechos.

El desierto es el medio que nos conecta con la nada, donde puede surgir todo. El medio que nos lleva a nuestra primigenia memoria, imprinting de cómo surgió la materia. Luego nos transporta al Origen.

En ese estado de vaciedad, el agua abundante de la vida, cual potente cascada, limpia, regenera y vitaliza todo nuestro cuerpo y le prepara para ser auténtico templo y lo podemos vivir como expansión del ser.

Podemos concluir que el agua del desierto nos libera de lo que no somos y nos acompaña a soltar el polvo y otros restos del proceso de caminar.

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