Diario de León

Nicolás Barré, maestro de maestros

Publicado por
Manuel Diéguez Ramírez, licenciado en Filosofía, profesor jubilado
León

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Tengo para mí que la espiritualidad es la dimensión que vertebra el sentido y visión (teoría) del mundo en Nicolás Barré*, un hombre de natural místico y profundamente incardinado en su tiempo. Una firme experiencia vital de enraizamiento en Dios daba cumplida razón de su fino olfato para leer los signos de los tiempos y así desplegar una intensa actividad pastoral lejos de la especulación estéril, el pragmatismo desmesurado o un activismo sin fundamento tan ponderado hoy en más de un foro.

No fue Nicolás Barré —¡ni él ni nadie!— el desconcertante innovador, genio y revolucionario pedagógico que en pleno siglo XVII vino con la exclusiva de ponerlo todo ‘patas arriba’ y cada punto en su ‘i’ para decirle al mundo educativo que, prácticamente, diese media vuelta... Lo que no vale para Einstein, Galileo, Francisco de Asís o el mismísimo Jesús de Nazaret tampoco es apropiado para Nicolás Barré, pero él, como tantos otros sabios y santos de la Historia, apostó por la más certera opción pedagógica del momento, él mismo la impulsó y nos dejó su impronta.

La preocupación de la Iglesia por la instrucción y formación de jóvenes, o adultos, unida a su propia renovación, fue capítulo harto significado en Trento, siglo XVI, tajo al que se aplicaron de inmediato José de Calasanz, Astete o Ripalda. En la Francia del siguiente siglo el interés por la educación de los más necesitados fue empeño y celo prioritario de Nicolás Barré y otros hombres y mujeres de Iglesia, todos gente de bien. Pero lo que en principio sorprende, a cualquiera que rebusque a fondo sobre una Historia de la Pedagogía Moderna , es la extraordinaria aportación de Nicolás Barré y lo oculto que este santo ha permanecido, muy lejos del cartel y, merecidos, créditos de un Vicente Paul, Juan Bautista de La Salle, Juan Bosco o el mentado José de Calasanz.

Seguramente él, Nicolás Barré, desde lo alto mire, sonría y piense en aquellas palabras del Eclesiastés: «¡Vanidad de vanidades, todo vanidad...!». Pues, en efecto, en este teatro del mundo anduvo él, ¡y sigue!, más entre bastidores que por los altares, pero, una vez descubierto en su rincón, resulta impresionante cuánto ha sumado al quehacer educativo e instrucción de quienes más lo necesitan, no sólo por lo que dijo o hizo sino por el modo de hacer y así sorprende que, en su tiempo, alguien con aquella confianza y abandono en las manos de Dios encomiende la formación de niños y jóvenes sobre todo a mujeres más que a hombres, con los que, paradójicamente, su proyecto no cuajó, episodio este motivo de una reflexión aparte...

Congregaciones femeninas con un proyecto educativo había y hubo, pero eran eso, religiosas con votos e incluso clausura, por contraste él, místico por naturaleza, se cuida mucho de que las maestras a las que asiste y orienta no tengan votos y mucho menos clausura, lo que no era, ¡ni es!, merma alguna para la intensidad de la oración y experiencia de Dios, alimento y razón de eficiencia, de eficacia en la entrega y compromiso de encarnación.

No improvisaba Nicolás Barré en lo que transmitía a sus maestras pues, después de aquella su particular Noche Oscura y anonadamiento que vivió durante el tiempo de recuperación en Amiens, experimentó definitivamente a Dios como el Centro y el Todo, su Providencia. En las clases de Filosofía, de Teología, en sus consejos y cartas a unos u otros parece que está viendo en directo las verdades de las que habla, tanto divinas como humanas, cuya racionalización para la docencia no era tanto un proceso demostrativo previo cuanto fruto y exteriorización de vivencias donde el ejemplo y la anécdota valen tanto como un silogismo, de ahí su éxito como profesor, su poder de convicción y el atractivo como orientador de los más descarriados.

Efectivamente, en absoluto improvisaba el P. Barré cuando les decía a sus maestras que huyesen de un vocabulario altisonante, de largos discursos y el lastre de la vanagloria, muy al contrario, en sus escuelas hay orden, organización meticulosa, fluidez y disciplina. Se lleva control de asistencia, hay tutoría con las familias, en clase se ayudan y cooperan unos con otros y la sencillez rige todo el proceso en donde la plasticidad de ejemplos, esquemas, mapas y otros materiales contrastaba con el modelo al uso en el que un maestro escuchaba por orden los latines que le iban dando alumno por alumno, mientras los demás esperaban días su turno haciendo en el aula de todo y poco bueno.

Para maestros y escuelas de hoy en las que se cuida la estimulación, el desarrollo de la persona entera, su inteligencia —o inteligencias, que dicen...— y su corazón, resulta revelador que, si no todo, casi todo lo encontramos ya en los consejos y recomendaciones de Nicolás Barré. Supo leer con el corazón el clamor y la necesidad gozne de una sociedad deprimida y deprimente ofertando una respuesta certera; para ello no era prioritario el material, el método, los horarios, el uso de la lengua materna frente al caduco latín ni cuanto completa el capítulo de recursos en una escuela o cualquier proyecto educativo, lo más importante para Nicolás Barré eran las personas, sus maestras y los niños, a los que era urgente sacar de la miseria y la ignorancia, para lo que no hace distinción de raza, credo, origen o condición social. Las maestras de Nicolás Barré deben, sobre todo, transmitir, que es más que instruir o impartir conocimientos, por ello les pide que sean santas, instruidas, ardientes y ejemplares. Aunque se hable de correctivos en lo que insiste de mil y una maneras es en la dulzura de trato, la suavidad, la convicción, la paciencia y un afecto maternal, no olvidando que el reto de educar más que información o exposición de verdades es por contagio y para ello la maestra —¡no sólo profesional (profesora) de la enseñanza...!— ha de ser, sobre todo, eso, maestra que transmite vida y salud en todos los sentidos de la palabra salud...

Fue así como en el s. XVII aparecieron en Francia las Escuelas Cristianas Caritativas de donde salieron no sólo probados profesionales sino, y sobre todo, mujeres y hombres de bien. Fue también cosa de este santo casi olvidado lo de las Escuelas Normales para la preparación de futuras maestras, las Escuelas Populares, las mismísimas Catequesis de adultos y tantas cosas más que, por un momento, los de hoy nos creímos haberlas inventado.

Si Nicolás Barré apareciese por alguno de nuestros colegios seguramente preguntaría con curiosidad por los telares y artilugios tecnológicos del aula y aplaudiría, sin duda, multitud de cosas que hoy tenemos y hacemos porque, en el fondo, no le resultarían tan distintas ni distantes de su proyecto educativo, pero, con buen criterio, frunciría su ceño ante algunas pedagogías y psicologías desalmadas, en donde la responsabilidad, el sentido de culpa, la libertad, el bien o el mal se han reducido a neuronas, a un juego de conductas, al estímulo-respuesta y lo estadístico por aquello de colgarse el cartel, o mantra, de lo-científicamente-demostrable. Creo sinceramente que hoy, como antaño, Nicolás Barré sigue aportando solidez y profundidad a nuestro proyecto de escuela, no tanto por la fuerte coincidencia con las directrices e instrucciones que ya dio a sus maestras hace casi cuatro siglos sino por lo que nos hemos ido perdiendo en el camino: ¡fe!

Nicolás Barré (1621-1686). Religioso de la orden los Mínimos fundador de las Religiosas del Niño Jesús. Este año se celebra el cuarto centenario de su nacimiento

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