La educación en la familia
La Educación es la tarea esencial de la familia, supuesta la satisfacción de las necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud.
¿Qué significa educar? La educación es un proceso de conocimiento de sí mismo, de crecimiento personal, de desarrollo y configuración de una identidad original y autónoma en todas las dimensiones de la persona (corporal, sicológica, espiritual, social y trascendente o religiosa), en el contexto de la realidad familiar y sociocultural.
Fundamentalmente, educar es compartir la vida, con-vivir, realizar una vida verdaderamente comunitaria, de participación libre y activa, de comunicación continua, de diálogo y decisiones compartidas. Es toda la familia la matriz educadora de todos sus miembros, incluidos los padres.
Los padres tienen un rol diferenciado en la acción educadora, pero siempre compartido con los hijos. La autoridad parental no ha de ser impositiva, coactiva y, en caso alguno, agresiva, sino que ha de ser dialogante, motivadora, desde la escucha activa, procurando que los análisis y las propuestas sean discernidas y asumidas por todos.
La persona se ha de modelar a sí misma, en un proceso creativo y re-creativo sin fin a lo largo de toda la vida
La familia es un sistema de vida compartida en el que padres e hijos-hermanos se comunican y colaboran al servicio de todos. Un sistema en el que todos actúan con libertad y responsabilidad. Ninguno de sus miembros ha de ser pasivo ni manipulado, coaccionado o descartado.
La energía que dinamiza y anima todo el sistema familiar es el ¡amor!, que alienta la confianza y la comunicación interpersonal espontánea, el respeto delicado, la atención constante y el cuidado mutuo, la escucha activa (sin interferencias ni juicios previos), la empatía (ponerse en el lugar del otro y asumir su situación), la honestidad humilde de reconocer las propias incoherencias y fallos (también por parte de los padres). Existen tres palabras que han de ser de uso habitual: permiso —«por favor»—, «gracias» y «perdón», tal como propone el papa Francisco
El amor se desarrolla a través de la ¡comunicación! —como el agua que mueve la rueda del molino para moler y configurar el alimento vital-. Comunicación interpersonal, es decir, recíproca e interactiva. La comunicación construye y potencia a la persona, generando el autoconocimiento y las capacidades personales y despertando la creatividad en los diversos ámbitos (la propia persona, la familia, la sociedad, la cultura…).
No es un mero intercambio de ideas o experiencias sino una profunda y global unión o comunión interpersonal.
Es a través de la comunicación en el amor cómo cada persona se integra libre y espontáneamente, sin reservas, de modo «benevolente» y «benéfico», con los demás miembros de la familia, en un clima sano, claro, cálido y fecundo. Y desde ese humus familiar germina y crece la misma actitud de comunicación y compartir mancomunadamente en la sociedad.
Indicábamos que los padres tienen un papel diferenciado en la educación familiar, sin menoscabar la implicación educativa de los hijos y excluyendo el ejercicio de una autoridad vertical e impositiva. En primer lugar, los padres son una referencia modélica para los hijos. Su forma de ser y de relacionarse, sus sentimientos y actitudes, sus conductas y sus mensajes, impactan a los hijos.
La persona misma y la vida de los padres, hecha de vivencias, emociones, ideas, valores, actitudes y conductas afectan vivamente a la personalidad de los hijos. Estos, inicialmente son como una hoja en blanco, en la que se imprimen los mensajes existenciales, en primer lugar de padres y hermanos, pero también de las personas del propio entorno y de toda la sociedad.
Los padres tienen la mayor responsabilidad en el desarrollo personal de los hijos. Han de definir de algún modo un cierto proyecto de vida familiar, basado en valores humanizadores y actitudes éticas, y en una organización básica y normativa de la interacción colaborativa del conjunto familiar: realización de las responsabilidades de cada uno, distribución de tareas comunes, horarios, uso y cuidado de las cosas, tiempos de reunión familiar, de recreación y socialización. Ese marco de convivencia familiar corresponsable favorece al mismo tiempo la estructuración personal y social de cada uno.
El acompañamiento entre todos, especialmente de los padres a los hijos, ha de ser cotidiano y permanente —«con-pañero», compartiendo el «pan de la vida»—, a través del encuentro/comunicación diaria, presencial o a distancia, en el que se comparten situaciones, se apoyan y animan o se cuestionan actitudes y reacciones, en interrelación e interacción continua.
Es fundamental que los padres conozcan a sus hijos, compartiendo sus experiencias día a día; que los hijos puedan hablar libre y ampliamente con sus padres, procurando disponer del tiempo necesario; que jueguen y disfruten juntos. Cuando no es posible dedicar tanto tiempo, se ha de saber que, en el ámbito de la comunicación, es más importante la calidad que la cantidad: una comunicación personalizada y profunda, aun siendo breve —incluso silenciosa a veces—, resulta muy estimuladora y gratificante.
Ninguna persona es perfecta. Los padres no son perfectos. Los hijos han de vivir esa experiencia de las limitaciones y errores de sus padres y estos han de reconocerlos ante los hijos de modo humilde y sincero. Es una lección de vida muy valiosa que sanea y clarifica la relación intrafamiliar y despierta en los hijos también la conciencia y el reconocimiento de sus propias deficiencias. Incluido el perdón liberador y restaurativo.
La educación es principalmente auto-educación, dentro del ambiente y contexto estructurado de la familia. Es esencial el proceso personal de toma de conciencia de uno mismo y de la realidad entorno, de desarrollo de una identidad personal autónoma dentro de la red de relaciones interpersonales -que no deben sobreponerse nunca a la propia reflexión y a la opción personal de vida-. La libertad es una propiedad de toda persona, también del niño-adolescente-joven, de carácter inviolable.
Como contraparte, existe la educación deficiente o negativa en el contexto familiar y/o social. Familias desestructuradas, incomunicación familiar, violencia. Autoritarismo, imposición y represión. Padres con planteamientos y opciones de vida negativas o destructivas. Padres permisivos, que no acompañan el proceso de vida de los hijos, ni siquiera les conocen, y los abandonan a su suerte. Estos niños/adolescentes/jóvenes necesitarán un proceso sistemático de reeducación o incluso de rehabilitación y socialización.
La educación es una obra de arte, la obra de arte más importante, llamada a ser la más bella. Es crear y recrear la propia personalidad desde el propio yo en intercomunicación e interacción con la familia y el contexto sociocultural.
La persona se ha de modelar a sí misma, en un proceso creativo y re-creativo sin fin a lo largo de toda la vida.
Gn 1, 27 dice: «Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó». La persona humana se presenta como una obra de arte imantada y trascendida por el Artífice-Artista primero y máximo.