Diario de León

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Los que somos mortales y ciudadanos de a pie tememos los días de lluvia como si de guerra se tratasen, no porque el líquido elemento se precipite sobre nosotros como pequeños kamicaces allá desde las alturas, sino por esas minas antipersona, losetas gargajeras, que brotan cual hongos y pueblan nuestras aceras con la aquiescencia del Ayuntamiento de León en pleno. Es digno de mención el mimo con el que nuestros representantes políticos municipales cuidan del medio ambiente manteniendo semejante situación, cueste lo que cueste, día tras día, mes tras mes, estación tras estación y año tras año. Para que después tengamos que escuchar a los alborotadores de siempre acusar a nuestros insignes ediles de poco comprometidos con el entorno y estar vendidos a los intereses de unos pocos. Uno, con los años, va tomando precauciones y conociendo los lugares peligrosos intenta evitarlos pero, para nuestro mal, siempre nos supera el enemigo. Aquel firme, que nos parecía eso, firme, se convierte en una trampa. Allí encontramos una nueva baldosa que al acecho, desde no se sabe cuándo, dispara sobre nuestras extremidades inferiores un chorro de líquido oscuro y sucio que nos deja bien marcados hasta nuestro regreso a los cuarteles de invierno. No podemos negar que dichas maniobras militares fortalecen nuestro espíritu marcial y despiertan nuestros sentidos, que resulta entretenido y hasta aviva nuestro humor, pero como no solemos disponer de mucho tiempo para actividades lúdicas y las prisas nos empujan para llegar a tiempo a los lugares donde nos ganamos el pan y el compango, como imbuidos por la misma tensión regresamos a nuestros hogares para engullir lo que nos hemos ganado y en el mismo estado regresamos al quehacer cotidiano, agradeceríamos que este parque temático desarrollase sus actividades en lugares cuando menos un poco más apartados de nuestro camino diario. Digo yo que si los responsables del negociado y allegados al mismo gastasen un poco más de suela y fuesen algo más metódicos, quizá, insisto, las aceras patrias dejasen de ser campos minados y peligrosos para los viandantes y se convirtieran en lugares transitables. Propongo que cada empleado municipal, de los de porra o caldereta, incluso de los de caldereta de cordero y rioja, sean equipados con un spray de pintura de color que más destaque, de vejez corta, y baldosa que se cruce en su camino con ánimo traidor y pendenciero sufra las consecuencias. Unos marcando los objetivos y otros desactivando las losetas trampa dejarían nuestras aceras como lugares de agradable tránsito. (Después o se borran las marcas o se cubren con otras que las anulen, que hay que decirlo todo). Y qué decir de esas alcantarillas, tan estimadas por el concejal de turno, situadas en pequeños cerros para evitar que las aguas de la calzada las inunden y deterioren. En la calle Astorga, uno de tantos ejemplos, hay tres grandes lagos a los pies de ellas donde si no anidan los ánades es por el continuo trasiego de vehículos que riegan, por aspersión, las zonas peatonales y a los peatones. (Dicen las malas lenguas que con tanta agua los leoneses y leonesas van a crecer tanto que de aquí a unos años la talla media nacional será un par de centímetros más alta). A.G.F. (León). Los que somos mortales y ciudadanos de a pie tememos los días de lluvia como si de guerra se tratasen, no porque el líquido elemento se precipite sobre nosotros como pequeños kamicaces allá desde las alturas, sino por esas minas antipersona, losetas gargajeras, que brotan cual hongos y pueblan nuestras aceras con la aquiescencia del Ayuntamiento de León en pleno. Es digno de mención el mimo con el que nuestros representantes políticos municipales cuidan del medio ambiente manteniendo semejante situación, cueste lo que cueste, día tras día, mes tras mes, estación tras estación y año tras año. Para que después tengamos que escuchar a los alborotadores de siempre acusar a nuestros insignes ediles de poco comprometidos con el entorno y estar vendidos a los intereses de unos pocos. Uno, con los años, va tomando precauciones y conociendo los lugares peligrosos intenta evitarlos pero, para nuestro mal, siempre nos supera el enemigo. Aquel firme, que nos parecía eso, firme, se convierte en una trampa. Allí encontramos una nueva baldosa que al acecho, desde no se sabe cuándo, dispara sobre nuestras extremidades inferiores un chorro de líquido oscuro y sucio que nos deja bien marcados hasta nuestro regreso a los cuarteles de invierno. No podemos negar que dichas maniobras militares fortalecen nuestro espíritu marcial y despiertan nuestros sentidos, que resulta entretenido y hasta aviva nuestro humor, pero como no solemos disponer de mucho tiempo para actividades lúdicas y las prisas nos empujan para llegar a tiempo a los lugares donde nos ganamos el pan y el compango, como imbuidos por la misma tensión regresamos a nuestros hogares para engullir lo que nos hemos ganado y en el mismo estado regresamos al quehacer cotidiano, agradeceríamos que este parque temático desarrollase sus actividades en lugares cuando menos un poco más apartados de nuestro camino diario. Digo yo que si los responsables del negociado y allegados al mismo gastasen un poco más de suela y fuesen algo más metódicos, quizá, insisto, las aceras patrias dejasen de ser campos minados y peligrosos para los viandantes y se convirtieran en lugares transitables. Propongo que cada empleado municipal, de los de porra o caldereta, incluso de los de caldereta de cordero y rioja, sean equipados con un spray de pintura de color que más destaque, de vejez corta, y baldosa que se cruce en su camino con ánimo traidor y pendenciero sufra las consecuencias. Unos marcando los objetivos y otros desactivando las losetas trampa dejarían nuestras aceras como lugares de agradable tránsito. (Después o se borran las marcas o se cubren con otras que las anulen, que hay que decirlo todo). Y qué decir de esas alcantarillas, tan estimadas por el concejal de turno, situadas en pequeños cerros para evitar que las aguas de la calzada las inunden y deterioren. En la calle Astorga, uno de tantos ejemplos, hay tres grandes lagos a los pies de ellas donde si no anidan los ánades es por el continuo trasiego de vehículos que riegan, por aspersión, las zonas peatonales y a los peatones. (Dicen las malas lenguas que con tanta agua los leoneses y leonesas van a crecer tanto que de aquí a unos años la talla media nacional será un par de centímetros más alta). A.G.F. (León).

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