ARREBATOS
Abrazando árboles
POCO se dejaban abrazar los árboles esta semana. Viento y lluvia arrastraron el otoño por los suelos y sus troncos se mecían bajo amenaza de romperse. Las hojas de los castaños volaron o se humedecieron hasta deshacerse en los sotos, encima de los erizos y de las castañas que nadie apañó. La despoblación trae consigo el desperdicio de tanta riqueza natural, que antaño sirvió para enriquecer dietas de subsistencia (en Argentina quisieran esas pavías que se estropeaban en el suelo en Benuza) Es tiempo de ánimas y de alimentos calientes, tostados y asados, de frutas rojas y secas y mucha verdura; caza y setas. El tiempo de los árboles de hoja caduca, que no caducos. Tyto Alba ha levantado la voz en favor de los castaños centenarios apetecidos ahora por los fabricantes de automóvil para sus gamas de lujo. En Porcarizas, en el valle del Burbia, salvaron un ejemplar de la tala, pero no pudieron rescatarlo de la especulación. La asociación ecologista pagó 1.200 euros a su propietario para evitar su transformación en un vulgar y pomposo salpicadero. La guerra de precios no es la solución, aunque sirva de símbolo de la batalla ecologista contra la tala de castaños centenarios. El dinero dispara las apetencias económicas sobre sus nudos, pero hace falta desatar el amor por su conservación. La llamada de los árboles necesita más gente capaz de abrazar a los árboles; pero, gente, también, dispuesta a agacharse lo suficiente para limpiar los sotos y apañar las castañas cuando hace falta. Pero, ¿hay alguien que realmente puje por el arraigo de lo que se ha desarraigado en los últimos cincuenta años?. Las multinacionales también se llevaron la sabia humana con el pretexto de un buen salario para consumir más y mejor (¿?). La vuelta a lo tradicional corre el riesgo de reducirse a un producto más de consumo y, lo que es peor, a ser una falsa mercadería.