Máxima indignación

NADIE sabe cómo terminará esta tragedia. Nadie puede imaginar las últimas consecuencias. Pero nadie descarta que la catástrofe del Prestige no tenga precedente en la historia de la Humanidad. Ante tan grave perspectiva, lo único que resalta es la impotencia de todo el mundo para hacer algo que evite que se pueda producir algo así. Produce máxima indignación que puedan circular barcos como ése y que lo hagan sin respetar las cartas de navegación. Pero también resulta irritante que, después de producido el accidente, no haya habido medios propios ni foráneos para mitigar el daño. No hablo de la Xunta ni del gobierno español. Hablo de capacidad de reacción a escala occidental. Hablo de adelantos científicos capaces de aconsejar actuaciones en función de la dirección de los vientos. Hablo de acciones técnicas que impidan que se siga vertiendo petróleo. Hablo de actuaciones coordinadas entre estados. El mundo sigue a expensas de la naturaleza, igual que en la Edad de Piedra. Sólo una cosa ha cambiado: la mano del hombre, su voracidad y su capacidad de rapiña se han convertido en aliados de la muerte. Europa todavía no tiene normativa de navegación peligrosa. Y habrá que esperar trece años hasta que todos los petroleros sean de doble casco. Y se está permitiendo que haya auténticas bombas de enorme capacidad destructora al lado de nuestras costas. Y hemos sabido que España tiene menos medios de salvamento que hace seis años. Me tiembla la mano al escribirlo, pero si la centésima parte del desastre que causó en Galicia el Prestige hubiera sido provocada en Estados Unidos por una banda terrorista, ya tendríamos organizada una alianza internacional con todos los medios a su disposición. Como «sólo» ha sido una bomba sin ideología, no pasa nada. No pasará nada. Sólo nos queda la impotencia.