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León

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LA decisión del Congreso de aprobar por unanimidad el rechazo al franquismo y el reconocimiento a los españoles del exilio ha marcado un hito histórico. Nadie puede ser un buen político si sólo se mueve en la esfera de su partido y de su ideología. No bastaba nuestra actual unidad alrededor de la Constitución, era necesario admitir la existencia de heridas no curadas. Cada generación debe hacer su propia lectura de la guerra civil, para así contribuir a que nunca más se produzca. Entre otras cosas, porque hoy, populares y socialistas vascos son perseguidos brutalmente por las nuevas formas, o no tan nuevas, de intolerancia criminal. Quienes ironizaron sobre aquella foto de Aznar con Alberti ignoraban que el presidente del Gobierno no estaba haciendo folclorismo ocasional, aquel encuentro ya era una declaración de intenciones sobre una nueva forma de entender el pasado. Fue el primer pilar del centro político. Aquí en León, sin ir más lejos, en la Fundación Vela Zanetti hay desde su inauguración una sala titulada «exilio» en la que se explica a los estudiantes el porqué de esos cuadros, sin caer en la trampa de denominarla «pintura dominicana» o cualquier otro nombre que disimulase la verdad: fueron pintados en ese país porque el autor no podía entonces vivir en España. Por otra parte, y como ya he escrito en otras ocasiones, considero muy injusto ciertos reproches provenientes de determinados sectores de la izquierda que consideran que el PSOE sacrificó excesivamente silencio por convivencia, pues hicieron entonces un sacrificio que la Historia les reconocerá. Tras escuchar la decisión del Congreso, Vela Zanetti, uno de nuestros exiliados más ilustres, se habría fumado una pipa junta a la chimenea, a la salud de la vieja memoria. Y Gordón Ordás, aquel veterinario leonés que llegó a ser presidente del Gobierno de la República en el exilio, también debe de estar satisfecho, allá en su Parnaso. España es hoy un país más justo.