Diario de León
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ESA era la pregunta que todos se hacían esta semana, por los pasillos del Congreso, entre los diputados del grupo Popular: pero ¿dónde diablos se había metido Fraga? Porque el presidente de la Xunta de Galicia, que este sábado cumplió ochenta años llenos de vigor físico y psíquico, según dicen, tardó más de una semana en aparecer por la desolada, costa gallega tras la catástrofe del «Prestige». Y esta clamorosa ausencia es como el símbolo de cómo andan las cosas tras la mayor crisis ecológica y casi económica que ha vivido la Costa de la Muerte, y ya no sólo esta históricamente zarandeada parte del litoral. La calamidad que ha supuesto el hundimiento del maldito barco con pabellón de conveniencia y destino (inicial) Gibraltar ha provocado varias crisis simultáneas: la primera, diplomática. Hay que ver, o mejor, escuchar, las cosas que se dicen estos días en Portugal acerca del comportamiento de España, comenzando por el primer ministro, Durao Barroso, antes tan amigo. O en Francia, donde existe la aprensión de que les va a llegar la mancha negra. en Gran Bretaña, que se siente insultada, dice la pérfida Albión, ante las insinuaciones que, a propósito de la tolerancia de Londres hacia esa cueva de Alí Baba que es el Peñón, han lanzado las primeras autoridades españolas. Y es que lo de Gibraltar siempre es útil cuando las cosas internas se ponen feas, al margen de que lo que en la colonia británica está ocurriendo, en cuanto a niveles de delincuencia de todo tipo, es ya insostenible en esta Unión Europea que busca extender su identidad hacia nuevos países. La segunda crisis tiene, claro, carácter doméstico. No falta en los ambientes políticos de A Coruña quien sostenga que si Fraga no apareció hasta tan tarde fue como una muda forma de protesta ante lo que venía (mejor: no venía) de Madrid. Es una interpretación algo retorcida, de acuerdo (otros hablan de una ligera indisposición de Don Manuel), pero muestra cómo andan las cosas por tierras gallegas, donde el enfado hacia el Gobierno central es, con o sin razón, mayúsculo. Greenpeace culpa al Ejecutivo de Aznar de haber tomado las medidas tarde y, encima, equivocadas, y los internautas, que votan estos días en los periódicos digitales, condenan mayoritariamente a los ministros que aparecieron (Rajoy) y a los que inicialmente no aparecieron (Jaume Matas) por el litoral atlántico. Claro que siempre es fácil criticar a toro pasado, y es ésta una circunstancia que, por muy dolorosa que resulte, no va a dejar pasar la oposición. De hecho, esta semana asistiremos el miércoles a una especialmente dura sesión de control parlamentario al Gobierno, con Zapatero y Llamazares interrogando al presidente sobre lo que ya llaman «la crisis del «Prestige». Dicen que el Consejo de Ministros del pasado viernes fue, por esta cuestión, algo tenso. Claro que podría tratarse de simples rumores, porque, al fin y al cabo, ¿no son secretas las reuniones del Gobierno?

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