Diario de León

VUELTA DE TUERCA

La provocación

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León

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Se asegura que lo vio medio mundo. Un futbolista intenta sacar un corner y, como no lleva paraguas, decide esperar a que pase el chaparrón de botellas de coca-cola y hasta delicatessen de JB. Y va el presidente del club titular de ese campo de fútbol en el que se fija medio mundo y dice que el futbolista vino a provocar. Nadie puede imaginar lo que hubiera caído si al futbolista en cuestión se le hinchan y hace un corte de mangas al supuestamente respetable. Desde que inventaron lo de «partido de alto riesgo» para el fútbol ha quedado en un segundo plano el raciocinio. Queda el instinto, la suerte torera de ver la tarde inspirada rayana en arte. Pero con casco. ES triste que unos zangolotinos sin oficio ni beneficio y, desde luego, sin ningún apego a la intimidad y a la libertad, se dejen encerrar en una casa para vivir sin dar un palo al agua, pero con no sintonizar el relato televisivo de su cautiverio majara, asunto concluido. Sin embargo, el asunto no concluye, lamentablemente, con tanta facilidad: en cualquier otro espacio que se sintonice a cualquier hora, en cualquier cadena, encontraremos a esos grandes hermanos que, cual alienígenas, súcubos o íncubos, se han apoderado de las ondas de ese invento fantástico, y tan diabólico, que se llama televisión. Si el asunto se cerrara con el premio al ganador, esto es, al más tonto porque ha aguantado más tiempo en ese ámbito claustrofóbico y cerril, la cosa tendría un pase, pero, lejos de eso, cada concursante que sale de la casa se incorpora automáticamente a la nómina de los programas que se ocupan de Gran Hermano, que son casi todos. Es más; los que van saliendo de la actual edición, la cuarta, se suman a los de las tres ediciones anteriores que también se quedaron parasitando en la pantalla, de tal suerte que ese universo estólido, paupérrimo, inane y pueril se va extendiendo como la letal mancha del «Prestige», ocupando y contaminando el cerebro de los espectadores, que ya anteriormente no andaban muy allá. Pero el horror del fenómeno no se detiene ahí, sino que los que van saliendo lo hacen para hablar no sólo de sus miserias -experiencias lo llaman ellos- en la casa, sino de sus miserias anteriores, perspicazmente descubiertas por la revista que se ocupa del particular y también para ajustarse las cuentas con los grandes hermanos anteriores que, en su condición de tertulianos y comentaristas de los programas, les han puesto a parir mientras zanganeaban en la casa. El espectáculo, pues, no está en la casa, sino afuera y, en ese afuera, se van apalancando y sedimentando esos alienígenas para siempre jamás.

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