TRIBUNA
Aprender a decir «no»
Hace poco se celebró el «Día mundial de la infancia». No está de más añadir una gotita a este mar sin fondo que es la atención de las necesidades que sufren colectivos como los niños, los jóvenes, los ancianos, los discapacitados, los enfermos etcétera. Mi aportación personal de la educación al servicio de menores en hogares de acogida, quiere ser una llamada de atención y aviso a navegantes.. Nuestros menores: niñas, niños, adolescentes y jóvenes deben disfrutar sin discusión, de todos, absolutamente todos sus derechos. Este absoluto, entre nosotros, hoy, no creo que lo discuta nadie; pero, desde mi atalaya de observador en activo y a pié de obra, quiero llamar la atención de la sociedad en general y de padres y profesores en particular, sobre un hecho grave, a mi juicio, que hace años se viene produciendo y al que no se está dando la respuesta adecuada (lo cual se llama irresponsabilidad); Se habla hasta la saciedad, y ello es bueno, de los derechos de los menores pero se olvida, hasta la desidia, y ello es pernicioso, inculcar igualmente los deberes. Sí, porque todo ser humano -menor o adulto- tiene unos derechos y unos deberes. Pues bien, nuestra sociedad -poderes públicos, padres, educadores...- desde hace ya una veintena de años, por razones que cada uno debe reflexionar, se ha vuelto permisiva.. Antaño, prohibitiva, después, permisiva, olvidando o desconociendo que ambas posturas son caras de la misma moneda. Lo justo, lo sano, lo educativo, lo sensato no es ni todo prohibido, ni todo permitido. La ardua labor educativa no admite escorar la nave ni hacia la prohibición, ni hacia la permisividad; ambas posturas llevan al naufragio. Mantener el rumbo adecuado que evite tanto a Escila como a Caribdis es imperiosa obligación de toda la sociedad, de padres y educadores. Hubo un tiempo en el que crecimos quiensya peinamos canas, del «no», de lo «prohibido», del «ordeno y mando»... Una mala pedagogía de la que sobrevivimos y que no queremos que se repita; pero del todo prohibido, se pasó al polo contrario, donde «todo está permitido», o, mejor todo empezó a permitirse, donde no existe más obligación que dejar hacer a los niños lo que les plazca o les convenga (¡¡ para que no se traumaticen!!) (sic). Alguien ha dicho al respecto, que hemos pasado de la moral rigorista: todo pecado, todo prohibido, a la moral «de supermercado» donde el cliente se sirve a su gusto y elige a su conveniencia. La Ética del «deber ser» se nos va por el alcantarillado y ha empezado a florar la ley de la selva... Yo pregunto, y lo hago con conocimiento de causa: ¿qué está pasando en el seno de muchas familias de clase media y clase media alta (no digamos nada de las marginadas), donde algunos de sus retoños se han convertido, al llegar a la adolescencia, en cuervos de largas y afiladas uñas, que maltratan a sus padres, les insultan, les amenazan y atemorizan o chantajean?. Exigen prendas de marca, dinero («talegos» dicen ellos) para disfrutar de viernes a domingo, sin freno no control de ningún tipo en sus horarios de vuelta al hogar... y todo a cambio de nada. ¿Qué está pasando con estas y estos jovencitos que «pasan» de los estudios, de responsabilidades escolares, porque son un «rollo» y de sus profesores, porque son «unos plastas del sistema»? Nadie se atreve"a tocar los derechos hipertrofiados de los menores y menos a exigirles el cumplimiento de sus deberes olvidados a diario, porque alguien sembró la maldita idea de que la autoridad (auctoritas), toda autoridad, es puro autoritarismo reaccionario;todo «no» es pura prohibición represiva y signo de «carcundia», incompatible con la «progresía» que hoy se lleva. Pues, ¡no!, señores. Hay que recuperar el mando y gobernarle de este barco que amenaza con embarrancarse, o pero aún con irse a pique en trágico naufragio. El capitán del barco -políticos, educadores, padres, cada uno en el suyo- debe saber dar las órdenes «oportunas» (sólo las oportunas, porque las inoportunas agravan la situación, ya dificil de por sí) y exigir su cumplimiento hasta el final, sin que le tiemble el pulso. En educación todos tenemos que saber decir «no», sin miedos ni complejos, recordando que ni todo está permitido ni todo está prohibido (in medio, virtus). Debemos utilizar menos palabras y dar más ejemplos, porque éstos arrastran y aquellas empalagan. Y, siguiendo el simil marino, acabo con el dicho de la Roma latina: «Naves et pueri per popan reguntur», lo que traducido a nuestro idioma dice: «los barcos y los niños se gobiernan por la popa». Y tengo la certeza de que un buen gobierno no crea traumas, sino todo lo contrario, da seguridad, eso que reclaman, sin saber lo que quieren, todos los adolescentes. En las actuales circunstancias, me da la impresión -¡eso es lo que creo, por lo que admito discrepancias!- de que hemos fallado los que capitaneamos las naves de la educación. Dejar a los niños y a los adolescentes a su aire, a la deriva, sin los amarres bien sujetos, es mandarlos a un naufragio seguro. Por eso creo que, en defensa de su derechos y de los nuestros, (¡que también los tenemos, faltaría más!), debemos recuperar rápidamente el timón, moviéndolo con ritmo suave, pero con la mano firme del marino diestro. Eso, creo yo, es nuestra gran responsabilidad. Cualquier claudicaciòn la pagaremos muy cara todos. Nuestros hijos, nuestros menores, esperan de nosotros eso, aunque no sepan cómo se llama. Se lo debemos no sólo para el día mundial del menor, sino para los 365 días de cada año: ¡Todo un reto y una responsabilidad.