ELMIRADOR
Bula de modistas
LOS modistas (derivado de moda, con a por favor, puesto que no decimos taxistos, ni modelistos) gozan de una bula generalizada tan universal como incomprensible. En una sociedad que se preocupa de ocultar su machismo latente con un feminismo políticamente correcto nadie está a salvo de incorrecciones, salvo los modistas. Si un empresario exige que sus empleadas acudan al trabajo con faldas, y en la política de personal, implícita o explícitamente, son mal acogidos los pantalones, cae sobre el empresario la ira de la sociedad, que lo acusa de explotar el cuerpo de la mujer. Llega el modista, propone que las mujeres lleven los pezones fuera del escote de los vestidos, y hay un silencio sepulcral en los sindicatos, en las otrora vigilantes organizaciones feministas, y hasta en la conferencia episcopal. Un publicitario introduce en un spot una señora en ropa interior o un suave desnudo, mucho más inocente que los de Rubens, y como pille con un mal día a los guardianes de las esencias, se puede organizar una indignada campaña que obligue a retirar el anuncio, acusado de emplear la carne femenina como reclamo comercial. Se han dado casos. Ahora bien, el modista propone que las faldas sean trasparentes o, simplemente que las señoras vayan con el culo al aire, o con el tanga ofrecido a la atmósfera, y no se escucha la más leve queja en ningún sector de la tribu. Entiéndase que a mí me da igual como vayan las señoras, aunque ahora, la verdad sea dicha, las temperaturas aconsejan ocultar las carnes del frío, pero me confunde mucho esta especie de escrupulosidad casi inquisitorial sobre unos sectores y la bula sobre el otro. ¿Por qué? Si el modista traspasa los límites de la costumbre es un transgresor artístico, pero si la compañía de servicio exige que las azafatas usen como atuendo pudibundas faldas, resulta que las feministas se cabrean. No lo entiendo, aunque tendrá una explicación. Debe existir alguna.