Por mar y por tierra

Nunca ha habido tantos españoles en la calle durante diciembre, salvo el día de las campanadas de fin de año. Más de 150.000 gallegos se manifestaron para pedir responsabilidades por la monstruosa catástrofe ecológica que arrasa las costas más pródigas del mundo. Lo más grave no es que nos quedemos sin nécoras y sin percebes, que eso es sólo una contrariedad: lo terrible es que se queden sin trabajo miles de personas, que eso es una tragedia. Nadie debe extrañarse de que las manifestaciones contra los vertidos del infausto «Prestige» hayan derivado en una crítica a la clase política. También hay muchos altos cargos que hace tiempo que están para el desguace, siguen nadando entre dos aguas, sin doble casco, pero con más conchas que un galápago soñoliento. La pregunta no es si se podía haber hecho mejor, sino si podía empeorarse más una situación mala. El ministro Cañete, con la perspicacia que le es congénita, dijo al principio que la cosa no tenía mayor importancia. Pelillos a la mar, en vez de toneladas y toneladas de petróleo. Nos encontramos una vez más con la constatación de un hecho antiguo: la inferioridad de los políticos españoles con respecto al pueblo. Don José Ortega la atribuyó siempre a lo que él llamaba «la ausencia de los mejores». Aquí la gente que carbura algo elige otros caminos en vez del muy noble sendero de la política y la dejan expedita la ruta a muchos ambiciosos tenaces y mediocres. Por eso llega un momento en el que la gente se echa a la calle. En Sevilla se han manifestado casi el mismo número de personas que en Santiago de Compostela. Piden que se mantenga el subsidio agrario, último reducto del deglutido decretazo. Hay que perseguir soluciones por tierra y por mar, como cuando la Adelita del corrido mejicano se iba con otro. En Galicia se pide que dimitan algunos inútiles y en Andalucía se anuncia una huelga general en el campo si se suprime el PER. No sólo nos podemos quedar sin ostras, que es un disgusto, sino sin papas, que es un drama.