Diario de León
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León

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Qué champú usaré hoy?» La pregunta puede parecer trivial, pero no lo es en absoluto para el protagonista de Planeta champú, la novela de Douglas Coupland, uno de los más finos analistas de la juventud de los años 90, como demostró en su anterior obra titulada Generación X, todo un manifiesto literario que en España tendría gran influencia en novelas como Historias de Kronen, escrita por José Angel Mañas y llevada al cine por Montxo Armendáriz. El protagonista de Planeta champú -Tyler- es un joven obsesionado por la selección de productos para cuidar el cabello. «Tu pelo eres tú, tu tribu, es tu distintivo de limpieza. El pelo es tu documentación». Todo un símbolo de una generación que ha sido educada para valorar las apariencias, lo externo, lo que se ve. ¿Qué características podríamos considerar definitorias de estos jóvenes de los 90? Para empezar se trata de una generación a la que se le ha dado todo lo que han pedido e incluso más de lo que pedían. Acostumbrados a que no les falte nada se desmoronan ante un futuro laboral incierto y sienten horror ante la posibilidad de ser «perdedores» en una sociedad enormemente competitiva; presienten que la pobreza les acecha «como un lobo aullando y arañando mi puerta». Este temor expresa el miedo más profundo a enfrentarse a sí mismos, no en un espejo, donde puedan contemplar su pelo limpio, hidratado y engominado, sino con su propio interior vacío y verdaderamente pobre. Es el miedo al fracaso personal, aunque quizá no sean los únicos culpables de esta situación en la que se encuentran. Tyler se lamenta así: «la vida es demasiado cara ¿por qué no nos lo enseñaron en el colegio». Sólo ansían la pura novedad, estando a merced de las embestidas de la moda, la publicidad o la droga, y temen el aburrimiento, ese vacío sin rostro que los devora por dentro, un vacío que no se puede llenar con cosas. Probablemente sea la falta de ilusión lo más característico de esa juventud malograda. Al llenarles de cosas hemos matado su capacidad de ilusión. La Generación X está formada por seres que tienden a la apatía, a quienes resulta difícil motivar. Donde antes hubo ideales hemos colocado metas cuantificables: éxito, riqueza, un buen puesto de trabajo, competitividad despiadada, etcétera. Quizá llegamos a tiempo para descubrir que los hijos lo que necesitaban era la persona de sus padres, más que su dinero; que lo realmente necesario para ellos eran esas motivaciones íntimas que les puedan servir para saltar por encima de la indiferencia y el conformismo. Quizá estemos a tiempo de mostrar a las nuevas generaciones metas que valgan la pena, porque el que no sabe lo que busca es muy posible que termine por no valorar lo que encuentra.

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