EL RINCÓN
La doctrina bélica
Jimmy Carter ha recogido en Oslo el Premio Nobel de la Paz y en su discurso de agradecimiento ha dicho que la guerra, que a veces es una necesidad satánica, siempre genera guerra. De Carter dicen los norteamericanos, aunque es de suponer que no todos, que fue un pésimo presidente, pero que es el mejor ex presidente de la historia. Su mirada sin punto fijo y su sonrisa constante hacen suponer que reside en regiones antípodas a la perspicacia, pero se ha revelado como un excelente mediador y conciliador. El hombre, a su edad, está trabajando más que nunca y, sobre todo, por una causa más noble que la hegemonía de su patria, que está en razón directa de la inferioridad de las demás. Ha criticado Carter lo que él llama «la doctrina bélica» de Bush, que desde el desmoche de las Torres Gemelas está queriendo machacar Irak, para ir haciendo boca y poder tragarse al mundo, comprobando que es una dieta adecuada. En vez de ser cada vez más escéptico con el paso de los años, que es lo normal, el risueño Carter cree que es posible la kantiana paz perpetua y advierte al actual inquilino del despacho oval que una guerra preventiva será catastrófica. Una rápida ojeada sobre el panorama actual desmiente el optimismo admirable del ex, así que conviene que no lo mire y se concentre en la contemplación del diploma del Nobel y la medalla. ¿Para qué va a poner los ojos en la Argentina, donde la mitad de la gente no come? Los ricos se llevaron su dinero a los bancos suizos, que como dice El Roto son lugares donde te aceptan un diente de oro sin preguntar a quién se lo has arrancado. ¿Para qué va a mirar a Brasil, donde Lula da Silva se queja de la enorme desigualdad entre Norte y Sur? Los vecinos de abajo están en la miseria y el hambre sí que es una doctrina bélica. Arthur Koestler decía que el sonido más persistente a lo largo de la historia del hombre es el redoble de los tambores de guerra. No hay motivos para creer que la humanidad haya cambiado. Los dioses tampoco lo han hecho.