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Publicado por
Pedro Calvo
León

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Hemos tardado casi un mes en ello, pero al fin nos hemos enterado de quién y cómo tomó la decisión de mandar el «Prestige» a altamar, esa decisión que ha sido el origen de toda la tragedia posterior a la desgracia de la avería del barco. La tomó Francisco Álvarez Cascos, ministro de Fomento. El hombre que no tuvo mejores argumentos de defensa que evocar hechos del pasado como los GAL y que se ha distinguido por su estilo bronco y desabrido en el transcurso de esta gravísima crisis política. Ahora se ha quedado solo, una vez que todos han ratificado que fue él quien tomó la decisión, al parecer sin consultar ni al presidente ni al vicepresidente. La cabeza le huele a dimisión o cese, sobre todo después de oír ayer a Mariano Rajoy cuanto le preguntaron si era cierto que Cascos había presentado la dimisión. «Lo desconozco -respondió-, pero creo que no». Si lo desconoce, ¿cómo puede creer que no? Y si lo sabe, ¿cómo puede creer que no? Puede ser un fin de semana de crisis política. Será o no será, pero lo que ya nadie duda es que el Gobierno ha entrado en una etapa terriblemente difícil, en la que no ha sabido ganarse al menos la comprensión de la oposición y de los medios informativos. «Making friends», que dicen los anglosajones. La situación es políticamente insostenible sin que se produzcan algunas dimisiones, una por lo menos, que sirviera de drenaje para el pus enquistado por tantos errores y tantas faltas a la verdad. No tenemos ni siquiera el aliviadero que habría supuesto un éxito en las demandas de ayuda a la UE tras la negativa respuesta a Aznar en Copenhague.

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