Diario de León
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León

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UN problema que se arregla con dinero no es un problema, sostiene con cínico pragmatismo nuestro mundo real. ¿Cómo se arregla entonces un problema para el que el dinero no es solución? La castástrofe del «Prestige», por ejemplo. No hay dinero en el mundo capaz de restituir a su estado anterior el alma de los gallegos que han enterrado sus manos en el horror negro o una tarde suave de agosto en los acantilados de las islas que vigilaron, hasta aquel día, la ciudad sumergida en el océano, o el dúo de jazz, eterno y siempre diferente, entre el mar y la roca. Cómo pagar el sabor verde del agua fría; la puesta de sol desde el fin del mundo; la salada simetría de los ojos del pez; la foca ciega que baila en los acuarios; la compleja ingeniería del castillo en la arena; la mirada incrédula de la mujer que quiso buscar la otra orilla la primera vez que vio el mar; la cartografía de la infancia, hecha de conchas y risas; la insaciable sesión doble de las mareas; las historias tristes de los marineros escritas en el acordeón de las tabernas; el día que llovió sobre nuestra primera foto en color; el cardinal invertido del que vive el pescador; el último aliento del rodaballo; el misterio de la madera que flota; el pensamiento blanco de la arruga que recuerda un tazón de caldo y una vaso de vino en compañía; la campana que marca la falsa recta del horizonte; la espalda turbadora de la sirena y los milagros del santo de cera en el que habita la araña que construye catedrales románicas. La espuma de los días. La certidumbre de la noche. ¿Cuánto cuesta, a precios de mercado, la ausencia del mar?

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