Tres cartas

El presidente Bush le ha escrito una misiva a José María Aznar, no sabemos si de su puño y letra o solamente de su puño, para agradecerle la «acción decisiva» del Gobierno español en la detención y registro del buque mercante «So San», cuya mercancía eran misiles Scud. En la carta se elogia la valentía de la Armada, pero no se elogia su obediencia. La Casa Blanca decidió dos días después liberar el buque a pesar de que los misiles viajaban escondidos bajo una carga de cemento y en un barco sin bandera. Misterios de la alta política, que es la que encumbre las más bajas pasiones. Otra carta, ésta no de gratitud, es la del cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación de los Obispos. En ella expresa algunos retoques, en el buen sentido de la palabra, para garantizar las normas contra la pederastia elaboradas por la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos. Al parecer, allí hay más curas cacorros que hamburguesas. Violan el sexto mandamiento todo el tiempo que no dedican a aconsejar que se cumplan los otros. El tremendo escándalo de Boston, sólo ligeramente inferior al de otras muchas diócesis, ha apenado a su Santidad el Papa, que ha llegado a decir que «no hay sitio en el sacerdocio, ni en la vida religiosa, para quien hace daño a los jóvenes». Así que deben irse fuera, al grito de maricón el último. De momento, podrán ser expulsados tras el primer abuso, sin dejarles que continúen inspeccionando braguetas. La tercera carta tiene como destinatario al presidente francés Chirac. El que firma el remite, es de suponer que por delegación, es un muchacho de 21 años, tetrapléjico, ciego y mudo a causa de un accidente de tráfico. Le pide la eutanasia. «Señor presidente de la República, usted tiene el derecho de gracia y yo le pido el derecho a morir«. Habrá gente tan piadosa que diga que no, que eso de la eutanasia está mal siempre y lo que hay que hacer es estirar el sufrimiento de esa pobre criatura. Para que viva muchos años.