El fruto de la desconfianza

La fecha de mañana debiera ser muy importante. Debiera ser el día en que toda la sociedad vasca, convocada por su Lehendakari, pidiese la disolución de lo que queda de ETA. ETA, kampora, dirán las pancartas. ETA, fuera. Sin embargo, por miles de personas que acudan a la manifestación, no estarán representados todos los vascos. Cuando escribo esta crónica, hay división entre los socialistas, y no asistirá, al menos oficialmente, el Partido Popular. Esto es muy difícil de explicar a un extranjero. ¿Cómo decirle que el gobierno de España no se fía del gobierno de una de sus regiones, que es el País Vasco? ¿Cómo contarle que el partido gobernante en España no respalda una manifestación contra el terrorismo, que es el segundo problema español? También sería muy complejo explicarle que Ibarretxe es para muchos un vulgar cómplice de los asesinos terroristas, al tiempo que pide que la sociedad eche a esos terroristas. Ese extranjero acabaría diciendo que estamos mal de la cabeza. Sin embargo, ésa es la realidad. Había una oportunidad de unirse contra el terrorismo en la calle, que era la vuelta de tuerca que faltaba después de la presión policial y judicial, y tampoco esta vez será posible. Para Jaime Mayor Oreja, estamos ante una manifestación-trampa. Ibarretxe no busca sólo el final de ETA, sino el respaldo a su proyecto soberanista. Y, cuando habla de paz, es porque necesita un mejor clima, un clima sin armas, para desarrollar ese proyecto. Personalmente, escuché a Ibarretxe, y hay que hilar muy fino para llegar a esa conclusión. Hay que extraerla de una referencia al «pueblo vasco, que elegirá libremente». Pero así estamos. No hubo un solo contacto directo previo. No hubo ningún diálogo. Sólo se ha sembrado desconfianza política. Y la desconfianza puede más que el objetivo final, tan noble, de terminar con el terror. Una vez más, el comentario cabe en dos palabras: ¡qué pena!