BURRO AMENAZADO
Lavanderas
DICIEMBRE trae frío y escarcha, imagen a cambiar a medida que el calentamiento climático dulcifica el antaño mes helador, de Navidades a la lumbre, gente aterida y carámbanos colgantes del alero. El invierno llena campos y ciudades de lavanderas blancas, gráciles pájarillos blanquinegros y colilargos que apeonan pizpiretos por surcos de sementera, arriates, caminos, eriales y orillas de ríos. Para hacer noche, muy sociables, se agrupan en dormideros en arboledas urbanas, lugares de mejor temperatura y refugio frente a depredadores que los bosquetes en campo abierto. Así como en Escandinavia y los Alpes, cuna de Santa Claus y Papá Noel, la nochebuena va unida a la obligación de alimentar al mirlo y los carboneros refugiados en el jardín, en la España seca y sus depresiones fluviales el aviso del belén lo da la pajarita de las nieves, abundante cuando la cellisca arrecia en las cumbres serranas. Los nombres vernáculos de la protagonista demuestran lo conocida que resulta en el ambiente rural, y es significativo el de engañapastor, propio del valle del Ebro, por su costumbre de andar a la rebusca entre las ovejas, con tal mansedumbre que el pastor piensa que puede echarle mano, captura nunca conseguida pues, en el último momento, levanta vuelo y se posa, burlona, a corta distancia. En León y Galicia, las lavanderas, lavanderinas o lavandeiras, tuvieron tal bautizo por gustarles compartir el ambiente de las mujeres que lavaban la ropa en fuentes, lavaderos y orillas de regatos. A los ejemplares nacidos en el país, se suman ahora muchos millares que han emigrado desde sus cuarteles de cría norteños, procedentes de la taiga rusa, los lagos boreales, los pueblos polacos y la campiña centroeuropea, cuya congelación inhabilita encontrar comida en estas fechas navideñas. Son ocupas sin pasaporte ni permiso de residencia, frugales, viajeros y libres. Ojalá su aura de belleza y vigor, la libertad de la lavandera, impregnara nuestro carácter de paz y serenidad.