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León

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RODRÍGUEZZapatero tiene por costumbre realizar planteamientos impecables desde un punto de vista teórico. Grandes declaraciones en las que, durante los últimos dos años y medio y de forma recurrente, se deja constancia de un especial interés en ceder todo el protagonismo a los ciudadanos. Para ilustrar lo expuesto, baste, como inicial botón de muestra, la conferencia pronunciada en el prestigioso Club Siglo XXI, meses después de su llegada a la primerísima línea política nacional. Fue el día 19 de octubre de 2000, y ya entonces defendía, a modo de académica lección, una ciudadanía verdaderamente poderosa capaz de elegir y construir su propio destino. En reciente entrevista concedida al periódico El Mundo, sin separarse del guión preestablecido, Rodríguez Zapatero, de nuevo, enfatiza: «Yo trabajaré para que el mayor número posible de ciudadanos y fuerzas políticas se sientan cómodos en la España Constitucional. Y esto a veces no es una cuestión de competencias ni de leyes. A veces es una cuestión de gestos y de talantes. Y, si no, al tiempo». Palabras, sólo palabras -pensarán los leoneses con probada razón y paciencia infinita-. Quizá Zapatero no recuerda el gesto ausente, la reiterada pasividad mostrada frente a las legítimas reivindicaciones leonesistas. En todos estos años, ni siquiera un guiño de comprensión para con esa legión de ciudadanos anónimos identificados con aquellas tesis. También puede ser que entienda, un suponer, por ejemplo de comodidad de fuerzas políticas el ostracismo en el que desearía ver inmerso a UPL, como defensor e impulsor de las ideas regionalistas. En otro momento de la entrevista, no contento con lo anterior, trae a colación, sin reparo alguno, el beneficio de la duda. Visto el tratamiento dispensado por el líder socialista a la cuestión leonesa mientras ocupó la secretaría provincial de su partido, produce cuando menos cierta hilaridad, no exenta de altas dosis de indignación, escucharle reclamar para sí tal beneficio. Finalmente, pone especial interés en reiterar su personal compromiso. Sorprende la utilización del término, dado que Zapatero no es un político comprometido, de raza, de los que disfruta bajando a la arena del problema individual cotidiano. Más bien, ha tendido a alejarse cada vez más de la realidad, apoltronado en sucesivos cargos de responsabilidad. Incluso, fruto sin duda de una mala pasada del subconsciente, adjetiva dicho compromiso de cívico. Razones no le faltan. Con Villalba de secretario del PSOE de Castilla y León y Amilivia de alcalde, únicamente sería necesario el concurso de Díaz Villarig para poder reeditar el tristemente famoso pacto cívico de finales de los ochenta. Zapatero considera imprescindibles los principios enunciados con anterioridad para cohesionar el país y mejorar el clima de estabilidad. Tal cohesión, empero, no resultará posible hasta que la vertebración de todo el territorio español -y muy especialmente el de la región leonesa, como principal agraviado- obedezca a criterios racionales de índole económico, geográfico, cultural, histórico y social; y no a una decisión descaradamente arbitraria por inmotivada y partidista. Todo parece formar parte de una estrategia y de un discurso cuidadosamente calculado. Algo parecido apunta Umbral -de la derechona de siempre como bien es sabido- cuando, con motivo de la catástrofe del «Prestige», escribe: «Zapatero ha sido demasiado repetitivo como para no pensar que obedece a una clave dictada y aprendida». El talante invocado deviene intransigencia cuando un representante popular desprecia hasta la saciedad los sentimientos individuales de sus coterráneos desde la más absoluta indiferencia. Máxime si el personaje, en su día profesor de derecho político, es perfecto conocedor de los entresijos procedimentales y, por tanto, premeditado cómplice en la marginación de las aspiraciones leonesistas, cuyo encaje constitucional no alberga dudas. Y, ahora, desde la atalaya de Ferraz, pretende erigirse en paladín de la cercanía y el respeto escrupulo- so a la voluntad ciudadana. ¡Hace falta valor!

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