Diario de León
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León

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A quema de un camión militar muy sofisticado, que había sido destinado a la lucha contra el fuel, y un par de atentados contra sedes del PP en Galicia dan idea de los intentos de aprovechamiento de la catástrofe del Prestige por parte de fuerzas desestabilizadoras, antiestatales. No creo, sin embargo, que va ya a prosperar este tipo de movimientos, aunque sí puede hablarse de una cierta fractura social. Las versiones que se están dando de la actitud de la Administración central (despego, desinterés, escasa solidaridad...) tienden a reforzar la idea nacionalista de que el juego democrático oculta la toma real de una región por parte de fuerzas estatales y centralistas. En este caso, la parte del Estado «ocupada» es Galicia y el partido que ejerce el dominio sobre el «pueblo» es el PP. Las críticas que se hacen al tipo de oposición ejercida por el PSOE tiene aquí su fundamento: los socialistas no quieren enterarse de la manipulación política que está llevando a cabo el BNG y que terminará perjudicándoles a ellos mismos. Pero además, y no al margen, las tensiones entre los dos partidos estatales están llegando a ese punto de negación del consenso mínimo con el que debe funcionar la vida pública. Se trata de pugnas políticas en las que parecen desconocerse algunos principios básicos que deben darse por supuestos en una sociedad. La verdad es que en este caso los movimientos de solidaridad que está despertando la desgracia gallega y de forma especial para la presencia del Ejército en las costas están desbaratando en buena medida el discurso de los nacionalistas aunque no la radicalidad con la que siguen planteándose entre nosotros las diferencias políticas. Aquí pasamos con facilidad de la normal confrontación política a la desautorización social. No es el voto el que está en juego sino la condición ciudadana. Ser de derechas o de izquierdas lleva a un plano que rebasa la afección o desafección respecto a unos programas. De ahí la escasa movilidad de los bloques electorales una vez que se disolvió UCD como fórmula temporal y para la transición. En estos últimos veinte años la condición política de los ciudadanos cuenta más de lo que debiera, y eso hace que termine por influir en actividades que deberían estar por encima de los compromisos políticos. Por esta razón, una desgracia como la catástrofe del Prestige está llevando a las tensiones políticas. Se diría que los partidos no se contentan con atraer a los ciudadanos con argumentos programáticos sino con formas de estar en la vida, con maneras de entender la convivencia y, de ese modo, no sólo se puede llegar a la fractura política, sino a la social. Es peligroso y primitivo.

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