Diario de León

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Votos, pastores y centro

Publicado por
Valentí Puig
León

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Nunca se supo si en el centro político se es o se está. La UCD estuvo pero no duró mucho. Ahora se dice que el acorazado alemán Bismarck fue hundido por su tripulación, allá por la fase de confrontación naval más intensa de la Segunda Guerra Mundial. También se ha dicho que las diversas familias del centrismo fueron las causantes del naufragio de la UCD. De todo esto sabía muchísimo Íñigo Cavero, fallecido hace unos pocos días, ejerciendo la presidencia del Consejo de Estado. Cavero estuvo en el centro desde casi siempre hasta el punto de que parte de su fortuna se fue con la liquidación de deudas de la extinta UCD. Fue un señor de la política, de fino humor y mucho tacto para el consenso. Para los jóvenes electores de hoy, el contubernio de Munich se ubica en la prehistoria. Esas son las cosas que Iñigo Cavero había vivido en primera persona, allá cuando el régimen de Franco deportó a quienes habían asistido en Munich a un encuentro europeísta que reclamó la democracia para España. Con la transición, Cavero fue ministro de Justicia y de Cultura. Pertenecía a la Asociación Católica de Propagandistas y estuvo en los conciliábulos del grupo Tácito para apostar por la reforma frente a los incontables riesgos de la ruptura. Fueron años inolvidables, para vivir el acontecer histórico al día, al minuto, para ver como España podía acudir a las urnas porque había cambiado de piel, para constatar la imbricación posible entre democracia y crecimiento económico. También fueron años de zozobra, de atentados a extrema derecha y extrema izquierda. Parecía como si todo estuviese simplemente hilvanado, en manos de la improvisación política. Afortunadamente, personalidades como Iñigo Cavero permitían suponer que al final predominaría el sosiego. Quizás es por eso que una de las iniciativas de Aznar con más calado ha sido reclamar desde el PP la idiosincracia del centro reformista. Sea cuestión de talante o de contenido, todos quieren estar en el centro. Quien pastoree bien el voto de centro gana las elecciones. Los tres años que van del fallecimiento de Francisco Franco hasta la constitución de 1978 fueron como un paseo en el frenesí de la montaña rusa, más que acelerada en las curvas. Las cosas iban cambiando de un día para otro, a un ritmo imprevisible. En esos tres años fue fundamental la presencia de la Corona y tuvo su importancia la gradual emergencia del centro político después de la reforma en falso de Arias Navarro. Con Adolfo Suárez en la presidencia de gobierno, la UCD pudo instrumentarse como gran conglomerado centrista al que iban afluyendo personalidades como Iñigo Cavero. Se estaban agrupando reformistas del régimen, democristianos, liberales y socialdemócratas mientras que el PSOE se perfilaba como gran fuerza de la izquierda. La ley de Reforma prologó la formulación constituyente, para después de las primeras elecciones democráticas desde la Segunda República. En aquel 15 de junio de 1977 las pautas de convivencia quedaron ratificadas para una sociedad que estaba a años luz de la confrontación civil de 1936. La crisis económica era grave y entre los muchos méritos de quienes pilotaron la transición está haber logrado que el ejercicio de la democracia no fuese mermado por la incertidumbre de la economía. Luego llegaron los pactos de la Moncloa. El coste de la paz social fue relativamente alto si se tiene en cuenta el horizonte actual de España, a un cuarto de siglo de la transición, cumplidos los deberes en la Otan y en la Unión Europea. Aparecieron nuevas pasiones políticas. Otras generaciones han llegado después a la vida política para estar en aquellas instituciones que ya habían cumplido su rodaje, con la normalidad democrática como instrumento para arbitrar conflictos. Es sano para una sociedad que aparezcan individuos con ambición política, dispuestos a encaramarse en esa cresta de la ola que conjuga vanidades, afán de servicio público y deseo de poder. Ahí está Rodríguez Zapatero, por ejemplo, un caso de político surgido ya en la postransición, como lo fue en su día José María Aznar, hoy a finales de mandato. De nuevo la batalla se plantea en el centro. Ellos son o quieren parecer los pastores centristas del ser y del estar.

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