Diario de León

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El año del chapapote

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León

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EN este comienzo de siglo, el año 2002, por más señas, capicúa, ha tenido la virtualidad de situar al Gobierno de José María Aznar frente a la necesidad de gobernar. Por primera vez desde que accedió al poder, Aznar se ha visto en la obligación de sustituir la propaganda por la acción del Gobierno, y el resultado ha sido su desnudez frente a la crisis del chapapote. Es, sin duda, el comienzo del declive porque la ley de la física política determina, inexorablemente, que las exageraciones producen el efecto contrario del que se pretende cuando traspasan el límite de resistencia de la tolerancia de los ciudadanos. Y tantos despropósitos juntos, y tan graves, cometidos por los gobiernos de Galicia y el de la nación, en la crisis del Prestige, no pueden quedar impunes. En situaciones de emergencia, cuando los ciudadanos se sienten abandonados por los poderes públicos, surge el liderazgo colectivo que tiene la contrapartida del heroísmo en el rencor frente a quien no ejerce su responsabilidad. El capitán que abandona su barco jamás será perdonado por los marineros que le sustituyen en las labores de salvamento. Ahora, los gallegos y también el resto de los españoles, se sienten fuertes frente a un poder disminuido por las mentiras descubiertas, por el absentismo frente a sus responsabilidades y por la impertinencia añadida de querer imprecar a los deudos de esta tragedia. Sin duda los partidos de oposición, y el primer lugar el PSOE por su condición de alternativa política, van a ser quienes salgan beneficiados del desgaste del Gobierno, aunque sólo sea porque la política está constituida de vasos comunicantes que hacen que quien baje impulse al adversario en la misma proporción de su declive. Pero el PSOE también tiene que hacer un examen de conciencia de su labor en estos sucesos. Es más fácil opositar que gobernar, pero los fallos en esas latitudes también son tozudos.

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