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León

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HOY debería hablar del peaje. Decir abusivo es decir poco. Ayer, al llegar al puesto de los paganos, casi me dio un ataque de hiperventilación al ver los tres euros diecisiete céntimos que tenía que pagar por atravesar la nueva autopista de Astorga. Sobre todo, cuando me he enterado de que los coches oficiales no pagan; se entiende que los que no lo hacen son los que viajan dentro. No me extraña. Ya gastan su tiempo en velar por nuestros intereses; sólo faltaba que también tuvieran que apoquinar el vil metal. Eso queda para los médicos, enfermeras, funcionarios o camioneros. No quiero hacer demagogia, pero ya saben ese que dice que nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería. Puede que debiera hablar de la satisfacción que he observado en el rostro de Susi. No sé si está así de contento por apoyar la segunda descentralización en contra de la posición del secretario regional Villalba o porque puede que por fin haya conseguido las tan ansiadas y remolonas competencias (la relación entre Esteban y Eduardo Fernández cada vez se parece más a la que Bogart-Rick anunciaba al final de Casablanca con Rains-Renault). No obstante, personalmente me recuerdan también a Epi y Blas. Me gustaría felicitarme por la noticia del comienzo en enero de las obras en la Casa Cuartel de Ponferrada. Lo que ocurre es que después de tantos anuncios no sé que pensar. Tal vez tendría que divagar acerca de Pongesur (señor, aparta de mi este cáliz).... o de la montaña de carbón. Espero que los reyes de Bruselas no nos castiguen con pasar por caja el próximo año. Pues no, lo siento pero voy a resultar un poco más cursi, si cabe, y voy a hacer una loa de la Navidad. Lo primero que descubrí cuando volví a la redacción el sábado después de seis días de vacaciones, fue que el Ayuntamiento de León había devuelto a Gordón Ordás del título de hijo predilecto que se le arrebató tras la sinrazón de la guerra. Se trata de una gran noticia, de esas que te hacen sonreir y te gustaría firmar. Gordón Ordás fue una de las personalidades que trató de cumplir las tres «pes» de Manuel Azaña: piedad, paz y perdón. Me contaba un día Eduardo Aguirre que Vela solía decir siempre que él vivía con el pasado, no en el pasado. Esta frase debería, desgraciadamente, figurar en los salones plenarios de cada una de las instituciones locales, provinciales, regionales y, por supuesto, en el Congreso y en el Senado. No deja de resultar paradójico que aquellos que vivieron el exilio, la cárcel y la muerte en la última guerra civil, y no me refiero sólo a los militantes de izquierda, miren el pasado con más indulgencia y distancia que muchos de los que ni siquiera la conocen a través de los libros de texto. Que sirva la hunanimidad de este pleno para que, de una vez por todas, los políticos dejen de ser parásitos del sufrimiento del 36.