Diario de León
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León

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EL 60% de los ciudadanos de la eurozona opina que con la moneda única ha subido la inflación y todo está más caro. El cuarenta por ciento restante es de la misma opinión, pero no lo manifiesta. La subida es tan palpable que basta con palparse los bolsillos para advertirla. La ha reconocido incluso Wim Duisenberg, el presidente del Banco Central Europeo. ¿Lo identifican? Es ese personaje al que vemos siempre en la tele en los concilios del dinero. Un tipo alto, con una abundantísima cabellera blanca. Por estas fechas navideñas podemos confundirle con uno de esos pastorcillos de los nacimientos que llevan un borrego en la cabeza, pero es inconfundible. Ahora, el presidente de la autoridad monetaria europea ha admitido que no fueron del todo honestos al limitar el efecto que la entrada de la moneda única tuvo sobre los precios. El lema de los euroeconomistas, como el de los buenos adúlteros, era morir negando. Todos querían ser como aquel general tan valiente que no se rendía ni ante la evidencia. Ahora se reconoce oficialmente que la entrada de la nueva moneda no sólo ha repercutido en algunos precios, sino en todos. O sea, que la hemos hecho parda. De todas formas, no hay que quejarse. Quejarse es de bellacos y entendernos todos con los mismos billetes, unos con más y otros con menos, era inevitable. Lo que sucede es que si queremos llamar a las cosas por su nombre debemos decir que a los ricos, o a los simplemente «instalados», les importa poco la subida, y a los pobres, o a los que sin serlo tienen que hacer equilibrios con su sueldecito, les afecta de una manera sustancial. Quizá sea verdad eso de que el dinero sólo sirve para una cosa: para no tener preocupaciones de dinero. Las que provienen de la salud, que según Schopenhauer determina el 80% de la posible felicidad humana, o las preocupaciones que acarrea el amor, entran en el terreno de lo fatal. Hay que aceptarlas como un destino. Lo que es realmente inaceptable para todos es que por cambiar de moneda hayamos perdido en el cambio.

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