Vacunación contra el covid, una cuestión ética
Se ha difundido el nuevo vocablo de «negacionismo», de negación en este caso de la vacunación contra el virus del covid-19, alimentada de dudas o sospechas conspiratorias, algunas casi inverosímiles (como la creación del virus con el fin de difundir la homosexualidad o impulsada por magnates mundiales para el control de la humanidad…), con el apoyo en los momentos iniciales álgidos por parte de gobernantes tan significativos como Trump, Bolsonaro, B. Jhonson y otros personajes, como N. Djokovic, M. Bosé… Las redes sociales vienen jugando en este caso, como en otros de carácter populista o de manipulación sistemática de determinados temas político-sociales, una función preponderante, dado que para muchas personas —y no solamente jóvenes— son el medio principal de información, que parecen asimilar dócilmente.
¿Es legítimo y necesario establecer la vacunación obligatoria, al menos para viajar en transporte público, realizar actividades laborales o participar en eventos de carácter público? ¿Ha de prevalecer el derecho a la libertad individual frente a la seguridad o protección de la salud de los demás?
En países donde se ha decretado la vacunación para todos los que se muevan en el ámbito público se ha producido un fuerte rechazo, con manifestaciones numerosas e incluso violentas, hasta el punto de que algún país, como Bolivia, ha terminado por rectificar su decisión.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha alentado en todo momento la invención y producción de las distintas vacunas, así como su aplicación generalizada y su extensión a todos los países, especialmente los menos desarrollados, a modo de donaciones o rescisión de las patentes.
Desgraciadamente, este deseo se ha incumplido, de modo que la vacunación aun hoy es muy minoritaria en los países menos desarrollados frente a la vacunación mayoritaria en gran parte de los países más desarrollados. Una vez más se impone el objetivo del mayor lucro de las grandes compañías farmacéuticas con la aquiescencia de los Gobiernos, —a pesar de que el proceso de investigación y creación de vacunas ha sido subvencionado por las Administraciones Públicas—. En un mundo globalizado, la falta de vacunación generalizada en todos los países supone una amenaza real de generación de nuevas variantes del virus, que se propagan rápidamente por todo el mundo, como ya se está efectivizando por ejemplo con la actual de ómicron, procedente de Sudáfrica. Se confirma el dicho popular de que «la avaricia rompe el saco» (del rico, a la par que expolia o descarta totalmente al pobre).
Se subraya la celeridad inédita en la invención y producción de las diversas vacunas contra el covid-19 —con apoyos estatales y la previsión de sustanciosas ganancias económicas, como ya indicamos—. Esta celeridad ha sido muy adecuada como respuesta inmediata a la expansión de contagios y de la letalidad tan rápida y prolongada del virus.
Las nuevas vacunas son autorizadas para su aplicación después de haber realizado y superado las pruebas pertinentes de su efectividad e inocuidad. Sin embargo, todas las vacunas —en general, no solamente estas contra el covid— pueden generar algunos efectos negativos, incluso en algunos pocos casos de carácter grave. En las recientes vacunas aun no ha pasado el tiempo suficiente para precisar todos los efectos, tanto positivos como negativos. Los aspectos negativos más frecuentes de las nuevas vacunas anti-covid suelen ser dolor en el lugar de la inyección, dolor de cabeza, fatiga y fiebre.
La vacunación genera un proceso inmunológico del cuerpo, creando anticuerpos contra el virus. No evita la generación de nuevos contagios —una persona puede estar vacunada y contagiarse una o varias veces más—, pero sí disminuye su número y reduce en gran parte el desarrollo de la enfermedad y la letalidad de la misma.
Los no vacunados con la pauta completa presentan mucho más de riesgo de contagio y de probabilidad de muerte. El 10% de no vacunados alcanza el 60-70% de los casos de contagio. Con la vacunación, pues, se producen menos contagios, menos ingresos hospitalarios, menos muertes. También parece ser muy efectiva la tercera dosis de refuerzo, pues, a medida que pasa el tiempo las vacunaciones anteriores debilitan su efecto.
La 6ª ola del covid, que aún colea, ha generado un número muy elevado de contagios en relación con las olas anteriores (250.000 en Castilla y León, frente a las 560.452 totales), pero con una letalidad mucho menor (de 487 personas frente a las 6.700 totales en hospitales).
Por tanto, mientras no exista un tratamiento específico que evite el contagio y elimine la enfermedad que provoca, la vacuna es necesaria, en las dosis requeridas. La vacunación se convierte en un acto de responsabilidad y de generosidad. No se puede entender fácilmente la conducta de personas, algunas de ellas relevantes a nivel público —incluso eclesiásticos— que se niegan absolutamente a la vacunación, con argumentos totalmente discutibles o irrelevantes, y que actúan públicamente con peligro grave de contagio propio y de contagiar ellos mismos a otros. A pesar de cualquier duda hipotética, la opción correcta es la vacunación, pensando especialmente en los demás —también en uno mismo—. Entiendo que es un cargo muy grave de conciencia el poder haber sido agente de transmisión de un virus que haya podido provocar la muerte de otra persona. ¿Cómo se puede calificar ese tipo de conducta?
Añado algunas aseveraciones del papa Francisco: «Vacunarse con vacunas autorizadas es un acto de amor y ayudar a que la mayoría de la gente se vacune es un acto de amor. Amor por uno mismo, amor por la familia y por los amigos, amor por todos los pueblos. El amor es también social y político…» (Videomensaje, 19/08/21). «… éticamente todos deben tomar la vacuna. No es una opción, es una acción ética. Porque juegas con tu salud, juegas con tu vida, juegas con la vida de los demás». «Hay una negación suicida en esto que no puedo explicar» (Entrevista para Telediario italiano TgS 10/01/21)