Diario de León

¿Evolución, involución, destrucción?

León

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Pensando en el discurrir de la especie humana me planteo numerosas dudas acerca de su cometido en el conjunto de los seres vivos. La «natura» marca unas líneas sencillas en la definición de su andadura, aunque más complejas en su ejecución, como es fácil de constatar. Ello se debe a lo que denominamos «cultura», que es pretender transcender la natura, transmutándola. Todo indica que el homo sapiens actual, de apenas unas decenas de miles de años es, al fin y al cabo, un descendiente de una especie que tiene una antigüedad de decenas de millones de años. Quizás algún día se sepa con exactitud cuándo surgió la mutación con los cambios correspondientes, tanto en su armazón (mejor estudiado y conocido) como, especialmente, en su complejo cerebro (donde se supone que reside el quid de la cuestión). Tampoco descarto nuevas mutaciones, de cuyas consecuencias no conocemos nada, obviamente.

Con esta premisa, introduzco las líneas fundamentales de este artículo que va sobre una reflexión de ciertas formas del comportamiento humano que oscila, a mi entender, entre la evolución y la involución, sin descartar la destrucción como último objetivo. Para ello, me atengo a los conceptos de natura y cultura que, en una dinámica constante y de equilibrio incierto, vertebran nuestra andadura y nuestro futuro.

Utilizar ingentes cantidades de dinero público en beneficio propio nombrando multitud de puestos de dudosa o nula utilidad, ampliando ministerios que se solapan e incluso se estorban entre sí, amparándose en la potestad inherente, supuestamente concedida en las urnas, ¿es un progreso?

En realidad, cuando me refiero a «ciertas formas de comportamiento humano», y dada mi conocida y dolorosa preocupación por la deriva de nuestra clase política actual en el poder (sin excluir a los pretendientes del mismo), considero si su conducta va en la línea de la evolución o de la involución, sin descartar el objetivo de la destrucción. Dicho de otra manera, ¿avanzan o retroceden?, ¿afianzan valores o los van debilitando, cuando no destruyéndolos? Para ello, he escogido una serie de datos, preguntas y reflexiones, a modo de elemento conductor o eje sobre el cual giran los mencionados conceptos de natura y cultura.

Lo primero que me viene a la mente es, ¿la clase política, establecida como forma supuestamente necesaria y saludable para regular y ordenar la convivencia pacífica, «civilizada», basada en el derecho y la justicia (tanto la distributiva como la contributiva, etc.), cumple con ese cometido? Si la ley de la natura es la del más fuerte y la del más inteligente, defendiendo con su poder e inteligencia el equilibrio de la comunidad, ¿cumple el mismo objetivo la clase política, entronizada por la cultura, representada por individuos que no son, precisamente, salvo excepciones, ni los más fuertes ni los más inteligentes? ¿O la cultura, pervertida, es utilizada contra la natura? ¿Es, pues, la fauna política actual un producto de la evolución o de la involución, sin descartar la tendencia a la destrucción? Que el lector vaya sacando las conclusiones sobre el particular.

Se suele atribuir una valoración positiva al progreso, considerando éste una forma de evolución deseable para la especie humana; de ahí el tan cacareado adjetivo de progresista con el que se les llena la boca a muchos políticos pretendiendo, con la repetición «ecolálica» del vocablo, justificar iniciativas políticas, incluidas leyes, reglamentos, disposiciones etc. Ahora bien, fomentar la desunión entre los españoles, ¿es un progreso? Liberar a los asesinos ¿es un progreso? Ningunear a las víctimas, ¿es un progreso? Mentir reiteradamente, manipular, malversar los dineros públicos, ¿es un progreso? Vender humo, echar balones fuera, proyectar sus miserias en el adversario, ¿es un progreso? Aprovecharse descaradamente del establishment, no de sus virtudes, sino de sus defectos y fallos clamorosos que les permiten, al menos durante cuatro años, campar a sus anchas, abusar a diestro y siniestro, soslayando a la justicia prácticamente a su antojo y conveniencia, ¿es un progreso? Utilizar ingentes cantidades de dinero público en beneficio propio nombrando multitud de puestos de dudosa o nula utilidad, ampliando ministerios que se solapan e incluso se estorban entre sí, amparándose en la potestad inherente, supuestamente concedida en las urnas, ¿es un progreso? Pues ese «progreso» ha logrado que los ciudadanos, víctimas y/o cómplices del sistema, no tengan otra opción que la de sufrir las consecuencias. El rebaño ha sido domesticado, sometido. Le han convencido de que ni siquiera puede rebelarse realmente, pues le han dejado claro que para llevarlo a cabo ya está estipulado, legalmente, que su poder se reduce al voto, en principio cada cuatro años, en las urnas. Después, «ajo y agua», y hasta la próxima votación con las mismas consecuencias, previsiblemente.

Algunos me dirán que las protestas, las manifestaciones, las hipotéticas mociones de censura etc. pueden ser llevadas a cabo por la ciudadanía o por facciones políticas contrarias a la facción política en el poder. Incluso que existen políticos honestos. Es cierto, y algo es algo, no lo discuto, pero eso apenas si cambia lo nuclear de la cuestión salvo en contadas y excepcionales ocasiones, porque al final lo que perdura es el sistema establecido previamente. Vamos, que se cambian los collares, pero no los perros, según el dicho popular. Y si ese sistema, producto de la involución (con la consabida utilización de lo peor de la natura), y no de la evolución (con lo mejor de la cultura, lo que denominamos los valores) perdura, volverán a reproducirse las mismas consecuencias, lamentablemente.

Urge, pues, que la ciudadanía tome conciencia de la verdadera dimensión del problema, que se replantee el propio concepto del término democracia, cuyo significado y alcance distan mucho de lo que se ofrece y se vende en el mercado, mercadeo político, actualmente. Ya sé que me dirán que la gran dificultad para que logremos un nuevo sistema democrático (o cuyo nuevo nombre, de la post democracia por venir, ignoro), auténticamente progresista, reside fundamentalmente en muchos de los propios representantes políticos a los cuales se les acabaría el momio del que disfrutan ahora. Y por ahí no pasarían. Bueno, por ahí no pasarían a menos que no se les obligase ante el clamor de la ciudadanía. Entonces harían «de la necesidad, virtud». Ahora bien, si el rebaño sestea narcotizado o ilusionándose con engañar al engañador, o sacar partido de él, la cosa pinta mal. De sobra saben los políticos lo que tendrían que hacer para cambiar, para progresar, evolucionar. Si no lo hacen, si persisten en el modelo de «ahora tú, pero después yo, y vuelta a empezar», es porque ese sistema les interesa a todos ellos. Por eso no modifican el sistema electoral, ni acceden al modelo de listas abiertas, ni aceptan un modelo con transparencia en su gestión, ni un control efectivo de los gastos públicos, de sus nombramientos sin ton ni son, ni cesan en la manipulación de la justicia con el nombramiento de sus respectivos representantes, ni promueven la independencia real de los tres poderes etc.

Ya sé que hay mucha gente que, argumentando y amparándose en motivos personales mucho más que en razones objetivas, cree que el sistema actual les favorece. No digo que no tenga cosas positivas. Solamente les pido que reflexionen sobre las consecuencias de las cosas negativas. Vamos, si prefieren la evolución, la involución o la destrucción.

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