Calificativos nuevos para sustantivos viejos
Siendo el lenguaje el vehículo y el pasaporte que permiten relacionarnos, comunicar el nombre de las cosas, de las ideas, de los pensamientos, de las emociones, etc. parece normal que algunos vocablos se desgasten con el uso, obligando a redefinir la realidad antigua con la mirada nueva de quien llega detrás. Se añaden matices, cualidades, verdades nuevas y diferentes de lo ya conocido, siempre incompleto. Ya sabemos, por ejemplo, que no es lo mismo definir a un elefante visto por detrás que visto por delante. Es el mismo elefante, obviamente, pero no es la misma representación mental.
Hago esta introducción para remarcar la importancia que tiene el conocimiento más amplio y profundo de las cosas para entenderlas mejor. Ocurre, también, que no pocas veces se cambian los calificativos no porque los antiguos ya no sirvan sino porque no nos interesan, bien sea porque se han devaluado como las monedas o porque preferimos darle un sentido nuevo más acorde con los tiempos que corren, teniendo en cuenta los deseos y preferencias del calificador. Voy a proceder a valorar diferentes sustantivos, considerandos éstos como «palabras que sirven para designar los seres vivos o las cosas materiales o mentales». Es lo que conocemos como definición. Claro, que siendo la palabra un invento humano, éste puede, asimismo, añadir calificativos a esos sustantivos pretendiendo matizar, añadir, reforzar, etc. el valor de los mismos. Puede, incluso, utilizar adjetivos que, contradicen la definición del sustantivo, ej. un sonoro silencio, que es una figura retórica del pensamiento conocida como oxímoron y que da mucho juego en la literatura.
Ciertos estados o conductas, antes calificados de «anormales», ahora lo son de «diferentes». Esto es muy importante porque introducen un cambio sustancial al suprimir una connotación negativa existente en el calificativo anterior. Diferente se emplea como sinónimo de distinto, pero sin connotaciones peyorativas respecto a lo «normal». O al menos lo intenta. Es el caso de lo catalogado antes como deficiencia o debilidad mental, y hoy como inteligencia diferente o, incluso, alternativa.
Como ya conocen mi tendencia a recurrir al humor, les refiero una anécdota verídica. En mi pueblo había una señora de pocas luces y muy aficionada al vino y que, dada la dependencia al alcohol y su escasa tolerancia al mismo, era calificada y tratada como borracha. La mujer tuvo que ser hospitalizada y el médico le dijo que padecía de alcoholismo; vamos, que era una alcohólica. Ella se quedó con el nombre y al regresar al pueblo se encaró con algunas personas recriminándoles su forma de tratarla. «Que sepáis, ignorantes, que yo no soy una borracha sino una alcohólica, que me lo ha dicho el médico».
Ciertos estados o conductas, antes calificados de «anormales», ahora lo son de «diferentes». Esto es muy importante porque introducen un cambio sustancial al suprimir una connotación negativa existente en el calificativo anterior
Es cierto que cuando se introducen términos técnicos o médicos para designar lo calificado en el lenguaje coloquial o en román paladino, se produce un «cambio de mirada». Veamos, sin ir más lejos, la diferencia evidente de valoración que existe entre hablar de la gordura excesiva, tocinera o sebosa y la denominada obesidad mórbida. El sustantivo es el mismo pero la consideración con el portador es diferente. Lo mismo ocurre cuando clasificamos una relación de pareja de inadecuada. Antes la tachábamos de conflictiva, distorsionada e incluso neurótica o patológica. Hoy, quizás por la afición hacia lo químico y lo evocador del concepto, se habla de una relación tóxica. Este calificativo tiene una resonancia directamente vinculada con lo venenoso y por tanto impacta como muy peligroso. Habrán observado que ya han aparecido profesionales expertos en «toxicidad en la relación de pareja», lo cual demuestra lo frecuente del asunto y la necesidad de la «desintoxicación» si se pretende solucionar el problema. Claro que no se trata de utilizar sustancias químicas, como antídoto del veneno, sino corrigiendo el entramado de emociones y creencias erróneas que cristalizaron en su día el proceso en cuestión. Estoy seguro de que hay solución para muchos de ellos, aunque habrá otros con menos suerte, como el reflejado en la tonadilla que asegura: «ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio; contigo porque me matas, y sin ti porque me muero». Claro que también se dice que es mejor estar solo que mal acompañado.
Y donde el lenguaje moderno cobra una importancia sin par es en la referencia al sexo. En realidad «nihil novum sub sole» (no hay nada nuevo bajo el sol) y lo que cambia únicamente es la puesta en escena, la representación, la necesidad, el orgullo o la revancha de la minoría sobre la mayoría, de lo oculto sobre lo visible, de lo secreto sobre lo patente, de lo privado sobre lo público, del triunfo de la transgresión sobre lo prohibido. Las expresiones como salir del armario, el sexo libre, el sexo alternativo, el orgullo gay, la demostración victoriosa del colectivo LGTBI, y otras siglas que se van añadiendo, ondeando su bandera cual hinchas del futbol festejando la victoria de su equipo, no dejan de ser, fundamentalmente, manifestaciones de afirmación y de deseo de ser reconocidos por la colectividad tanto en su orientación sexual como en sus derechos. Al final es la eterna lucha entre la normativa que trata de imponer la sociedad, incluidos los tabúes, y la tendencia tan humana de transgredir las imposiciones en nombre de la sagrada libertad individual. Lo que hasta no hace mucho se definía como perversión sexual, ahora se valora como una expresión más, o una alternativa, del ejercicio sexual normal.
Donde no surge ninguna duda, más bien al contrario, es en lo relativo a los derechos que son diversos, pero que en la sociedad actual sobresalen los económicos. Así, el concepto tradicional del matrimonio, una vez perdida gran parte de su definición etimológica, conserva entre otros reconocimientos sociales el referente a los intereses de los componentes de la pareja. Me malicio que si esos intereses no existiesen disminuirían las ansias de llamar matrimonio a lo que tradicionalmente no se conoce como tal. En fin, que los calificativos nuevos y los eufemismos, tales como llamar interrupción voluntaria del embarazo al aborto provocado, o eutanasia a la muerte programada, y que están legalizados, han llegado para quedarse hasta que otros, fruto del desgaste o de deseos nuevos, los desplacen.
Sabemos que el hombre tiene, desde el principio de su andadura, una cuenta pendiente con la naturaleza, esa fuerza tozuda que le ha obligado desde hace millones de años a ser lo que ella ha querido que sea. Algo que en el fondo nunca ha admitido de buen grado, sobre todo para ciertas cosas. Por eso tiene tanto interés por lo llamado artificial como antónimo de lo natural, que es mucho mejor, va usted a comparar…Lo artificial le atrae tanto que lo ha convertido en su verdadero «ídolo «, su meta. De momento, aparte de domeñar muchas de las leyes de la naturaleza, está a un tris de consolidar la inteligencia artificial a tope y, una vez conseguido el invento, la naturaleza se va a enterar de lo que vale un peine porque acabará siendo un juguete para el hombre. Entre otros objetivos está el de subsanar una de las injusticias más llamativas de la naturaleza al diferenciar los sexos. Así que, o todos hermafroditas o todos angelicales. Al menos es lo que pretende: otra cosa es que lo consiga.