Diario de León

Pobladura de Pelayo García y el Corpus Christi en el Páramo leonés

Publicado por
José Luis Alonso Ponga
León

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Buscando en los archivos de Roma alguna noticia sobre la Cofradía del Santísimo Sacramento de Laguna de Negrillos, me topé con una referida a la del mismo nombre de Pobladura de Pelayo García. En mi opinión debemos estudiar las tradiciones locales a la luz de los grandes contextos porque, al menos por lo que se refiere a la religiosidad popular, si no lo hacemos así corremos el riesgo de quedarnos en simples anécdotas locales sin apenas trascendencia. Laguna de Negrillos sólo se puede entender a la luz de otras cofradías paramesas, al igual que de su estudio puede surgir una luz que nos ayude a entender tradiciones que aparecen en aquellas. De ahí la gran importancia que, a mi juicio, tiene el dato sobre la de Pobladura de Pelayo García. Lo encontré en un elenco donde figuran todas las hermandades agregadas a la de Santa María sopra Minerva y que abarca desde 1539 hasta 1739,. De la paramesa dice: «Pobladura de Palajo. Dioc.. Legionen. nella Chiesa Parroquiale. 15 Agto 1658». Los errores se deben a que lo escribió el secretario que, al parecer, ni dominaba el castellano ni conocía el Páramo. En español sonaría así: : «Pobladura de Pelayo (García) Diócesis de León (sita) en la iglesia parroquial, agregada el 15 de agosto de 1658». La noticia, aunque escueta, es de gran importancia. En el siglo XVII abundaban las cofradías sacramentales (en algunas villas y ciudades podían encontrarse hasta una por parroquia), pero muy pocas consiguieron la agregación. La diócesis de León contaba, además de la nuestra, con las de Boñar, Lugan y Sopeña inscritas en 1543 y la de Fuentes de Los Oteros, de la que me ocuparé ampliamente en breve. En la provincia, había algunas más. La diócesis de Astorga tenía las de Matalobos del Páramo (inscrita en 1569), Molinaseca, Quintana del Marco y Tejedo de Ancares.

El documento es un catálogo alfabético de las agregaciones que remite a unos volúmenes donde estarían los documentos de unión convenientemente firmados por el responsable, detallando el nombre de la cofradía, la iglesia o ermita de ubicación, y el nombre del clérigo que consiguió la asociación. Hasta ahora nadie ha conseguido localizar los libros, por lo que tenemos que contentarnos con interpretar los escasos datos a la luz de las noticias que poseemos de otras cofradías que conservan todos los papeles.

La agregación conllevaba la plena participación en todas las gracias e indulgencias concedidas a la hermandad romana. La Archicofradía del Santísimo Sacramento en Santa María sopra Minerva de Roma fue instituida a instancias del fraile dominico Tommaso Stella, famoso por su piedad y elocuencia como predicador. Los fines de La Minerva, replicados en las reglas de las agregadas, son (eran): Tener reservado el Santísimo Sacramento en el templo con el mayor decoro posible. Acompañar al sacerdote cuando llevaba el Viático a los moribundos. Celebrar las denominadas «minervas», —misas, a poder ser cantadas, con procesión por el interior o los alrededores de la iglesia, llevando al Santísimo bajo palio—, el tercer domingo de cada mes. Celebrar con toda solemnidad la fiesta del Corpus Christi el jueves señalado, o el día que eligiesen los hermanos dentro de la infraoctava. Por eso, tanto en Pobladura como en Laguna aparecen noticias de solemnidades también el viernes y los días sucesivos. Para el acompañamiento del Viático el mayordomo convocaba a los hermanos a son de campana. Según la regla original debían darse un número preciso de campanadas con sus respectivos intervalos bien señalados para que nadie dudase de que se tocaba «a Viático». Reunidos los cofrades en la iglesia tomaba cada uno su vela para alumbrar al sacerdote. Uno de ellos, si no lo hacía el sacristán, portaba la campanilla que hacía sonar reiteradamente avisando al vecindario.

Los cofrades celebraban El Corpus con toda solemnidad, cumpliendo con la obligación de confesar y comulgar. Para ello en Pobladura de Pelayo García el párroco se hacía ayudar por otros dos o tres sacerdotes de parroquias cercanas, a los que se pagaba por la asistencia. Adornaban las calles con tapices y enramadas y debían solemnizar la ocasión con danzas y, si alcanzaba el dinero, con alguna comedia. Elegían a los danzantes entre los cofrades. El tamboritero no necesariamente era del pueblo. Había varios en el Páramo que ensayaban y tocaban en la procesión. Ellos han sido, en buena medida, los responsables de la conservación de los bailes y los que han introducido ritmos nuevos a lo largo de la historia. Sobre este patrimonio comarcal común, posteriormente cada pueblo eligió los lazos que le parecían más acordes con su estilo, por lo que las danzas se han convertido en seña de identidad local. Estas noticias se encuentran en los libros que se conservan desde 1666. Por ellos sabemos que la hermandad tenía en propiedad cordadas de cascabeles que los bailarines se ataban para dar mayor lustre al ritmo. La cofradía los alquilaba para las fiestas en pueblos vecinos. Despues de cada función el abad invitaba a los danzantes y al tamboritero a un refresco o a comer En la reunión que anualmente hacía la hermandad para renovar los cargos repartían entre los cofrades asistentes vino y avellanas.

La cofradía decayó en el primer tercio del s. XVIII, hasta casi desaparecer.. Se recuperó en 1828 pero nunca llegó a tener la importancia de siglos anteriores. Hoy se conservan las danzas como ejemplo del antiguo esplendor.

Los parameses, con la agregación a Roma, consiguieron las indulgencias que gozaba la Archicofradía, otorgadas por Paulo III el 30 de noviembre del año 1539 El papa Farnese había concedido a los hermanos de La Minerva las siguientes: Indulgencia plenaria el día de la entrada como cofrade o cofrada (en eso no había distinción), habiendo confesado y comulgado; otra indulgencia plenaria a todos los hermanos y hermanas que, confesados y comulgados, visitasen al Santísimo el día del Corpus Domini. Además indulgencia plenaria tres veces en la vida, a elección del propio cofrade o cofrada. Por otra parte los hermanos que acompañasen al Viático ganaban cien días de indulgencia. Lo mismo conseguían las cofradas —que por razones de decoro público no podían acompañar al sacerdote, sobre todo si la procesión era después del oscurecer—, si al toque de la campana rezaban de rodillas en su casa un padre nuestro y un ave maría encomendando a Dios al enfermo. En una época en la que el miedo al purgatorio era, prácticamente, la base de la religiosidad, las cofradías tenían en su caudal indulgenciario un poderoso atractivo. La del Santísismo de Pobladura lo tenía al completo.

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