Cerrar
Publicado por
Enrique Ortega Herreros psiquiatra y escrito
León

Creado:

Actualizado:

La maquinaria de la campaña preelectoral ya se ha puesto en marcha. En realidad, siempre está en marcha, desde el inicio de la legislatura recién estrenada, lo cual pone de manifiesto el interés real y primordial de «los elegidos por el pueblo», que no es otro, principalmente, que el de tratar de perpetuarse en el poder el mayor tiempo posible, lo cual no es nuevo, pero que en el Gobierno actual es de una demostración palmaria; está en su naturaleza, como en la fábula de la rana y el alacrán. Siempre aducirán que han sido «elegidos por el pueblo soberano».

Omiten, con una cara dura como el cemento, el para qué han sido elegidos. Y no porque no lo sepan, sino porque consideran que el asunto es, simplemente, un puro trámite necesario en la forma, pero no en el fondo. Vamos, el voto sería, como mucho, el equivalente al del telonero antes del concierto. Y, además, saben por experiencia que el pueblo soberano (¿soberano de qué?) volverá a repetir el proceso de elegir a sus representantes, los cuales, descojonados por dentro de la risa, no cejarán nunca en repetir lo importantes que son los electores al elegirlos a ellos…Que esto me recuerda (permítanme la digresión) el comentario de un gran humorista cuando decía que el periodo de las elecciones para los candidatos era, en realidad, el periodo de las erecciones (válido para todo sexo, género y variantes).

El asunto es serio, muy serio, pero todo indica que el pueblo soberano está más en Babia que en la Corte (admítase la metáfora, porque Babia es mucha Babia). Todo hace pensar que existe una disposición antropológica que «obliga» al votante, a la hora de votar en estas circunstancias, a ser entre medio tonto, tonto de baba o tonto perdido, lo cual no invalida su inteligencia preclara para otros cometidos. Es posible que haya mucho listillo que crea que va a beneficiarse del proceso (amén de los que, obviamente, viven de eso, sus familiares y adláteres), sobre todo los mandones o los envidiosos y perroflautas. También los biempensantes y cándidos de alma y corazón. Es posible que en la naturaleza humana esté inscrito un principio de sumisión ante el líder más fuerte o ante el más psicópata, mentiroso e incluso felón, si se tercia. He repetido en varias ocasiones que el sistema engendra o produce monstruos, como en el sueño de la razón de Goya. Lo cierto y verdad es que estamos sometidos a participar en un proceso espléndido en la forma, ideal en su declaración de principios, pero falaz en el fondo, prostituido por la utilización torticera de quienes deberían garantizar, precisamente, la limpieza y la justicia de su contenido. Pero el sistema está cristalizado y aunque también existen, no lo dudo, buenos políticos sensatos, solo cabe esperar al «descristalizador que lo descristalice, que buen descristalizador será…» .

Mientras tanto, pronto, muy pronto nos veremos invadidos de mensajes y promesas que nunca se cumplirán, como el dicho de prometer y prometer hasta meter (el voto en la urna, para la ocasión) y una vez metido, me olvido de lo prometido. Oyéndolos hablar, seducidos por la musicalidad de su discurso engolado, que bien saben ellos que arrebola y enardece, tratarán de convencernos de su vocación desinteresada y entregada al servicio de los ciudadanos. Que «hay que joderse», como diría un castizo conocedor de los resultados de promesas anteriores incumplidas. Y, no nos engañemos, pero mucho me temo que seguiremos convencidos de la bondad del sistema, o al menos de una maldad no mayor que la media de la ciudadanía, y seguiremos votando al trampantojo que es mucho mejor, más atractivo que la ruina del edificio que tapa y esconde.

Yo me pregunto, hasta cuándo el votante va a tolerar que su voto, cargado de esperanza y de buenas intenciones, pueda ser, posteriormente, utilizado por el elegido dominante según su conveniencia e incluso en contra de la decisión del votante. Porque hemos asistido y seguimos asistiendo, impasibles e inermes, a un cambalache indecente de coaliciones, de apoyos puntuales o permanentes contrarios a la lógica, a la ética e incluso a la estética. El que todo cambie para que todo siga igual me recuerda (inevitable referencia al humor) la respuesta de la chica zarabeta a quien le preguntaron sobre cómo iban, de su dolencia, sus ojos: «pues, ni peodes ni mejodes», respondió.

Veremos si esta vez, y que ojalá sirva de precedente, mostremos a los candidatos que nuestro voto no es, simplemente, un cheque en blanco, sino que ese cheque conlleva la garantía del buen uso de su valor. En lenguaje paladino, es como enseñarles los dientes, advertirles que no estamos dispuestos a seguir tolerando ni el ninguneo ni el despilfarro. El pueblo (no el rebaño), unido, y haciendo valer sus derechos y valores, puede enderezar a sus líderes y corregir la tendencia de muchos de ellos al abuso de sus poderes. Es cierto, también, que para unir al pueblo hace falta «un unificador que lo unifique y que buen unificador será…»

Es posible que más de uno piense que soy muy ingenuo al proyectar una esperanza utópica en el devenir de la política, cuyas raíces podridas se hunden en lo más profundo del alma social. Ya sé que los frutos del árbol o de la planta son la consecuencia de su esencia, pero tampoco ignoro que a un árbol se le pueden injertar nuevas esencias y lograr frutos distintos. Es posible, como diría un buen amigo mío, que, precisamente, porque soy bastante pesimista al contemplar la historia de la andadura y las andanzas del ser humano, no me quede más remedio que recurrir al optimismo (¿utópico?) como un intento del injerto que modifique la esencia. Al fin y al cabo, es lo que siempre han intentado las religiones, la filosofía liberadora, las artes en todas sus expresiones y, en gran parte, la ciencia con mayúscula.

En artículos anteriores ya me he extendido sobre el particular, pero no me importa citar, para la ocasión, algunos como el «¿Qué podemos hacer?» o el de «Democracia imperfecta». En el primero insistía sobre el valor de la manifestación en los medios de comunicación, ante los representantes políticos, sindicales, en las tertulias de amigos y familiares, etc., etc. de nuestra opinión y nuestros valores éticos y políticos. En el segundo me manifestaba convencido del poder del pueblo unido para revertir la política actual y consolidar un nombre nuevo de representación auténtica del poder del «demos». Yo, en mi tendencia humorista-optimista, lo bautizaba, primeramente, y echando mano de la ironía y la metáfora, como «la embestida poderosa de la manada», después, más bucólico, prefería el del «balido triunfal del rebaño», aunque, finalmente, me incliné sobre el de la «oniricocracia»(el poder y gobierno de los sueños), pero esta vez y para siempre sin que se produzcan monstruos…

Así que ya saben, a votar y a botar…