La guerra cultural
El próximo jueves 29 de septiembre, a las 19:30 horas, se presentará en la Casa de Botines de León el libro Sentimentales, Ofendidos, Mediocres y Agresivos (Editorial Sekotia) de Juan Carlos Girauta. El acto está patrocinado por el Diario de León y consistirá en una mesa redonda en la que el autor estará acompañado por Marcos de Quinto y un servidor, seguido de un debate con preguntas del público (la entrada es libre). Confío que sea de interés para los leoneses, como ha ocurrido en Madrid y en otras ciudades de España. Sin caer en el laudatio hagiográfico, se trata de uno los libros políticos más brillantes que se han escrito en la última década en España; un monumento didáctico a la racionalidad y a los valores de la Democracia Liberal.
El formato es una epístola a un joven arquetípico de 18 años, imagen especular en el espacio-tiempo del propio Girauta, buscando que no caiga en ese grupo inane —creciente en número— de los «sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos». El texto explica en qué consiste la tan referida «Guerra Cultural», que afecta a las democracias liberales desde hace ocho años y que no se debe confundir con la Kulturkampf , definida por Rudolf Virchow para enunciar el conflicto entre el gobierno de Otto von Bismarck y la Iglesia católica. La Guerra Cultural ahora es el motor de la nueva izquierda, dirigida en agresión a los fundamentos de la Democracia Liberal y materializada —en un cursi sentimentalismo sonrojante— por una multitud de causas identitarias, cuyos postulados se convierten en artículos de fe y que agreden cualquier debate o discrepancia, condenando a los disidentes o no afines a la «cancelación» y marcándoles con el ominoso adjetivo de «negacionistas».
El ensayo contiene fragmentos literales de los principales pensadores de este siglo y finales del pasado, constituyendo una crestomatía de las ideas sociales y políticas, a la vez que descarta aspectos conspirativos. El origen del problema es el trabajo de los filósofos postmarxistas Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista (1985) y La razón populista (2005), pero el término «hegemonía cultural» ya había sido propuesto por Antonio Gramsci como una estrategia comunista en la segunda década del siglo pasado, considerando que el control del marco cultural y sus élites (artes, academia y medios de comunicación) es lo que llevaría a la revolución socialista. Aunque ese pensamiento tuvo una gran influencia en Europa (especialmente Francia) entre 1950-70, con Laclau y Mouffe se da una vuelta de tuerca. La nueva tesis coincide con Gramsci en la crítica al economicismo marxista, pero va más allá y ya no considera válido el concepto de lucha de clases de Marx, ni reniega aparentemente de la Democracia Liberal, sino que propugna la democracia radical (que supone la muerte de la primera) donde todos los antagonismos pueden ser desarrollados. La formulación se basa en conceptos postmodernos, como el psicoanálisis (Lacan), dominación (Foucault), deconstrucción (Derrida), filosofía del lenguaje (Wittgenstein y estructuralistas) y ha sido un éxito para la llamada nueva izquierda. La función socialista sería articular (lo que en la jerga denominan discurso / relato) una miríada de teselas identitarias y variopintas (incluso contradictorias), como: feminismo de tercera ola, lenguaje inclusivo, ideología de género, transexualidad, anti-globalización, aborto sin restricción, Me Too, catastrofismo climático, nucleares no, revisionismo histórico, pacifismo, animalismo, multiculturalismo, indigenismo, BLM, nacionalismo / independentismo, etc y curiosamente… anti-semitismo. El objetivo es doble, por una parte, la articulación del discurso lleva a quién «compra» una parte, subscriba el lote completo de causas y, aunque la derecha y centro político terminen aceptando ese nuevo paradigma (ampliando la «ventana de Overton»), la reclamación se radicaliza, pues lo que se busca es tensar la cuerda en un antagonismo perpetuo como motor revolucionario que supere al contrario. Lo grave no sólo es que los políticos de derechas y centro no se enteren de esto (son pocos los que tiene lecturas y suelen apostar únicamente por la gestión, sin meterse en aspectos intelectuales), sino que los CEO de grandes multinacionales y bancos han caído en la trampa de lo «políticamente correcto».
En el libro, Girauta refuta con datos esas causas identitarias, pero lo esencial es lo que concluye: no podemos eludir la guerra cultural, pues ya está lanzada como una agresión a los valores liberales y ahora se trata de luchar, no para sustituir la hegemonía de la izquierda por la de la derecha, sino por los principios de la Democracia Liberal y la Ilustración. Toda idea se puede discutir y debatir, porque: ser demócrata no sólo es para poder expresarse libremente, sino para defender que también se exprese en libertad el que opine en contra de mí.