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Una cuestión que me preocupa y me ocupa parte del tiempo, es la de alcanzar concordias, que no es únicamente conseguir arreglos, sino crear entendimiento entre uno mismo y los demás, aprender a reprenderse aceptando las diferencias y valorándolas, serenando los caminos que nos armonizan en lugar de fragmentarlos. La tarea no es fácil, nunca lo ha sido, y ahora con el fuerte virus de la deshumanización que destroza todos los vínculos, también el de la familia, la inhumanidad se manifiesta en cualquier rincón. Lo cierto es que no vamos a cambiar el mundo si no mudamos de aires en la educación.

Hoy más que nunca, hace falta un gran pacto educativo entre la familia y sus diversas culturas, entre la escuela y sus variados entornos, entre los países y sus múltiples nacionalidades.

Por cierto, hemos sido incapaces de comprendernos, pero nadie se recrimina a sí mismo. La irresponsabilidad, incapacidad e ineptitud la solemos verter en los docentes, que a pesar del calvario continúan animados a seguir adelante. Mi gratitud hacia ellos, dispuestos siempre, tanto a enseñar como a producir en el alumno valores y estima. Sin duda, no hay mayor afecto, que el darse y el donarse transmitiendo razón.

Ellos, los docentes, saben bien que no se pueden alcanzar concordias, bajo un clima de divisiones en el propio hogar del alumno. Deberíamos, en consecuencia, que cada cual se enderezase. No deja de ser humillante para una persona de principios, saber que todo se desmorona por ese estado de confusión que padecemos o de ideología de género que sufrimos.

La realidad es muy triste, pero la esperanza de la visión del Grupo de Trabajo Internacional sobre Docentes para la Educación 2030 es clara y contundente: “La enseñanza deber ser una profesión valorada y todos los alumnos deben ser enseñados por docentes cualificados, motivados y empoderados dentro de sistemas bien dotados, eficientes y gobernados de manera efectiva para fomentar el estudio y lograr un aprendizaje inclusivo, educación equitativa y de calidad para todos”. Ciertamente, la ciudadanía en su conjunto, debe reintegrar el esfuerzo de todos por la educación, universalizar la alianza formativa, no sólo instruir con el lenguaje de la cabeza, igualmente con el lenguaje del alma y las manos tendidas y extendidas siempre hacia el análogo, que camina a nuestro lado. No olvidemos jamás, que allí donde cohabita la avenencia siempre brota el laurel.

Indudablemente, tenemos que armonizar actos y actitudes, evaluar ambientes y situaciones, para que cualquiera de nosotros, más pronto que tarde, podamos discernir en libertad, sin doctrinas que nos adoctrinen, impidiéndonos sentir lo que uno piensa y lo que en realidad hace; para en coherencia actuar, haciendo lo que siente y lo que piensa.

Esa armonía, de la que estamos hambrientos a más no poder, hay que lograrla cuanto antes, si en verdad queremos salir de esta crisis, que nos ha dejado sin corazón, al rumbo único del tanto tienes tanto vales. Por consiguiente, sin demora, consideramos el regreso al pulso del verso para volvernos poetas en guardia permanente y embellecer lo empedrado; al calor del hogar para sentir el verdadero amor y poder abrir las puertas del gozo existencial; al vocacional maestro para dar lecciones de virtudes, puesto que todos somos aprendices y ejecutores.

Esto es cultivar y hacer culto a la cultura del campo humanitario, del que ahora andamos escasos por el mundo. Para desgracia nuestra, la tensión y la incertidumbre que nos gobierna, nos está manejando a su capricho. Lo verídico siempre está ahí, y es que no solemos ver más allá de nuestros propios intereses mundanos. Convendría despertar y remar hacia otro rumbo, antes de ahogarnos en nuestros vicios y esclavitudes. Salgamos a tomar aliento como locución de aire para el espíritu, a redescubrir la naturaleza como expresión pedagógica para tomar conciencia. Dejémonos asombrar por la quietud que nos embellece, tomemos esa dimensión lúdica que nos hace recrearnos y crecer en comunidad.

Naturalmente, no podemos alcanzar concordia alguna, caminando solos, sin compartir nada y rotas las raíces que nos sustentan con nuestros abecedarios, ya sean en modo pauta, escultórico, en color o en calor literario.

Todavía, nos conviene recordar cada mañana, que el futuro es nuestro; únicamente hay que ponerse a remover cada cual desde su ánimo creativo. Cuidado, eso sí, con frenarse, corromperse, viciarse o desviarse. En cualquier caso, donde quiera que miréis y veáis la ponderación sin congoja, la paz sin sumisión, la riqueza sin exceso, lo decente sin indecencia, vociferad socialmente; es un ser radiante el que aquí guía.

Desde luego, los liderazgos, en tiempos tan complejos como el presente, son vitales para aminorar la discordia que todo lo destruye, incluso las más enérgicas potencias.