Diario de León
León

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Deseo dejar claro, desde el inicio de este artículo, que ni pretendo ni comparto el que una lengua sea superior o inferior a otra. Todas, las seis mil que se hablan en el mundo, me parecen un milagro de la evolución humana.

Según reza el dicho popular, hablando se entiende la gente, aunque también sabemos que el guirigay es la mejor manera de que nadie se entere de lo que dice el otro. Si bien es cierto que las lenguas tienen, desde su origen, el cometido de comunicar, hacer comprensible y compartir con el otro el conocimiento de las cosas, de las emociones, de los pensamientos y deseos, etc. ocurre que también se han empleado para imponer, subyugar. Siempre ha ocurrido, sin embargo, que, al final, lo que predomina es aquello que la muchedumbre, el pueblo, en principio llano y soberano, utiliza como forma de entenderse. Es por eso que unas lenguas desaparecen y nacen otras nuevas, muchas de ellas retoños de un mismo tronco o tocón.

Pero ¿qué pasa cuando la lengua no se utiliza, fundamentalmente, para comunicar sino como modo de enfrentamiento? En primer lugar, se genera un conflicto artificial y artificioso que solo puede acabar en la construcción de un «edificio babélico sin cimientos» y, por tanto, susceptible de derrumbe a la corta o a la larga. Se crea, asimismo, una distorsión en la propia definición de las lenguas, cual es el entendimiento entre las personas, que acaban empleando las palabras para otros fines distintos para los que fueron creadas.

Es obvio que la manipulación política es descarada y falsa, muy falsa. Tratan de engañar utilizando medias verdades o mentiras disfrazadas

¿Por qué existe en varias comunidades autónomas, y especialmente en Cataluña, tanto empeño en atacar la lengua de todos so pretexto de que esa lengua jibariza otras lenguas, y especialmente la suya? En el caso del catalán, lengua viva y rica, todo parece indicar que una parte de los catalanoparlants se enfrentan a otra parte de los catalanohablantes porque, aunque todos sean castellanohablantes, deben luchar contra los castellano-españoles por ser considerados invasores estos últimos, lo cual pone de manifiesto que ellos se consideran invadidos, cosa que no tiene otro fundamento que el complejo que ellos tengan a bien de airear; que ese es su problema, y que pretenden resolverlo atacando al supuesto, pero inexistente, invasor. Vamos, lo de los molinos de viento de D. Quijote. En esa dinámica hacen todo lo posible por provocar al «español» para que les acabe mandando a freír espárragos (forma suave y delicada de lo otro que están pensando ustedes) y así darse la razón a sí mismos en su falso planteamiento original. Pero resulta que «el español», en su gran mayoría, no quiere entrar al trapo, entre otras cosas porque siempre ha considerado a Cataluña como una tierra hermana dentro de la familia que es España.

Es obvio que la manipulación política es descarada y falsa, muy falsa. Tratan de engañar utilizando medias verdades o mentiras disfrazadas. Ya sabemos que existen, tanto en el inconsciente individual como en el colectivo, tabúes, arquetipos, imágenes, símbolos, mitos, ídolos, complejos, etc. que hacen muy sensibles a los hombres, bueno y a las mujeres y al resto de géneros, y que manipulados con cierta maestría provocan desencuentros y conflictos que luego los manipuladores tratan de rentabilizar a su favor. No es la diferencia de la lengua lo que crea desunión sino la libertad de pensamiento lo que les incomoda. Pretenden exigir el pensamiento único para todos, siempre y cuando sea su pensamiento el que prevalezca y valide sus exigencias.

El «España nos roba» fue una afirmación- slogan que no solo sirvió para tapar y desplazar el latrocinio interno, sino un intento, también, para justificar incumplimientos de las leyes de la convivencia, así como otras transgresiones mucho más graves de las mismas. Bajo el pretexto de sentirse atacados y subyugados por el resto de España, emprenden una campaña de ataque a la lengua española, sin diferenciar el mensaje del mensajero, tratando de subvertir el orden establecido, haciendo gala de prepotencia unas veces, y otras de una buena dosis de cobardía, de la cual hizo gala su líder en su día.

La creencia de ser superiores, más progresistas, más avanzados social y culturalmente hablando que el resto de sus compatriotas (al margen de lo que todos admitimos y valoramos positivamente, y hasta nos orgullecemos de ello), no deja de ser un recurso más para intentar demostrar que no quieren mezclarse con «razas inferiores», calificadas, incluso, de bestias por uno de sus máximos líderes (bastante tonto y lerdo, todo hay que decirlo). Los calificativos despectivos de maqueto o el de charnego ponen de manifiesto la catadura moral de quienes los utilizan. Y lo más triste y sangrante es que parte de la Iglesia cuyo fundamento y misión es el de proclamar y fomentar el amor entre hermanos, se haya pervertido defendiendo lo indefendible contribuyendo a, justamente, todo lo contrario.

El recurso de atacar a la lengua común, utilizando como arma arrojadiza la vernácula tratando de convertirla en la razón y justificación para reconquistar un territorio que nunca había sido conquistado previamente, es una forma espuria de tratar de pervertir la historia para justificar sus ansias de poder. Desgraciadamente es de todos conocido el talante manipulador de los políticos en general y sobre todo de algunos en particular. Están instalados en el cuerpo social donde desarrollan sus particulares tendencias a enredar y usar el poder que les otorga la sociedad más en beneficio propio que en el de la comunidad.

Ignoro cómo acabará el conflicto entre ciertas comunidades autónomas y el gobierno central de todos los españoles, tal es el grado de degeneración política del gobierno actual, por una parte, y la tendencia a incordiar de forma continua de ciertas comunidades, por otra, utilizando la lengua como arma arrojadiza.

No me digan que no es ridículo pretender utilizar intérpretes para que traduzcan sus diferentes formas de expresarse a la misma lengua que todos ellos hablan en común. Es tal el dislate que movería a risa si no fuera, en el fondo, tan triste. Todo lleva a pensar que los disparates provocan adicción y dependencia, a juzgar por la tendencia que algunos partidos políticos tienen a recurrir e incurrir en los mismos. No me extrañaría que, de cuajar esa pretensión, dentro de poco se precisarían intérpretes para traducir el acento canario al acento gallego, y éste al deje andaluz, el cual utilizaría el «pisha» para indicar que se parece al «joer macho» o al «ayvalahostia Pachi» o al «tío tú», y a otras muchas expresiones españolas, todas ricas en matices y enriquecedoras del lenguaje común.

El mito de la torre de Babel fue, según parece, un castigo de Dios por pretender el hombre, orgullosamente, llegar al cielo. Para ello confundió las lenguas de unos y otros haciendo imposible que se entendiesen entre sí. O aprendemos del mito y rectificamos o ya sabemos lo que nos espera.

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