Desorientados: un nuevo ambulatorio
En lenguaje médico-hospitalario es muy común el intercambio entre los profesionales y en sus diagnósticos escritos este mensaje: «El paciente ingresa desorientado o, por el contrario, el paciente ingresó y permanece perfectamente orientado». Una buena orientación, no sólo en el campo de la salud, sino también en el mundo laboral y en la vida, de forma general, es un excelente presagio, mientras que la desorientación en ninguna circunstancia es buena.
Hoy quiero ofrecer a los lectores mi reflexión sobre estos términos: oriente/orientación y sus antónimos occidente/ocaso son vocablos provenientes todos ellos del latín (¡ay el latín, tan denostado por los analfabetos!). Orior, ortus = nacer, levantarse y occidere, occasus = morir, caerse; ruina, decadencia, muerte.
En educación y en otras profesiones existe el puesto de orientador, importante como apoyo y sostén a tantos miembros del colectivo donde se desempeñan profesionalmente. No vale cualquiera para ejercer dicha labor correctamente, aunque a nadie que curse el curriculum correspondiente se le pueda negar el diploma. Los amargados, o con cara de úlcera estomacal; los deprimidos y tristes, por muy diplomados que estén, transmiten tristeza, desilusión y pocas ganas de vivir, de ahí que, en los exámenes correspondientes para colocar orientadores y animadores de la vida, deberían descartarse a los melancólicos (melan-jolos = humor negro). El médico, el sanitario, el orientador deberían trasmitir serenidad y deseo de vivir; su contacto, su presencia, su mirada, siempre que son positivamente incentivantes, resultan saludables, curativas y vitales; lo contrario tiene mucha carga pesimista y debería cuidarse este aspecto. Por eso un buen sanitario, un buen educador no pueden tener sueldos de miseria e impropios de su responsabilidad, porque a diario cuidan la vida desde las raíces primigenias, y, si nunca se debería faltar al respeto ni infravalorar a ninguna persona, a ningún profesional, estos héroes y heroínas de la salud y de la educación deberían contar con nuestra admiración y sincera gratitud, ya que la Administración no los valora ni incentiva debidamente. Señora ministra de Sanidad y señora ministra de Educación, pónganse las pilas de una vez y atiendan dignamente a estos profesionales. Sean ejemplo ustedes para sus compañeros de gobierno, a ver si se ganan el sueldo que, sin pudor, se acaban de subir con absoluta desvergüenza.
A mis años, ya cuento en mi curriculum, amén de la profesión de orientador y psicólogo, con un buen número de ingresos hospitalarios y un abultado cómputo de horas como interno tanto en hospitales públicos como privados, y no hago distinciones a la hora de agradecer a unos y otros la bondad y excelencia en el trato y cuidado recibido de todo el personal médico, asistencial y de servicio. En mi vida he conocido hospitales en los EE UU, en Canadá, en Alemania, en Italia, en Francia, pero lo digo de corazón: como en España, en ninguno de los países citados. Siento verdadero orgullo y gratitud por nuestra Sanidad y por nuestros profesionales sanitarios.
Alguien me dirá: ¿es que aquí no tenemos nada que mejorar? Muy cierto. Siempre podemos mejorar y a eso me sumo hoy, primero para pedir que no se critique a colectivos como a los que me refiero, si no se les conoce de cerca, porque les hacemos mucho daño y necesitan moral firme para seguir a pie de obra y, en segundo lugar, para ofrecerles una iniciativa. Creo que en nuestros hospitales y en nuestros ambulatorios falta algo que los haría aún más acogedores y más adecuados para los que acudimos a ellos o en los que nos ingresan para curarnos o atender nuestros achaques.
Veo con satisfacción que en el barrio del Ejido se está ultimando la construcción de un nuevo ambulatorio que liberará la abultada carga del de José Aguado. Pues bien, propongo a los técnicos responsables de la puesta a punto de este edificio de nueva planta y luego en el resto de los que tenemos en toda la provincia e igualmente en nuestros hospitales, se instalen pantallas donde se diga y puedan ver claramente los pacientes que acuden a consultas o son atendidos (urgencias), o internados, el día, el mes y la hora en el que estamos, la ciudad donde se nos atiende (no es una tontería poner fotos como la Catedral, San Marcos, Botines, etc., que ayudan al paciente a situarse y orientarse al contemplarlos); póngase en las pantallas de las consultas el número que tenemos para la cita, pues las llamadas por megafonía no son captadas por los muchos hipoacúsicos que acudimos al servicio, y si estamos en urgencias, las sobrecarga emocional nos incapacita aún más. La información abundante y bien presentada, ni es cara ni molesta a nadie, ayuda a mejorar nuestra orientación espacio-temporal.
Y para acabar aún más en positivo, quiero tener un recuerdo agradecido a cuantos profesionales y gentes de bien perdieron sus vidas durante la pandemia, poniendo a salvo la nuestra y la de nuestras familias; con ellos y ellas, trabajadores en empresas públicas o en empresas privadas, sin distinción de ningún tipo, tenemos todos una deuda impagable de gratitud. Subrayo lo de público y privado porque desde hace unos años hay un colectivo de malos políticos y peores ciudadanos, empeñados en demonizar a las empresas y a los empresarios privados, como si sólo lo público nos diera de comer. Eso es un grave error. Creo debemos defender y apoyar todo lo que crea bienestar y exigir responsabilidad en ambas esferas. Invito, pues, a la ciudadanía a facilitar los servicios y el trabajo de todos los profesionales que, de una u otra forma, nos atienden a diario y nos ayudan a seguir bien orientados, sin perder el norte. De eso se trata: la buena educación cívica nos ayuda a todos y mejora la convivencia, mejora la vida de todos, de sanos y enfermos, de niños, jóvenes, adultos y mayores. Eso es calidad y civismo, lo contrario es sectarismo de la peor calaña, que nos daña a todos y no beneficia a nadie.