Diario de León
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Durante los últimos meses llegan, continuamente, noticias referidas a diversas comarcas leonesas, —Cabrera, Maragatería y Cepeda, sobre todo—, acerca de la instalación de los denominados «huertos solares»; el fin es lograr energías alternativas a las producidas por las clásicas de origen fósil y nuclear, a la vez sumándose a otras, caso de la hidráulica o la eólica.

Ciertamente este intento de lograr la necesaria e imprescindible energía eléctrica, de un modo endógeno y menos dependiente de la importación, dada la escasez, caso de España, de recursos fósiles, por ejemplo de petróleo y gas, máxime tras el cierre de las minas de carbón y el consiguiente de las centrales térmicas más el intencionado apagón de las nucleares existentes, se impone a fin de evitar dependencias de megavatios exógenos, sean nucleares de Francia sean térmicos de Marruecos o gas argelino. Es recomendable la apuesta no solo por estrategia de independencia sino también ecológica máxime en un espacio, el español, donde se disfruta de abundantes horas solares anuales y la consiguiente pérdida de millones de kilovatios «caídos del cielo». Las razones para la búsqueda de energías alternativas son tan contundentes como las necesidades. En conclusión, el aprovechamiento de lo que se dispone, se impone; por otra parte, los recursos tecnológicos concurren con suficiencia. Los argumentos, pues, en pro de este aprovechamiento bien parecen contundentes, pero llegan los «peros».

El primer «pero», estas riquezas «caídas del cielo» las controlan grandes empresas energéticas. Empresas que se publicitan en competencia pero a las que le delata sus reiteras muestras oligopolistas y con un denominador común: ganancia y logros de superávits que, incluso, desde una visión capitalista, se ofrecen groseros. Cada ejercicio económico supera cuantitativa y ostentosamente los beneficios del anterior a la vez que crece, sin escrúpulos, la carga de costes reflejados en los recibos de los usuarios; es decir, la ciudadanía se halla inevitablemente «enchufada e inexorablemente enganchada» a este servicio cargado de elevadas tarifas mensuales. Al aguzo no se puede regresar, ni razón que lo justifique, para alcanzar la reconocida comodidad energética de nuestros hogares, mas nada justifica tal ansia crisolhedonista sí se tiene en cuenta que gran parte, —¡ojalá fuera más!—, de los kilovatios «caen del cielo», además caen gratis.

En segundo lugar, —segundo «pero»—, estas empresas necesitan espacio, suelo privado o público; preferiblemente público, dado que es más barato y fácil de domeñar. Resulta que en León existen miles de hectáreas de terreno comunal; sobre todo en las comarcas citadas a las que habría que agregar los Ancares. Los responsables de estas empresas conocedores de la circunstancia acuden con intensa fruición ante ayuntamientos y juntas vecinales. Los informes, también los rumores, abundan en datos: cantidad de hectáreas por pedanía, alquileres anuales por hectárea, etc., etc., al punto que bien parece que comarcas leonesas resultarán «alicatada» con paneles solares en los que, a su vez, se reflejan los molinos eólicos. Una acción alternativa e irónica frente a una provincia que dispone de un gran número de reservas de la biosfera reconocidas por la Unesco, siete en total.

Esta provincia, en tercer lugar «pero», y una vez más, se predispone a subir al ara del sacrificio, en este caso energético, tras anteriores ascensos por mor de las explotaciones carboníferas y mediante las anegaciones hidráulicas de valles y pueblos; al tiempo, se invoca el efecto salvífico de tales instalaciones para una provincia mermada en todos los órdenes socioeconómicos, mientras que los promotores y los apernadores defienden el efecto salutífero de las mismas: empleo, riqueza, freno a los abundantes espacios rurales «vaciados y vacíos», etc.

Sin entrar en más detalles ni abundar en las posibles engañifas consecuentes, —un cuarto y último «pero» cargado de temor—; la región leonesa, los ejemplos son abundantes, ya ha dado reiteradas muestras de generosidad a la vez que como retorno o «agradecimiento» solo le ha llegado iterada tacañería; los leoneses disponen de motivos para desconfiar, les basta recordar las explotaciones mineras, desde el siglo XIX, y la construcción de pantanos durante los dos últimos siglos. Por razón de tales «peros», estimo que deben invocarse las palabras de Laocoonte, sacerdote troyano, estupefacto ante la actitud de sus conciudadanos para recibir como regalo de Atenea el caballo ideado por el habilidoso Ulises y depositado a las puertas de las infranqueables murallas de la ciudad de Troya. El sacerdote les recomendaba con rigor que no introdujeran la supuesta dádiva en la ciudad, que permaneciera extramuros. Les gritaba: «(troyanos) temo a los aqueos (griegos) aunque nos den regalos (lat.: timeo danaos et dona ferentes). Los troyanos no atendieron la recomendación de Laocoonte. El caballo fue introducido en la ciudad. Llegó la destrucción. El final de Troya.

No se trata de llevar la desconfianza al límite, pero sí prestar abundante cautela, leer atentamente las condiciones de los contratos, sospechar de los supuestos regalos que bien pudieran llegar cargados de ponzoña; el fin es evitar hipotecas definitivas o la destrucción intemporal de los pueblos. Los leoneses, opino, ya disponen de experiencia y también de información suficientes para atisbar las consecuencias de las malas prácticas, de la salida de riquezas sin retorno positivo, de los aprovechamientos sin escrúpulos. Pudiera suceder que regrese Ulises; esta vez sin yelmo, ni casco ni escudo; en esta ocasión, revestidos de corbata, ordenador y, quizás también, de posibles, a la vez que frecuentes, « mordidas», dádivas atractivas destinadas a quienes deciden o firman los concesiones. ¿Son los nuevos aqueos insertos, no en caballo de madera, sino en vehículos todoterreno y resueltos, sin escrúpulo, a ofrecimientos ocultos destinados, por ejemplo, a representantes públicos o a moradores en puntos de decisión?

Finalmente, las pedanías logran recursos por el alquiler de sus terrenos comunales es recomendable que se inviertan los insumos o regalos llegados, supuestamente «caídos del cielo», pero que pueden en tornarse en consecuencias dramáticas, por ejemplo incinerando los recursos generados por tales alquileres en malas prácticas, en mala gestión, consumiéndolos en festivas celebraciones recogidas en reconocible catálogo de todas las fiestas populares ibéricas. De esta mala práctica también tenemos abundante información. Lo festivo es necesario, mas no lo único. ¡Cautela!, pedía Laocoonte, atención, no sea que nuevamente se adentre el caballo de Ulises y también llegue la destrucción. Debo recordar que Troya sólo quedó para la arqueología, de momento esperamos y deseamos que la región leonesa no se quede en un extenso campo arqueológico, parque temático o extenso cazadero de numerosas y varias piezas que se disfrutan de modo exógeno mientras crecen los desiertos demográficos y la recesión económica con sus consecuencias, —¿algunas dramáticamente ya presentes!—, despoblación y envejecimiento, abandono de los pueblos, paro y emigración. Los datos objetivos tozudamente se manifiestan de continuo. ¡Ahí están! Léanlos, por favor.

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