Diario de León
Publicado por
Matías González, sociólogo
León

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Durante todo el siglo XX el capitalismo mantuvo un duro pulso con el sistema comunista por imponerse como modelo económico social en el mundo. Esta enconada rivalidad entre adversarios dotados de fuerzas equivalentes fue causa de que ambos adoptaran una actitud contenida, de cara a preservar las energías en la que se preveía pugna de incierto final. La existencia de un contrapeso obligó al sistema capitalista a mantener alerta sus mecanismos defensivos y no dejarse llevar por ninguna euforia desmedida que podría redundar en su propio perjuicio. Toda disfunción de sistema era aprovechable por el adversario para fortalecerse a costa del rival.

El inesperado colapso del sistema comunista en la ultima década del siglo veinte cambió radicalmente la situación. El capitalismo se mostró al mundo como triunfador y como una consecuencia de tal victoria entró en una especie de embriaguez que ha sentado las bases para los problemas que ahora nos llegan. Esa embriaguez ha estado alimentada por un poderosos narcótico que ha corrido burato y en cantidades nunca vistas: el dinero.

Los bancos centrales de Occidente emprendieron desde la crisis de internet, los sucesos del 11 y el colapso de la vivienda, una política de reducción de tipos hasta extremos nunca vistos y hasta límites mucho mas allá de lo sensato. No se puede negar que esa actitud complaciente de la autoridad monetaria con el sistema financiero solo se puede entender en ese estado de narcosis en que el sistema se siente tan seguro, por falta de alternativas, que tiende al abuso.

La baratura del dinero fue justificada como la respuesta al peligro de crisis y solo fue posible por la combinación de una inflación muy débil, la apertura del mercado mundial a los países pobres con producción barata y la abundancia de ahorro de los países productores de materias primas y las economías ahorradoras de Asia-Pacífico

Pero ni la una ni la otra debieron hacer posible este exceso de euforia que propició la borrachera senil de los banqueros centrales quien en lugar de comportarse como padres responsables con sus hijos derrochones se mostraron indulgentes por su desmesurada autoconfianza. Olvidaron, en su excitación inducida por el tóxico de la autocomplacencia, que el capitalismo a pesar de su triunfo se mantiene sobre bases inconmovibles: la avaricia de ganancia. Y cuando ese sentimiento se deja de controlar como sucedió con el sistema financiero en los pasados años, todos los elementos del mercado se embriagan con la facilidad del crédito y tienden al exceso de las deuda. Este cáncer del sistema es una vez más el causante de la crisis que ahora nos ahoga. La resaca, dicen será larga, acorde con la dosis narcótica ingerida.

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