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Leo hace unos días un artículo en el que se dice: «Uno empieza a cansarse de tener que escuchar discursos de odio y de desprecio a Valladolid todos los días». Para a continuar afirmando: «no tenemos suficiente con los catalanes como para tener que aguantar también a nuestros vecinos».

Ya ven ahora resulta que según esa visión, la víctima es Valladolid y los agresores el conjunto de los leoneses. No deja de ser curioso esa perspectiva cuando unas dos terceras partes del presupuesto de la Junta no se reparte por provincias. Ese presupuesto no provincializado «igual va» a una ciudad que reúne algo así como 54 de las 59 sedes del ente autonómico.

Una vez más desde Valladolid se ejerce el antagonismo con Cataluña y lo asimila a las discrepancias con el marco autonómico de Castilla y León. Igual es que «no hay peor cuña que la de la propia madera». No olvidamos que Valladolid fue repoblada con catalanes.

Es un dato conocido que desde Valladolid históricamente se ha fomentado el marco de Castilla y León como referencia de oposición a los nacionalismos vascos y catalanes.

En último extremo podemos decir que la integración de la Región Leonesa en ese conglomerado autonómico de Castilla y León es debido, precisamente a una concepción de España basada en la oposición del centro con la periferia, de fuerzas centrífugas y centrípetas.

En base a esa idea general se propicia el marco autonómico que diseña Martín Villa (ministro que tenía como principal misión crear la España de las Autonomías) y el vallisoletano Gregorio Peces Barba.

Recordamos que es precisamente en Valladolid donde en tiempos de Espartero surge la autodenominada Junta de Gobierno de la provincia de Valladolid. Su objetivo era lograr «la unidad castellana». Cuando a Espartero le sucede Joaquín María López los vallisoletanos se opondrán por cuanto esa candidatura había sido avalada por los catalanes.

Esa estrategia de agrupación de las tierras de Castilla y de León en defensa de los intereses vallisoletanos frente a la periferia catalana se repetirá a lo largo de la historia. Podríamos decir que ese artículo viene a reafirmar algo que se ha repetido de forma continuada a lo largo de la historia.

En 1869 se propugnaba desde Valladolid el «Pacto Federal Castellano». En el mismo se promueve establecer un marco territorial de Castilla la Vieja con capital en Valladolid que estaría integrado por once provincias: Ávila, Burgos, León, Logroño, Palencia, Salamanca, Santander, Segovia, Soria, Valladolid y Zamora. También en ello se ve el trasfondo de oposición a Cataluña y la búsqueda de consolidar a Valladolid como una especie de contrapoder.

Ese intento tuvo una respuesta contundente de los republicanos leoneses. Así publican un documento en el que entre otras cosas dicen: «la provincia de León, Título y Cuna del primer Reino de la reconquista por su situación topográfica, por sus producciones, por sus costumbres, no pertenece ni puede considerarse como una parte de Castilla la Vieja: y que cuenta con elementos más que suficientes para constituir por sí un Estado próspero, no debe ni puede ser absorbida por otro, sea cualquiera su nombre y con el que no la unirán seguramente relaciones de ninguna especie».

También en ese mismo texto se reclama el derecho a «no perder el nombre de leoneses ya que con él y no con el de castellanos se han distinguido siempre».

Dice el refrán que «el que siembra vientos, recoge tempestades». Por eso mismo este modelo de una España enfrentada y uniforme, propicia la reacción contraria y favorece los movimientos independentistas. Uno diría que es evidente que la autonomía de Castilla y León no ha favorecido la cohesión y la unidad de España. Los datos son los que son. En 1977 los nacionalismos periféricos reunían en conjunto 24 escaños, hoy sin embargo llegan a 42. Entre otras cosas eso supone mucha mayor fuerza para condicionar el conjunto de las leyes que salen de esas Cortes.

El modelo leonés es muy diferente. No se basa en la contraposición y en lograr una unidad imponiendo un modelo uniforme. Se busca una «unidad en la pluralidad». Desde el reconocimiento de la diversidad se busca fortalecer esa unidad. Por eso mismo marca distancia tanto de los «uniformizadores» vallisoletanos que buscan imponer su modelo a otros territorios como Cataluña. Pero también de todos aquellos que consideran que Cataluña y España son unidades distintas. En ese sentido podríamos decir que vallisoletanos e independentistas catalanes tienen bastantes puntos en común.

Para terminar hay que decir que tampoco cabe hablar como se hace en ese texto «de los catalanes». Los catalanes no son uniformes, son diversos en sus formas de pensar y sentimiento de identidad. Utilizar esa expresión viene a equiparar catalanes con «nacionalistas catalanes». En eso también vemos un discurso que a los nacionalistas catalanes les encantará ( y a mí no).