Desconcierto manifiesto
La inflación está por las nubes y nadie parece tener el mando idóneo para controlarla. Unos dicen que subiendo los sueldos, otros apelan a la subida de los intereses. No falta quien opte por un control rígido de los precios, de manera que piensan en dopar los costes… Entretanto, el consumidor observa que la cesta de la compra se dispara y no sabe a qué atenerse. El volcán está en plena erupción y no se le ve un cese inmediato. ¿Hasta dónde o hasta cuándo?
Metidos en esta vorágine, el Gobierno de turno se evade con otros quehaceres más particulares. Se le ve que su prioridad va por otros caminos: afianzar su poder. Y lo demás parece secundario. Nos entretiene con su política de aprobación de presupuestos para lo que no escatima cesiones poco recomendables. Los partidos están metidos en sus prebendas y lo demás allá ellos. Se juegan mucho a ese nivel de poderío y por nada del mundo están dispuestos a pensar en el ciudadano de a pie, tan indefenso y tan sorprendido. Lo que importa es su conquista. Lo que importa es que no vengan otros a liderar una forma de gobernar.
Y así nos luce el pelo. Desde fuera percibimos que los políticos van a lo suyo, a sus zonas de confort. Viven en otra esfera, donde se reparte el bacalao que no vemos. Todos pensamos que hay cosas de gran calado que necesitan un consenso mayoritario. En temas de Estado tienen que arrimar el hombro la inmensa mayoría. Si no, cada cambio de gobierno hacemos y deshacemos las mismas mentiras. Si tú cambias esto sin que esté implicado un porcentaje importante de gobernantes y oposición, cuando suba la oposición al poder echará abajo ese andamiaje. Y así una y otra vez. Y no aprendemos y no avanzamos. En cuestiones de relevancia no valen los decretos para salir airosos del momento. Es necesario un abordaje casi al unísono. Y eso pasa con Sanidad, Educación, Justicia, Empleo…
Hace mucho que se oye una reforma de la Constitución, aunque sea en pequeñas partituras. Es igual. La Carta Magna debe contener los principios básicos de convivencia. No hace falta demasiada letra, no conviene pormenorizar los pasos que demos. Se supone que somos mayores y sabemos legislar de acuerdo con las circunstancias y el sentido común. Quizás el exceso de leyes o normas nos pueden llevar a un atolladero desconocido. Bastan unos trazos firmes y categóricos para andar el camino de la vida.
No obstante, yo iría un poco más lejos en determinados casos. Sería partidario de dejar fuera de la gobernanza a quienes intentan romper el país. Ellos pueden vivir y convivir aquí, pero no pueden representar a nadie en tanto su mira sea la de deshacer la unidad del país. Lo mismo se puede decir de los grupos terroristas o anárquicos. Todos ellos pueden votar o no, pero no pueden representar a quienes están por la integración y no la separación. Pondría interés, también, en los partidos regionalistas o nacionalistas. No tendrían tanto peso a nivel nacional. No pueden condicionar de manera sobresaliente la composición de un parlamento. Incluso sería partidario de una reducción drástica de las autonomías. Tal vez, cinco o seis serían suficientes. Habría más cohesión y menos dispendio administrativo. No somos tantos como para necesitar 17 autonomías.
En definitiva, pido a los gobernantes un mayor consenso en las decisiones de calado. Les pido un acercamiento a la gente, a los votantes. Es hora de delimitar los chiringuitos o eliminarlos. Hay que bajar los abultados números de políticos, empezando por los altos cargos —ministros, directores generales, asesores, etc.— Al fin y al cabo las cosas salen gracias al funcionariado más bajo y no merced a la inauguración del jefe. Pido utópicamente un paso ligero por la política. Cómo es posible que haya personas que se vanaglorien de que llevan 30 años viviendo en posiciones de altura. No lo concibo. Hay que ir del trabajo a la política y de la política al trabajo en un juego natural y necesario. Para bien ser deberían pasar por los ministerios el mayor número de personas cualificadas. Y no pasaría nada.
En ningún caso, debe cundir la alarma. Europa —eso creo— está sobre aviso y no permitirá que se cometan irregularidades rayanas con la dictadura. Eso son sospechas de gente contestataria y alejada de la realidad. Podrá haber lasitud, pero hasta ahí. Convendría hacer otras propuestas convincentes y no llorar por las cunetas. Así tampoco progresamos. Con contenidos coherentes y razonados se puede hacer réplica constructiva en aras de un mejor gobierno.
Y como colofón pediría reiteradamente que se esfuercen en proporcionar mejores vías de acceso al trabajo. El único empeño que merece la pena de verdad es crear un acceso al trabajo al mayor número de gente. Es el único puente que merece la pena construir para un futuro próspero. Lo demás, no deja de ser peccata minuta. Que se note que van todos a una. Que se transparente en el Congreso que miran el mismo atardecer. Que se note que el centro lo ocupa el ciudadano.