Ofendiditos de derechas
Antiguamente nos decían que no hay que juzgar la Historia sino comprenderla. Ahora se estila todo lo contrario. Todo el mundo se erige en alto tribunal para decretar condenas a los que, casualmente, no pertenecen a su trinchera ideológica. Lo acabamos de ver hace poco con la polémica en torno al sello que conmemora el centenario del Partido Comunista de España, que ha dado pie a la derecha para poner el grito en cielo. Se estaría celebrando, supuestamente, una ideología totalitaria y criminal. Un juez ha tomado en consideración la denuncia de Abogados Cristianos, la entidad ultraconservadora, con vistas a paralizar la emisión. De esta forma, los tribunales se inmiscuyen en lo que debería ser el libre debate de ideas.
Esta controversia se puede interpretar de muchas maneras. Supone, entre otras cosas, un triunfo más de la denominada «cultura de la cancelación». A la derecha le encanta burlarse de los «ofendiditos» de izquierdas, a veces con razón, a la vista de las tonterías que han llegado a decirse. Ahora, en cambio, son los conservadores los que se escandalizan. ¿A quién no le encanta, a fin de cuentas, sentirse justo? La historia del PCE, ciertamente, no es toda blanca. En la guerra civil, el partido estuvo involucrado en hechos vergonzosos como el asesinato de Andreu Nin. Pero… ¿Quién tiene un pasado inmaculado? Con ejemplos se demuestra lo que se quiere.
Hay que mirar el conjunto y tener en cuenta todos los hechos, no solo los que nos interesan. Encontramos así que los comunistas impulsaron antes que nadie, en los años cincuenta, la política de reconciliación nacional. También comprobamos que su moderación contribuyó a la estabilidad de España en un periodo tan difícil como la transición democrática.
Encontramos así que los comunistas impulsaron antes que nadie, en los años cincuenta, la política de reconciliación nacional
La democracia no hubiera sido posible si un perseguidor y un perseguido, Manuel Fraga y Santiago Carrillo, no hubieran dejado atrás las antiguas discordias.
Imaginen, por un momento, que se levantara un monumento a Gutiérrez Mellado. ¿Regatearíamos ese honor al héroe del 23-F porque en la guerra civil fuera un quintacolumnista al servicio de los sublevados? ¿Y qué haríamos entonces con el Padre Llanos, que antes de unirse al PCE fue confesor de Franco? ¿Diremos que los aliados no fueron los «buenos» en la Segunda Guerra Mundial porque bombardearon Dresde? Todo el mundo tiene un pasado. Lo que no es justo es seleccionar un hecho oscuro y presentarlo como si no existiera posibilidad de redención. Si empezamos así, nadie se salvaría porque los seres de carne y hueso no somos ángeles.
Hay una trampa conceptual. El sello conmemora al PCE, no al comunismo en general. El partido español no puede ser responsable de los crímenes de Stalin o de Mao, por más que no siempre acertara a condenarlos. ¿Verdad que no denunciaríamos un sello sobre Ignacio de Loyola porque era católico y el catolicismo de la época defendía la Inquisición? Si nos ponemos finos, la Iglesia tiene, también, una historia criminal. Pero, aquí también, no es ese su único pasado. Con el PCE sucede lo mismo: como en todo lo que es humano, las luces se mezclan con las sombras. ¿Vamos a proponer la demolición del Arco del Triunfo de París porque Napoleón hizo fusilar, sin pruebas, al duque de Enghien? Sería una revolución asombrosa que nos atreviéramos a aplicar la misma vara de medir para todo el mundo, incluyendo, sí, también a los nuestros. Para ser coherentes, los mismos que se oponen al homenaje a los comunistas deberían criticar, pongamos, que exista en Soria una calle dedicada a Manuel Fraga, un ministro de Franco cómplice de la represión.
Además, si es verdad que Correos blanquea un pasado cuestionable, ¿qué es lo que hizo Fraga cuando se reunió, en términos cordiales, con Fidel Castro? Que disfrute el sello quien lo desee. Unos enarbolan el hipercriticismo, otros la leyenda rosa. En el camino se pierden los matices que contribuyen a proporcionarnos una visión desde la complejidad, en tres dimensiones. La cultura de la cancelación no nos hace más libres sino que empobrece nuestra cultura. Todos deberíamos tomar nota. Si un día prohibimos lo ajeno, puede que un día sea lo nuestro lo que acabe prohibido.