De los ramos en la provincia de León al ramo leonés de Navidad
Hace unos días tuve la ocasión de visualizar el documental Historias del ramo leonés lo cual me ha valido para recuperar mi afición estacional a reflexionar sobre la religiosidad popular navideña. Hay que agradecer a los autores el cariño en el tratamiento del tema y que actualicen planteamientos que contribuyen al estudio, exaltación y apreciación de lo nuestro. Sin embargo me voy a permitir añadir mi pequeño grano de arena desde una perspectiva estrictamente antropológica.
El ramo es una composición literaria cantada y recitada que el pueblo entero, un grupo de edad, o una familia dedicaba a una devoción especialmente venerada en la localidad. Existen ramos que podríamos llamar profanos que se cantaban en honor al neomisacatano cuando volvía al pueblo después de ser ordenado sacerdote, o a alguna autoridad religiosa o civil que visitase la localidad. En los religiosos la base es (era) la ofrenda de cera, roscas, rosquillas, frutas y otros productos comestibles que se subastaban empleando el dinero obtenido en el culto a la imagen. Las velas ardían en el altar ofrecido. Las rosquillas de los ramos profanos eran la base del refresco, comensalismo con el que el pueblo agasajaba a los asistentes. En el caso de las ofrendas colectivas las cantoras se encargaban de hacer una cuestación pública por las casas de los vecinos.
Como soporte para las ofrendas se utilizaba la rama de un árbol, si era en invierno, de hoja perenne, y siempre, de las especies más significativas para el pueblo. Pero lo más frecuente era servirse de artefactos de madera de diversas formas, más o menos adornados según la pericia e imaginación del autor, el carpintero de la localidad. Los armazones se engalanaban con cintas de la indumentaria femenina, y algunas veces con mantones bordados procedentes de las arcas de las familias pudientes (no todas las vecinas tenían estos mantones) por lo que creo que es demasiado aventurado relacionar los bordados de los mantones con un discurso dendrolátrico o alusivo a la veneración arbórea.
El ramo, como ya he escrito en otras ocasiones, es un ejemplo excepcional de lo que podríamos llamar paraliturgia popular femenina. Un capítulo que debe estudiarse aún, porque no es habitual que en un contexto en el que la mujer estaba aún más apartada de lo sagrado, que ahora, consiguiese, aunque fugazmente y en contextos especiales, ocupar en el templo lugares de los que había sido expulsada en el s. IV. Las protagonistas lo cantaban alternando en dos coros. Hay constancia de ramos cantados solo por mozas, solo por casadas, solo por viudas, y por niñas. En otras ocasiones cada coro lo componían mujeres de dos estados diferentes. Que lo cantase un colectivo u otro dependía de la tragedia que motivaba la ofrenda. He aquí otra línea de investigación antropológica virgen. El sacerdote tenía la misión de estar presente, de sancionar el acto con su asistencia, porque, aunque no se le consideraba el dueño del templo era reconocido como cabeza del mismo. Su papel se reducía a conceder el permiso de entrada para cantar y, al final, aunque no siempre, impartir la bendición a los asistentes.
El ramo como religiosidad popular está extendido prácticamente por toda España y Portugal. También encontramos ritos parecidos, al menos que yo conozca, en Sicilia, Calabria, y Cerdeña. En España ha llegado hasta nosotros con más intensidad en Cantabria, Asturias, Galicia, Región Leonesa, Extremadura, Las dos Castillas y Murcia.
Cuando hablamos de «Ramo Leonés» nos referimos a las variantes que se documentan en la provincia, aunque sus peculiaridades son similares al resto de la Región Leonesa, Portugal, Galicia, Asturias y Cantabria. Por lo que se refiere a las provincias de Valladolid y Palencia, antes de abordar su estudio es conveniente no perder de vista que muchos de sus pueblos pertenecieron a la Diócesis de León.
Pretender que el «árbol leonés» es una tradición celta, prerromana, etc. creo que es un intento de dignificarla desde una perspectiva romántica, que no sé si es del todo demostrable. En mi juventud, precisamente buscando un origen noble a la tradición, intenté estudiar lo que yo entendía por «dendrolatría leonesa». No quiero entrar en detalles. Simplemente diré que desde una perspectiva racionalista no llegué a ninguna conclusión. Ni siquiera se puede establecer la relación de los ramos de ofrendas con los árboles esquemáticos de las lápidas Vadinienses. Creo que si queremos estudiar nuestra riqueza cultural y aumentarla debemos fundamentarla en argumentos serios y demostrables. La teoría de que todo proviene de unos arcaicos espíritus de la vegetación, se debe a Frazer y al éxito de su libro La rama dorada. Pero ya hace tiempo que sus conclusiones no se toman en consideración, porque son muy sugerentes, pero sin base científica, ya que al final es un totum revolutum de datos recopilados en cualquier parte del mundo, pero sin ningún esquema racional. Sin embargo, D. Julio Caro Baroja, investigador serio y concienzudo ya nos advirtió sobre la teoría de las «supervivencias», avisando de que no podemos hablar de pervivencias a menos que lo podamos demostrar en cada contenido. Lo que creo que, en nuestro caso, nadie lo ha logrado hasta ahora.
Antes de pasar adelante quiero recalcar que el ramo se compone de dos elementos bien definidos, pero complementarios: el texto literario y musical, y el soporte de las ofrendas. Perdida la esencia de la ritualidad tradicional hoy ha quedado reducido a una materialidad que no refleja los grandes y profundos valores que debería tener.
Los ramos religiosos son variados y con frecuencia diferentes. Pueden estar dedicados al patrón o patrona de la iglesia, (en ellos se cuenta su vida y milagros) de petición de favores (en caso de desgracias para la población o para la familia oferente), de acción de gracias etc... Pero hay unos que siguen unas pautas comunes, y con frecuencia hasta tienen textos similares. Son los ramos de Navidad. Se entonaban alrededor de la Misa del Gallo, y día de Navidad, aunque en ocasiones llegaron a cantarse hasta el Día del Año.
No tienen nada que ver con el solsticio de invierno, ni con las saturnales, ni con los celtas, ni con todos esos tópicos y lugares comunes con los que nos están confundiendo hoy día. Los ramos de Navidad, que encontré en toda la provincia se cantaban unas veces como sustitutos de la Cordera o Pastorada, y otras como complemento a las mismas. Cuando hice trabajo de campo sobre el tema (1978-1982) ya no se cantaban, aunque poco después comenzaron a recuperarse. Algunos, más como añoranza de tradiciones antiguas que como acto de paraliturgia popular.
Sin embargo, pocos años después comenzó a gestarse lo que hoy día entendemos por ‘el Ramo leonés de Navidad’. Como todo lo popular, tiene un origen, —nada viene de la noche de los tiempos— y unos responsables. Lo popular no es lo que inventa el pueblo porque el pueblo no inventa nada, lo mismo que el pueblo no gobierna, el pueblo hace suyo aquello que cree le representa. La imprentora fue doña Concha Casado Lobato, y el punto de partida un Seminario sobre Cultura Tradicional Leonesa dirigido por ella y destinado al profesorado, con la colaboración de Carmen Fernández Marcos, Carmen Urdiales y otras compañeras del Centro de Profesores de León (CEP).
El primero lo cantaron el año 1991 en dicho Centro. A ellas se unió Senén Bernardo desde su puesto en la Concejalía de Medio Ambiente. No quiero aburrir al lector con más detalles, pero aconsejaría que alguien hiciese una relación detallada de esta etapa. Ayudaría bastante a la hora de escribir la historia de la cultura tradicional leonesa. Ellos, junto con la impagable colaboración de Ana Gaitero del Diario de León, fueron los responsables de la consolidación de la tradición en las veladas de la plaza de San Marcelo donde, desde 2003, niños de colegios leoneses, coros de la provincia y grupos de música tradicional cantaron estas composiciones.
La nueva fiesta tuvo desde el primer momento su pregonero, y al acabar el espectáculo, los participantes eran agasajados con chocolate, mistela y pastas, como en los antiguos comensalismos. Así se configuró el trasvase de una tradición rural a la urbe. Paralelamente se hicieron exposiciones mostrando la gran riqueza formal de los soportes en la provincia. La aparición de ramos en escaparates, algunas calles peatonales y, sobre todo, en los grandes almacenes, acabó de consolidar la tradición. Y lo que había sido una costumbre rural, se resemantizó en la ciudad desde donde volvió al pueblo, a los pueblos. Hoy se puede ver en toda la provincia, y fuera de ella entre leoneses de la diáspora como seña de identidad.
La forma triangular que corona el soporte que se tomó como prototipo, se debe a que es el dibujo que ilustra el artículo de doña Concha Casado publicado en la Revista de la Casa de León en Madrid, realizado por Pedro Trapiello. Él fue también responsable de la colocación del primer ramo, obviamente triangular como la mayoría de la zona oriental, en la exposición realizada sobre indumentaria tradicional leonesa en el Edificio Pallarés en 1987. El armazón se rescataría de los almacenes de la Diputación para las primeras puestas en escena del CEP. Aunque es fácil asimilar la forma triangular al árbol, o al menos a nosotros nos resulta fácil, sin embargo a mi juicio procede de la copia que se hace del tenebrario que sustentaba las velas para cantar las tinieblas en Semana Santa. Y pensar que los famosos ramos de rosquillas de Laguna de Negrillos de tres triángulos superpuestos disminuyendo en línea ascendente tiene su origen en un árbol, es cuando menos sospechoso. Ahora lo asimilamos con el esquema de un abeto, pero no se tienen noticias de que este árbol haya servido nunca como ramo navideño. Es una interpretación que se hace por asociación al clásico árbol de Navidad.
Tampoco se puede relacionar el número de velas (las que tenía en origen) con ningún significado, o al menos los antiguos oferentes no lo relacionaban, porque en el mismo pueblo variaba el número en cada ofrenda. Si ahora se habla de doce velas por los doce meses del año, de siete por influencia bíblica etc, eso son construcciones mentales de la cultura, que dentro de poco calarán en el pueblo y los informantes lo repetirán. Digo esto porque creo que es importante conocer los mecanismos de resemantización de nuestra cultura tradicional.
El ramo leonés de Navidad lo es porque los leoneses lo hemos recibido y promovido con ilusión, porque nos sentimos representados en él. Porque es nuestra seña de identidad en la Navidad. Y nos representa como pueblo, lo cual no quiere decir que sea excluyente con otros símbolos, como el nacimiento, que también tienen un origen, no es de siempre —no se documenta hasta el siglo XIII— y por supuesto con el árbol de navidad, al cual está suplantando para disgusto de unos y alegría de otros. El que seamos capaces de documentar su origen porque lo hemos visto nacer, y algunos han sido protagonistas y otros hemos sido testigos excepcionales, no es ningún demérito. Es la constatación de la evolución de un tipo de patrimonio que estaba difuso en la provincia que se ha concretado en un artefacto de madera con multitud de interpretaciones, unas recogidas por tradición oral, y otras que se construyen y difunden ahora completando la gran corriente de lo que se denomina la «invención de la tradición».
El Ramo Leonés de Navidad está vivo y es de agradecer que evolucione, pero no de cualquier manera y a cualquier precio, debe hacerlo dentro de lo que los leoneses concebimos como la tradición. Son muchas las personas, cada vez más, las que se interesan por su desarrollo, unos desde la perspectiva artesanal, otros en la recuperación de los cánticos y estrofas, algunos con publicaciones necesarias para su comprensión total. Sin embargo a mi juicio tenemos pendiente buenos trabajos de archivo para poder documentar la costumbre. Desde el siglo XVIII abundan las noticias sobre los ramos, sobre las ofrendas y el destino de las mismas. que son básicas para su conocimiento. La perspectiva religiosa, la musical, y la literaria, son tres facetas que apenas han sido desbrozadas.
El Ramo leonés es tan importante que se merece un esfuerzo por parte de las instituciones provinciales para dotar a esta obra del suficiente aparato científico, de manera que nadie pueda discutir su valor como patrimonio cultural inmaterial.