Importante o notorio
Cuando éramos chavales en todas las escuelas de toda España (en todas las escuelas se enseñaba lo mismo, aunque parezca mentira) se nos hablaba de Magallanes y de Elcano. También de Pizarro y Hernán Cortés. Por supuesto de Velázquez, Lope de Vega y también de Ramón y Cajal, Juan Ramón Jiménez, Severo Ochoa… Gente importante, sus gestas y sus obras.
Eran los años 60 y 70 de un país, el nuestro, «en vías de desarrollo» y se nos contaba que tuvimos un pasado de esplendor en el que se conquistaron y colonizaron tierras cuando otros, posteriormente, solo conquistaban. No hace falta extenderse en la magnitud del concepto de «colonizar» pero, para entendernos, no fuimos solamente a llevarnos todo lo que pudimos, incorporarlo a nuestra metrópoli y cuando no hubiera otro remedio conceder la independencia. Se hizo más, mucho más, pese a quien pese. Incluyendo dejar estructuras de gobierno que podrían funcionar hasta hoy con menos corruptelas.
Los «otros» solo se marcharon una vez dejaron los recursos bien esquilmados y, en algún caso, dejando los países desorientados prestos a enfrentarse en guerras civiles de tipo tribal. Irónicamente, esa capacidad para «coger y no dar» todavía hoy explica la prosperidad de esos países respecto a cualquier otro.
También explica la incapacidad que tienen en sus sociedades prósperas «muy justas» y llenas de derechos —que expían culpas y remordimientos por brutalidades pasadas— el que ahora no sepan cómo manejarse bien en un mundo competitivo en donde, como decía Hobbes, «el hombre es un lobo para el hombre».
En cualquier caso, los mejores y los peores lo eran con currículo, es decir, hechos concretos. Por tanto se podía hablar de lo importante y de los importantes. Había descubrimientos, obras literarias o arquitectónicas que perduraron, megalomanías de todo tipo, etc. Pero en el lado bueno de las cosas se podía hablar de esfuerzos y hasta de quimeras como eran echarse a la mar océana con un pedazo de tela a modo de mapa y a ver hasta donde llegaban, qué se encontraban y luego ya verían como volver si encontraban el camino.
Así fue la expedición que conmemoramos recientemente a cargo de Magallanes y Elcano. 239 hombres salieron. Solo volvieron 18. Otros 12 llegaron más tarde ya que quedaron presos en Cabo Verde.
Con el coraje de traer en la bodega tres años más tarde las especias que fueron a buscar. Aquellos tipos eran simplemente personas que llegaron a su límite (y más allá) y, por tanto, ejemplo a seguir. Se leían sus biografías (más o menos aumentadas las gestas y más o menos disminuidas sus miserias). Hasta se regalaban sus biografías en los cumpleaños.
Me temo que ahora vivimos, simplemente, en tiempos de notoriedad. La vida en esta parte del mundo, con excepciones, es simplona y predecible. Hasta superficial. Para llegar a contar gestas tienen que ser inventadas, son personajes de comic, se hacen videos con alguna picardía o se salta desde un helicóptero con un flotador, pero poco más; las hazañas están en los videojuegos o en algún record Guinness algo absurdo. Duran un tiempo, breve casi siempre por falta de enjundia, desaparecen y no queda nada que recordar (…«fuese y no hubo nada»).
No sé si va a ser necesaria una explicación de esas de Epi y Blas o de Barrio Sésamo sobre la diferencia entre lo notario y lo importante, porque, coincidirán conmigo, andan algo confundidas últimamente y la notoriedad fugaz nada tiene que ver con lo verdaderamente importante. A efectos de educación de nuestra gente joven creo que habría que tener muy clara la diferencia.
Y aquí la gran pregunta: ¿la gran serie de TV que se prepara sobre un primer ministro español incidirá solo en lo notorio o habrá algo importante?