Diario de León
Publicado por
Luis-Ángel Alonso-Saravia. Licenciado en psicología
León

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«El hombre no está construido para dudar, sino para creer. Todo el mundo cree, salvo dos o tres tezanistas y algún marciano, que el PP ganará las próximas elecciones generales, siempre y cuando la liturgia de las urnas no se vea alterada por circunstancias antidemocráticas» (J.A. Vara).

Pasado. Por pasado nos referimos al de nuestros abuelos y padres. Al de nuestros abuelos que se enfrentaron en una guerra (in)civil movidos por los más bajos instintos como el odio y la destrucción del contrario —no adversario, sino el enemigo a aniquilar—, aunque no todos se comportaron con la sinrazón propia de unos fanatizados y radicales. Es sabido, al menos en los pequeñas municipios donde sus vecinos bien se conocen, que así como hubo abuelos que delataban a quienes profesaban ideas, principios y valores políticos y religiosos distintos a los suyos, también los hubo, en ambos bandos, quienes trataron de impedir detenciones y tamañas atrocidades avisando a sus convecinos para que huyeran o se escondieran para poner a salvo sus vidas. No todos, pues, eran iguales ni se comportaron de la misma manera. Hoy, si levantaran la cabeza, muchos de ellos reprobarían a Pedro Sánchez y su banda de golpistas populistas, comunistas, separatistas y filoterroristas.

Nuestros padres también tuvieron su pasado. Un pasado penoso y nada fácil. Un pasado al que quisieron y supieron enfrentarse, no para destruir, sino para construir una España en ruinas producto de la herencia dejada por sus propios padres. Una España a la que con silencio, sufrimiento y mucho esfuerzo dedicaron los mejores años de sus vidas para que sus hijos y nietos —nosotros y nuestros hijos— disfrutáramos de una vida mucho mejor que la que ellos vivieron. Nuestros padres no se merecen que su mejor legado —el de una España socialmente unida, económicamente desarrollada, culturalmente formada y políticamente democratizada— sea despreciado e ignorado. Desde la Transición del 78, obra maestra dejada por nuestros padres, hasta que Pedro Sánchez ocupó La Moncloa, han sido años de respeto, progreso, bienestar, amistad y libertad.

Presente. Por presente nos referimos al tiempo actual —el que estamos viviendo— y a todos nosotros —los hijos de los niños de la posguerra y nietos de aquellos abuelos enfrentados en una guerra fratricida e irracional—. Un presente gobernado por un radical y sectario de nombre Pedro Sánchez, dedicado a dividir a los españoles y a destruir el llamado ‘espíritu de la Transición’ que «consistía en la voluntad casi unánime de llegar a acuerdos en los asuntos de gran trascendencia para la nación; en construir, no en asolar todo lo que había hecho el gobierno anterior…, todo ese espíritu civilizado que sustentaba la estructura de la nación… se está yendo a hacer puñetas. Cuando la conservación del poder se convierte no ya en el bien más importante sino casi en el único, en la razón de todo; cuando el gobierno cambia o deroga o diluye hasta extremos casi homeopáticos leyes esenciales, todo para comprar el apoyo de aquellos cuya intención es destruir la nación común, estamos, sencillamente, perdidos» (L. Algorri).

La demolición del sistema democrático español la inició Zapatero con el Pacto del Tinell. Ahora, Pedro Sánchez lo está terminando de desmontar rompiendo todas las reglas, incluso las no escritas. Con Pedro Sánchez, la democracia ha degenerado en una dictadura de una coalición de minorías juntándose lo peor de cada casa. «La consigna es clara: el constitucionalismo es de derechas y, por tanto, debe ser desmontado… Dicho en plata, las salvaguardas constitucionales sobran. No puede haber más regla que los deseos de la mayoría… Todo vale con tal de no parecer de derechas» (J. Benegas). Con Sánchez, los golpistas, sediciosos, malversadores, terroristas y delincuentes sexuales son agraciados con indultos, eliminación de delitos, rebajas de penas, excarcelaciones y recibimientos festivos para mayor desprecio de sus víctimas. Con Sánchez, se premia a plagiadores, familiares y amigos con ministerios y cargos en instituciones, organismos y empresas públicas, con direcciones de cátedras universitarias sin titulación homologada y con plazas de profesor creadas ad hoc. Con Sánchez, en vez de avanzar hacia el futuro retrocedemos a un pasado de infausto recuerdo, a una república sin luces y criminal, al golpismo de 1934 y al guerracivilismo de 1936. Y con Sánchez, ministros mal llamados independientes —sin carnet, pero miembros de la tribu sanchista— han perdido prestigio profesional, ganado en soberbia y caidos en la mediocridad, ineficacia e incompetencia.

Y futuro. Por futuro nos referimos al devenir de nuestros hijos y nietos. El futuro estará en sus manos, en las de los jóvenes, pero en estos momentos se encuentra en las nuestras, en quienes próximamente iremos a las urnas a depositar el voto. «En España, la juventud cada vez tiene más claro que el Estado ‘es incapaz de garantizar un provenir digno y estable’, que van a ser ‘la primera generación que viva peor que sus padres’ y que toda la ilusión que se puso en el 15-M se ha ido por el sumidero de un casoplón en Galapagar» (A. Pérez Giménez). «Todos los problemas que padecemos y hasta los que se anuncian como difícilmente evitables, palidecen ante el riesgo de que, por no saberla defender a tiempo, España pudiera desaparecer como Nación por los sumideros de la Historia» (R. Rodríguez Arribas).

«Todo el mal está hecho, casi todo está dicho y urge pasar página… y empezar a pensar en el futuro inmediato, en este 2023 clave para el destino de un país al que una banda criminal ha conducido hasta la frontera misma de una humillante ruptura» (J. Cacho).

¿De quién depende Sánchez? Pues eso. ¡Que te vote Txapote! Con Sánchez y Txapote no hay futuro, ni quien les vote.

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