Diario de León
Publicado por
Julio Ferreras, educador
León

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La creatividad humana es una de las características que mejor define a los seres humanos, porque todos somos partícipes, en esencia, del Gran Creador del Universo. Siempre estamos creando, en un sentido o en otro, según las energías y la corriente vital que fluyen a través de nosotros. Como seres mentales que somos, siempre están presentes en nosotros el pensamiento y la imaginación, energías mentales en las que se basa la creatividad humana. Pero no hay que olvidar el enorme poder de la mente humana, un poder que el ser humano puede utilizar para el bien o para el mal.

Hay un dicho antiguo que reza: «Desde que el hombre fue dotado de mente, lo mismo puede ser un demonio que un ángel». Lo que significa, evidentemente, que lo mismo podemos utilizar esa mente en un sentido u otro. Podemos comprobar la veracidad de este dicho demasiado a menudo, en nuestro mundo, donde esa energía creadora de la mente humana se utiliza tantas veces de forma egocéntrica y totalitaria, sin aprender a discernir entre lo verdadero y lo falso, lo conveniente y lo perjudicial, lo esencial y lo secundario.

El ser humano está siempre creando su propia realidad, consciente o inconscientemente, de forma que todo cuanto ocurre en nuestra vida es solo fruto de las energías que movemos a nuestro alrededor, a través de nuestros propios pensamientos. Es una consecuencia del principio o ley de causa y efecto, que recuerda el dicho «Dime lo que piensas y te diré quién eres». De ahí la importancia de ser conscientes de nuestros pensamientos. El filósofo y psicólogo William James decía: «Si cambias tu forma de pensar puedes cambiar tu vida».

En efecto, un cambio que esta humanidad ha de llevar a cabo, si desea vivir en paz y concordia entre los pueblos, es el de asumir que este mundo en que vivimos, con una presencia evidente del mal, lo ha creado el propio ser humano, no lo hemos heredado ni nadie ha venido a imponerlo desde el exterior. Por tanto, el primer paso a dar es cuidar nuestros pensamientos, saber lo que uno piensa, porque el pensamiento es —en sí mismo— creador. Si los seres humanos, a partir de un momento determinado, cambiáramos nuestros pensamientos ambiciosos, egocéntricos e insolidarios, por pensamientos altruistas y solidarios, nuestro mundo daría un cambio inimaginable.

Y ello debido a que la creatividad puede tener dos direcciones: una constructiva y otra destructiva, porque el ser humano —no lo olvidemos— es dual por naturaleza, es espíritu y materia, alma y cuerpo, y vive atrapado entre esas dos fuerzas opuestas (o mejor, complementarias), hasta que aprende a saber utilizarlas. Por eso, puede dirigirse en uno u otro sentido, hacia el bien o hacia el mal; es decir, puede hacer uso de una creatividad constructiva que le lleva hacia la belleza, el bien y la verdad, hacia la luz, o de una creatividad destructiva que le lleva al enfrentamiento y las guerras, que le envuelve en las tinieblas y la oscuridad.

Pero no hay que olvidar que de esto se han encargado los poderes instituidos (políticos, religiosos y culturales), impidiendo al ser humano realizarse hacia una creatividad constructiva, autónoma, independiente, y así poder controlarlo mejor, hacer de él una marioneta, no un ser creador. Y esto comienza en la familia, continúa en la escuela y se extiende en la edad adulta, siempre con el mismo fin: impedir que el ser humano se realice como tal ser creador e independiente. De esta forma, podemos observar que la mayoría de los seres humanos obedecen, casi siempre, a las normas establecidas (sean justas o injustas) por los poderes, no a sus propias decisiones y reflexiones. Lo recordaba el escritor Henry Miller, cuando conoció al maestro espiritual hindú Krishnamurti, al quedarse impresionado porque era uno de esos hombres cuyo único papel que se permitía representar era el de «ser uno mismo como ser humano».

A lo largo del siglo XX y los comienzos de este siglo, se ha hablado mucho de la importancia de la creatividad humana. Uno de los mayores expertos en desarrollo de la creatividad, en la actualidad, es Ken Robinson. Y es también uno de los educadores más destacados, por eso afirma que ha pasado la mayor parte de su vida en torno a la educación. Del sistema educativo de la mayoría de los países, critica estos tres hechos: la obsesión por ciertas habilidades (las que conforman el CI, el coeficiente intelectual), la jerarquía de las materias (matemáticas, ciencias y lenguas, en lo más alto; las humanidades, en el medio, y el arte, en la parte inferior), y la creciente dependencia de determinados tipos de evaluación, que someten a los niños a una presión enorme. Y añade Robinson que, en este sistema educativo, no puede desarrollarse la creatividad y apenas ocupa lugar la educación artística. «Y luego nos preguntamos por qué nuestros hijos parecen poco imaginativos y faltos de inspiración», dice Robinson. Recuerda también que la vida humana no es lineal, sino dinámica y cíclica.

A los interesados por estos temas, es aconsejable que lean sus libros El Elemento (Descubrir tu pasión lo cambia todo), y también Escuelas creativas (La revolución que está transformando la educación), así como algunos de sus vídeos, por ejemplo Las Escuelas matan la creatividad. Igualmente sería conveniente saber lo que piensan, sobre la importancia de la creatividad, dos grandes científicos, David Bohm y David Peat, en Ciencia, orden y creatividad (Las raíces creativas de la ciencia y la vida), libro en cuya contraportada se lee: «Muestra de qué manera cada uno de nosotros puede convertir su propia vida en una obra de creación, aportando nuevo «sentido» al universo».

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