Diario de León

Sin ser arropamiento, sí comprensión

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Los lectores del Diario de León, en especial aquellos que ponen especial atención en las Tribunas de Opinión, y dentro de éstas los que selectivamente lo hacen en «lo leonés», o imbuidas del meollo histórico/vivencial/cultural nuestro, tal como yo mismo hago, echábamos de menos al que siempre en profundo, parece mostrar cierta dosis de resentimiento, sin duda por ser buen conocedor de nuestro dolor autonómico, y, de paso, a casi todos los políticos que, por acción u omisión, han intervenido en tan fatal ensamblaje autonómico, Y así sale en plan «guadiana» a la palestra, días atrás, con el tema banderas, o más bien su exhibición o manejo, y lo nace en tono intenso, entre mordaz e irónico.

Sí, por supuesto, no voy a dejar sin citar su nombre, mas, será en breve espacio, o de líneas, pues tengo por necesario dejar dicho antes que, al hablar de resentimiento, tal vez mejor debí decir dolorimiento leonés. Mas, no sin un punto de acritud. Aludo a Carlos Santos de la Mota, de quien no me equivoco al decir que atesora un gran conocimiento de la historia escrita de León, y de la modernamente vivida durante la forzada unión leonesa (región completa) a una fracción castellana vieja que han hecho orbitar en torno a Valladolid, políticos proponentes, no leoneses, y políticos leoneses, de nombre, verdaderos corifeos. En ello coincidimos.

Sobre quien estoy aportando mi percepción, de ayer, y en menor medida de hoy, tengo por su mejor intención, el seguimiento de cuanto se ha escrito sobre León y lo autonómico, los políticos que en ello se implicaron o dejaron rodar insulsamente o con dolo, que de todo hubo, camino de ser historia, recogido en los medios, de modo que las hemerotecas, puedan equipararse al embalse donde se sedimentan los procederes, de unos y de otros, siempre opinables por supuesto, y las aguas espejean las conveniencias de aquéllos, y la supuesta media verdad, más bien falsedad de cada cual.

Por supuesto también, o especialmente los hay, de los ciudadanos sufridores de todo y de todos, que han querido manifestar su forma de entender y asumir lo que acontecía, y hacia donde les trataban de empujar los que se manifestaban como próceres en cada momento. Se ha escrito con gran profusión sobre el tema que tanto nos ha incumbido, y ahora anida en aparente quietud, pero dañino e hiriente en el fondo y maneras; es un dogal que, ni aún quitándolo, para lo que se necesitan «martillo y yunque oportunos», seremos capaces de borrar sus secuelas, sin la pertinente «cirugía».

Aunque quisiera, tampoco estoy en disposición de dejar dicho en qué punto está el gran trabajo de recopilación, y el apostillado preciso, nada simple, y mucho menos de sencilla selección y acoplamiento a la verdad de los sucesos, que un buen día se propuso, avanzó con decisión perseverante en el cometido, y hoy me temo, que por incomprensión externa, yace quieto, pero no inerme, pues atesora ¡tanto!, que es cuestión de oportunidad que abandone el arca dorada de lo bien hecho.

Nada que objetar respecto a la relación de las personas leonesas intervinientes en política que cita. Sus nombres son conocidos, sus «fazañas» o sus inhibiciones también, discurrieron por ríos de tinta en clave leonesa secillamente o leonesista a mayor empuje. De ahí que ésta no sea una «opinión» mía más, en este medio, sino la exposición de unos recuerdos que se imbrican en lo leonés conviniendo que, cuando el dolor y la ofensa autonómica van de la mano, podemos hablar abiertamente de resentimiento. Pero no, claro está, «sobre todo lo que se menea».

La interpretación de que cuantas más banderas se coloquen, más estamos diciendo cual es nuestra flojedad, es muy suya, respetable y hasta posible en determinados momentos y lugares. Sí, ciertamente no es cuestión de banderas, ni por grandes ni por bien exhibidas, sino por mejor defendidas desde todos los posicionamientos y acompañadas de acción recuperadora, entonces alcanzan la condición de estandartes que nos identifica. No descubro nada al decir esto, pero suena bien y ahí queda.

Siempre me gustó la frase o titular que colocó en su día ante jugosas reflexiones David Díez Llamas, cuando preconizó: «¡Al balcón la bandera de León!». Aludía de forma especial a los balcones consistoriales, donde además, sus ediles y alcaldes tomando el acuerdo de rechazar la autonomía impuesta, abrían la puerta a reforzar los trámites en busca del autogobierno de los leoneses.

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