La revolución del Papa Francisco
En unos días se cumplirá el décimo aniversario de la llegada del Papa Francisco a Roma. Mirando hacia atrás, después de 10 años de pontificado, se puede decir que el Papa Francisco ha devuelto a la Iglesia Católica su carisma de servicio, que es su poder principal. Lo anunció en la homilía de su Misa inaugural el 17 de marzo de 2013 cuando pidió a la Iglesia que nunca olvide que su verdadero poder es el servicio. Ese mismo mensaje es el que viene repitiendo a lo largo de su pontificado: «Toda verdadera autoridad en la Iglesia es la participación en el mismo poder divino». Este es el sello distintivo de la reforma del Papa, que le ha convertido en un revolucionario un tanto atípico. Toda revolución nace de las bases sociales y suele ir acompañada de violencia, pero la revolución del Papa nace de la cúspide de la pirámide y se basa en el amor y la comprensión. No hace mucho tiempo el Vaticano era conocido por su centralismo y autoritarismo, ahora domina un clima de servicio y libertad. Roma ya no usa denuncias anónimas para corregir a los obispos y es difícil recordar un solo caso en la última década donde un teólogo haya sido juzgado por su heterodoxia.
El artículo 1 de la nueva Constitución Apostólica de la Curia Romana, Praedicate Evangelium, aprobada el 19 de marzo de 2022, deja claro que la Curia «no se coloca entre el Papa y los obispos, sino que está al completo servicio de ambos». La Curia romana ya no actúa para controlar el acceso al Papa. El gobierno papal ahora no es unipersonal y distante sino «colegial», por medio de consultas periódicas. El sínodo de los obispos ya no está dirigido por la Curia para impedir la discusión abierta y censurar los cuestionamientos, sino que se ha convertido en un auténtico mecanismo de discernimiento. Las estructuras y el gobierno de la Iglesia universal ahora reflejan mejor lo que el Papa Francisco llama el «estilo de Dios»: gracia, bondad y cercanía. Es un gran error de los críticos del Papa ver este tipo de autoridad como debilidad o pérdida de poder. Este es el distintivo de la verdadera fuerza de la Iglesia que quiere el Papa, confiar no en el poder, sino en el servicio.
Estos y otros muchos cambios están ocasionando una auténtica revolución, porque señalan no solo una reforma del gobierno sino un cambio de mentalidad: de una confianza en el poder de la ley a una confianza en el poder del Espíritu. El Papa Francisco en Praedicate Evangelium dice con claridad que la reforma es recuperar «la experiencia de comunión misionera vivida por los Apóstoles con el Señor mientras estuvo en la tierra, y, después de Pentecostés, en la primera comunidad de Jerusalén bajo el efecto del Espíritu Santo».
Para permitir que la Iglesia viva cada vez más bajo el efecto del Espíritu, el Papa Francisco convocó en octubre de 2021 el Sínodo global de tres años sobre la Sinodalidad. A medio camino de la sinodalidad se puede afirmar que la experiencia de escucha mutua para muchos participantes está siendo transformadora, despertando en los fieles el deseo de una mayor responsabilidad y participación en la vida y misión de la Iglesia. La desclericalización de la autoridad está haciendo que el ministerio de la Iglesia pueda enraizarse mejor en los laicos. Un ejemplo de este cambio es el Vaticano, donde los laicos, así como las religiosas, están ocupando importantes roles ejecutivos.
Una de las señales de esta revolución en la Iglesia es la resistencia cada vez mayor que suscita entre una pequeña parte de la Jerarquía. La oposición al Papa Francisco a lo largo de su pontificado ha sido más intensa precisamente en su reforma de la autoridad y el gobierno. Pero hay una nueva disposición en la Iglesia, promovida por el Papa, para hacer que los desacuerdos se conviertan en una tensión fructífera, mostrando nuevos caminos de misión. Esta forma de proceder provoca temor e ira en quienes buscan las aparentes seguridades de un pasado idealizado. Pero, como entiende el Papa Francisco, la Iglesia solo puede evangelizar el mundo de hoy usando el «estilo de Dios». La verdadera autoridad de la Iglesia radica en su participación en el poder de Dios, que siempre se expresa en un servicio humilde. Uno de los mayores logros de Francisco y su revolución pacífica es que después de 10 años muchos seamos capaces no solo de entender esto, sino de tratar de ponerlo en práctica.