¿Quién reparte el carné feminista?
Pasa cada año de un tiempo a esta parte con la misma certeza que el sol sale por el este. Cada 8 de marzo, con motivo de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, ya es costumbre ver como algunos políticos enarbolan la bandera del «feminismo», se erigen adalides de los derechos de las mujeres, desempolvan su discurso más radical y aprovechan para señalar a quien no comparte su opinión, su pensamiento o sus políticas en materia de igualdad, como si solo su visión de la igualdad fuera la válida y el resto fuéramos presuntos machistas.
Y lo hacen en las Cortes Generales, en los parlamentos autonómicos, en los plenos municipales, ante los medios de comunicación, en un acto o en las redes sociales, autoproclamándose, unilateralmente, portavoces de todas las mujeres y otorgándose la completa —¡y exclusiva!— legitimidad para dar lecciones sobre «feminismo» e incluso se atreven —siendo algunos de ellos hombres— a decir cómo tiene que pensar, sentir o querer una mujer.
Pues, desde luego, no hablan en mi nombre ni, como mujer, me representan. Estos cargos públicos militan en los mismos partidos políticos —PSOE y Unidas Podemos—que en los últimos meses han sido noticia y no precisamente por sus grandes logros en defensa de la mujer ni de sus derechos, sino por chapuzas legislativas como la conocida ley del «solo sí es sí» que ha permitido más de 700 rebajas de condenas e incluso ya ha excarcelado a más de 70 condenados por delitos sexuales que han visto en la propia Ministra de Igualdad a su mejor aliada. Esta ha sido la mejor prueba –de lamentables consecuencias, pero irrefutable- de que no es lo mismo ir a una manifestación a gritar consignas, o a jalear insultos y ofensa contra el que no piensa igual como hemos visto hacer a la secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez Pam, que gobernar o legislar.
Estos partidos políticos ahora, para tapar sus despropósitos, anuncian una ley de cuotas para obligar a aumentar la presencia de mujeres en puestos de toma de decisión. Sin embargo, una imagen vale más que mil palabras. El pasado 8 de marzo, las cinco principales instituciones de la provincia conmemoraron en un acto conjunto el Día Internacional de la Mujer. La fotografía no dejó indiferente a nadie. Una mujer y cuatro hombres leyendo un manifiesto por la igualdad. Tres de los varones pertenecen al partido político que reivindica que el 50% del poder debe ser femenino, el Partido Socialista. Y la mujer milita en las filas del Partido Popular. Ahí radica la diferencia entre la teoría de raíz populista y la práctica sin necesidad de imposiciones legales.
Y, entonces, ¿quién reparte el carné feminista?
Mientras la Real Academia Española de la Lengua define el feminismo como un movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres, la izquierda le otorga tintes partidistas, llegando incluso a convertir el discurso en una criminalización del hombre, como si tuvieran que pedir perdón por serlo, y con el que, si no estás de acuerdo, te catalogan de machista. Y, tristemente, esta politización interesada ha hecho perder la credibilidad en el feminismo en perjuicio de nosotras mismas.
2018 registró la mayor movilización por la igualdad de las mujeres. Miles de personas, en ciudades de toda España, unieron sus voces en un grito unánime. 2023 se ha quedado muy lejos de registrar tal participación, además de haber quedado marcado por la división – propiciada por los partidos de izquierda- del propio movimiento. ¿Alguien se ha parado a pensar por qué esas mismas mujeres que en 2018 sí salieron a la calle han decidido no hacerlo en este 8 de marzo? ¿Qué ha pasado desde entonces? Ya se lo digo yo… lo que ha pasado es Pedro Sánchez. Lo que ha pasado es Irene Montero y su infame gestión del Ministerio de Igualdad. Lo que ha pasado es que millones de personas se han dado cuenta de quiénes defendemos y trabajamos por la igualdad de oportunidades y quiénes dan prioridad a la confrontación y la división. Eso ha pasado.
Soy feminista porque defiendo la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. No odio a los hombres, al contrario, son parte fundamental de mi vida personal, laboral y social. No quiero ser como un hombre. Quiero, como mujer, ser libre y tener las mismas oportunidades y derechos como persona. Que me valoren por mi capacidad, no por mi género.
Y, por encima de todo, soy mujer, nieta, hermana, orgullosa hija de una mujer trabajadora, incansable, luchadora como ninguna- mi mayor ejemplo y mi mejor espejo-, abogada y concejal.
Nadie me va a imponer cómo tengo que pensar para ser una buena o mala feminista. Nadie me va a decir qué mujer tengo que ser. Nadie me va a imponer nada de eso porque, por encima de todo, está la libertad. Sin libertad no hay nada, tampoco igualdad.