Diario de León

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Miro de reojo los asuntos políticos sin mostrar excesivo apego, por más, lo sé bien, que no exista forma de estar en el mundo sin sufrir sus consecuencias.

Ahora bien, cuarenta años de «política democrática» tal vez sean suficientes, como para reflexionar sobre la marcha de nuestro país, en un momento, en el que todo parece cuestionarse. Son casi los mismos años que duró el régimen de Franco con su marcado estilo autoritario y del que quizá el pueblo español, ni puede, ni sabe modificar de forma convincente. Tal vez sea éste el sino de un pueblo nostálgico con las «caenas» de su historia.

Por eso ahora, en esta «democracia representativa de partidos», son muchos los que se interrogan sobre lo que ha sido nuestro recorrido político, mientras el despertar del «sueño de la Transición» les llena a unos de congoja o de lamento, y a otros, de cierta rebeldía lacerante con el hacer político actual. Lo cual no deja de ser sino una de las múltiples formas de ignorancia o de cinismo humano.

Porque quizá, si se piensa sin tanto fervor político todo este asunto, podamos plantear que la transición no fue más que el pacto de los paladines reformistas de la dictadura a otras formas de consenso igualmente dirigidas, aunque por medios mucho más sutiles, para seguir la premisa de que «todo cambie para que todo siga igual», en un intento de integrar a España en el modelo económico y político europeo.

¿Qué tuvo que ver el pueblo en todo este de pasaje de reflexión tan actual? Viendo los resultados de las primeras elecciones legislativas en las que el semblante de un falangista abanderado se hizo con el triunfo, me parece que bastante poco.

No olvidemos que Franco agonizó lentamente en la cama de un hospital, fruto de la negociación entre bastidores de los advenedizos de turno convertidos en paladines del cambio, mientras el pueblo, que le había vitoreado ciertamente en vida, en demasiadas ocasiones, le rendía en su rutina su último culto y homenaje.

Que el pueblo quiere vivir bien y con las necesidades satisfechas, es algo conocido de siempre, que sirve de acicate a los múltiples defensores de la política popular. Pero que verdaderamente sea ésta un referente que interese al pueblo, es un tema completamente diferente. De ahí que la encrespada polarización política no se refleje del mismo modo en la vida cotidiana de los españoles.

Luego seamos menos creyentes con nuestro oportunismo ideológico. El supuesto apego por la política en España es cosa reciente y promovida por los «partidos democráticos», que se disputan el poder, junto con todos esos medios de comunicación que los sostienen, bajo el amparo de un poder económico siempre oculto. Son todos estos los que anhelan, con su información insistentemente calculada, sus disputas y corrupciones en banda o sus hagiografías aduladoras, que la cosa funcione, haciendo creer que el juego político es tan necesario como los alimentos que satisfacen las necesidades, las casas que cobijan nuestros sueños, la educación que forma el espíritu o la sanidad que vela por la cura de los cuerpos.

Y, sin embargo, después de todos estos años de democracia en los que se ha podido ver de todo: desde crímenes de Estado a caciquismo y corrupciones múltiples, amén de una fábrica de clientelismo político o sindical —que favorecía a los suyos frente a los desempleados o desocupados en masa sin solución alguna—, ahora resulta que en la tribuna parlamentaria, con el patriarca Sr. Tamames a la cabeza, se intenta juzgar a quién muchos consideran el nuevo dictador, o mejor aún, al gobernante de esta vieja España siempre dispuesta a relanzar nuevos amos.

La Transición debe ser entendida como un experimento labrado entre bastidores para conseguir la entrada en Europa, desactivando elementos supuestamente hostiles, fabricando submarinos institucionales, suprimiendo información o facilitando la entrada de todos aquellos personajes que siguieran el guión con ciertas dosis de improvisación. Todos los demás no fuimos más que reos o convidados de piedra, de un proyecto convertido ahora en mito. Y, ya sabemos, que todo mito encubre siempre otro escenario, otra verdad oculta.

Pero lo que sí es cierto, y nadie lo recuerda suficientemente, es que la Transición española se llevó consigo multitud de vidas de jóvenes inmersos en la ilusión de un porvenir que era imposible. Éstos, con su jovial espíritu, pleno de ingenuidad, no deseaban la mascarada de una democracia representativa; tampoco el cambio oportunista de escenario para que todo siguiera igual, sino más bien transformar, de una vez por todas, la vida misma en ese anhelo por las cimas románticas y las cumbres de la utopía.

Y, sin embargo, fueron ellos, con sus alaridos en las calles, sus carreras y gestos de compromiso con una vida que suponían auténtica, los que verdaderamente hablaron de un nuevo horizonte, de otra forma de entender el mundo, que ahora ya se ha olvidado.

Por eso, señores impulsores de la Transición, qué fue de todos esos maoístas de catecismo; trotskistas rebeldes; camaradas de viejo cuño; ácratas sin ideario; libertarios sin causa; anarquistas de la fraternidad; hippies en comuna; poetas de escritura automática; pintores de lo efímero; fotógrafos de la luna oculta; artistas sin escenario; músicos del silencio; vendedores ambulantes de ilusiones; travestis sin público; homo y transexuales que no lo sabían; o mujeres que no existían en su anhelo de querer ser, que también formaron parte de la dichosa Transición.

Muchos desaparecieron de la escena sin demasiado ruido. Algunos, entre la agonía que dictan las drogas o el alcohol; otros, para buscarse la vida de forma más diligente. Pero también fueron muchos los que acabaron olvidados en el anonimato de una vida puramente desperdiciada, perdidos entre la inmensa penumbra del desamparo o de la tristeza más oculta.

Y, sin embargo, en su huida o acomodo como buenamente hicieron, también anunciaron con cierto desdén: ¡Qué siga el juego político! ¡Qué continúe la Fiesta…!

Y claro, sí, con su marcha y renuncia a participar en el escenario teatral político, también dijeron «no» a toda esta mascarada que aún continua. Y así seguimos.

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