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«Y que yo me la llevé al río/ creyendo que era mozuela,/ pero tenía marido». Así empieza el famoso poema de Federico García Lorca que casi todo el mundo conoce, disfruta y aplaude. Sin embargo, creo que no son muchos los que también saben que se lo dedicó a Lydia Cabrera y a su negrita. Lydia, nacida en La Habana en 1899 y fallecida en Miami en 1991, de familia bien, era, desde niña, una gran entusiasta defensora de la cultura afrocubana. En 1936 publicó, en español, Cuentos negros de Cuba , y en 1954 E l monte , obra maestra, famosa; luego, en 1955, publicó su recopilación de Refranes de negros viejos con los que demostraría ser una gran etnóloga muy cercana a los más desfavorecidos. Su buen hacer, su gran filantropía, la llevaron a aceptar el cargo de asesora de la Junta del Instituto Nacional de Cultura bajo la dictadura de Batista. Al triunfar la Revolución vino a Madrid un tiempo y luego se marchó a Miami, y en Miami, en el duro exilio, falleció.

Si analizamos los hermosos versos que encabezan este artículo, y también todos los demás del poema de García Lorca, unos opinadores podrán colegir que son machistas, y otros, con no menor razón, puede que se atrevan a decir que la protagonista, la casada infiel, engañó no sólo al marido, también al pobre Federico que, a pesar de todo, parece que se lo pasó de miedo, tanto que hasta la divinizó en sus versos. Dejémoslo así, pues creo que es lo más correcto, lo mejor, y discutirlo sería una tontería, sobre todo viendo que, hoy en día, por desgracia, en los medios de comunicación de masas se hacen notar demasiado unos malvados sujetos que se empeñan en sacar las cosas de quicio, que quieren deteriorar la convivencia ciudadana y cada día se esfuerzan procurando enfrentar al trabajador con el empresario, al pobre con el rico, al hijo con el padre, a los estudiantes con los profesores, a los viejos con los jóvenes, a la mujer con el hombre. Estos agitadores profesionales, carentes de ética y de escrúpulos morales, están ocasionando mucho daño.

Me parece bien que la gente, sea hombre o mujer, se interese por la vida y obra de Quevedo, de Lope de Vega, de Baroja, de Otto Weininger (filósofo suicidado a los 23 años) y se entere que no tenían un buen concepto de las mujeres. Sin embargo, mejor sería descubrir a los misóginos de estos tiempos actuales que tienen menos disculpa y perdón de Dios que aquellos grandes escritores y filósofos de tiempos pasados.

El machismo y la desigualdad siguen estando, más o menos, en los mismos niveles de injusticia y agresividad que hace veinticinco años, cuando un servidor fue uno de los primeros escritores en denunciar tales desmanes, según consta en los artículos Condición de mujer y ¿Qué pasa con la mujer de Colombo? , publicados en Tribuna de Diario de León el 30-6-1998 y 22-12-1999. Es triste comprobar que hoy, en la España actual, igual que entonces, siguen siendo hombres los que mandan en los sindicatos, en el Ayuntamiento de León, en el Instituto Leonés de Cultura, en la Diputación, que sólo tuvo una mujer en la presidencia, Isabel Carrasco. El Bierzo parece menos machista, pues ha tenido a una mujer, Rita Prada, de presidente del Consejo Comarcal del Bierzo, el Ayuntamiento de Ponferrada a Gloria Fernández Merayo, y el Instituto de Estudios Bercianos a Mar Palacio Bango y ahora a Patricia Pérez Bruzos. Sin embargo, sigo opinando que es bueno tratar con moderación cualquier tema, y mucho más cuando, como en este caso, se habla del siempre difícil, y a veces hasta complicado, asunto de la relación hombre mujer, mujer hombre y su competencia y competitividad. Exagerar, desquiciar las cosas, tomarse a la tremenda las opiniones que no coinciden con la nuestra es lo que buscan los pescadores de ríos revueltos y de aguas turbias: no debemos hacerles el juego.

En este sentido, debo decir que me parece muy mal que cuando alguien habla, sea mujer o sea hombre, se erija en representante y portavoz de la verdad absoluta de la «inmensa mayoría». Parece como si en España sólo fueran mujeres las que están en la izquierda, y las de derechas sobraran y fueran peligrosas.

Yo soy feminista, lo he sido siempre, incluso mucho antes de que tuviera conocimiento de la existencia de este nombre. Y lo soy, entre otras muchas razones ya contadas en mis escritos, por que las mujeres, en general, me han tratado mucho mejor que los hombres y, además, mis grandes amores han sido, y siguen siendo, mi abuela Sofía (la única que conocí), mi madre, mi hermana, mi mujer y mi hija, muy superiores y mejores que yo en casi todo.

Un día, mi abuela, con 80 años, se me quedó mirando fijamente y, sonriendo, muy seriamente me dijo: «Eres bueno, guapo y buen mozo, ten mucho cuidado con las chicas, nunca las perjudiques, pero tampoco te dejes dominar por ellas». En mi vida laboral he tenido algunas jefas, todas (excepto dos que «odiaban a los hombres»), fueron excelentes profesionales que me trataron muy bien.

Ya escribí: «Si cada hombre es un mundo, cada mujer es un universo».

Quitemos «tensión» y digamos, para ser justos, que hay mujeres, tan mujeres como las demás, que les encantaría que Brad Pitt les dijera: «Pisa fuerte, hermosa, que paga el ayuntamiento», y «Una estrella como tú necesita un satélite como yo». Creo que estos piropos incluso gustarían a Margarite Duras, la de Hiroshima mon amour, y también a la feminista Simone de Beauvoir, autora de El segundo sexo, cuya biografía y milagros no me parecen demasiado ejemplares.

De los filósofos Foucault, Jean-Paul Sastre y compañía, que en 1977 firmaron una petición dirigida al parlamento francés pidiéndole la legalización de la pederastia, sólo diré que, por desgracia, demasiadas veces se hacen ricos y famosos algunos genios tan depravados que consiguen multitud de seguidores-imitadores y un lugar destacado en la historia de la infamia. Del Manifiesto de las 343 que hable, si se atreve, la Conferencia Episcopal, y don Prisciliano Cordero del Castillo que está acostumbrado a salir en esta página de Diario de León loando al Papa Paco.

Afortunadamente, no todos los pensadores están majaretas perdidos, por eso me quedo, sin dudarlo siquiera, con el sabio francés Volney (1757-1829), con los españoles Gustavo Bueno, Ferrer Regales, Gabriel Albiac, Quintana de Paz y, sobre todo, con el sacerdote berciano Máximo Álvarez Rodríguez que es mucho más que filósofo. Podría seguir, pero acabo ya y sólo digo: «Yo, al contrario que Joan Báez, deploro al Preso Número Nueve, que no era cabal y sí un machista asesino».

«Con Claudia Cardinale nunca tuve problemas».

El que esté libre de culpas... Con toda Burbialidad.