Secuestro, violación y asesinato de un niño
Todos los crímenes son condenables, sin excepción. Hay algunos, sin embargo, especialmente ignominiosos para los que es necesario rebuscar, por su crueldad, adjetivos de repulsa no habituales.
Uno de esos casos atroces que estoy analizando para los medios estos días, es el de Alex, el niño de nueve años de la localidad de Lardero, en la Rioja, al que el pederasta Francisco Javier Almeida, de 55 años, secuestró engañándole mientras jugaba en un parque infantil, violó en su casa y luego estranguló sin piedad. Ocurrió en la tarde del 28 de octubre de 2021.
Por muchos años de oficio que lleves en la policía o en otros campos de conocimiento en la materia, te hiere el alma un caso así. Para examinarlo con perspectiva necesitas hacer un ejercicio de contención. Ni siquiera la vieja historia de que todo el mundo lleva un lobo dormido dentro, sirve.
Francisco Javier Almeida se encontraba en octubre de 2021 en libertad condicional por la agresión sexual, tortura y asesinato de una mujer en Logroño en 1998. Por este crimen fue condenado a 30 años de reclusión. En enero de 2022 la Audiencia Provincial de Logroño emitió, en cumplimiento de la Ley del sólo sí es sí, una resolución rebajando en dos años la pena por este caso. Una década antes, en 1989, el pederasta ya había cometido otro asalto sexual a una menor por la que le impusieron una condena de 7 años, de los que cumplió escasamente la mitad.
Almeida está siendo juzgado ahora por un jurado popular en la Audiencia Provincial de Logroño. El fiscal y la acusación particular piden prisión permanente revisable por el crimen del niño de Lardero. De nada servirá, aunque le condenen. Repito, no servirá de nada, de absolutamente nada. Almeida no es reinsertable a la sociedad. Ni siquiera para quienes desde su ingenuidad pueril confían en la bondad congénita del ser humano, ante un psicópata depredador, “gen del mal”.
Los reconocimientos forenses practicados a Francisco Javier Almeida demuestran que no presenta patología psiquiátrica alguna ni alteración mental; es plenamente consciente de sus actos. La única explicación para su comportamiento desalmado es el sadismo y la banalidad del mal. Por consiguiente, volverá a violar y matar cuando salga de nuevo de la prisión permanente revisable, porque, no se confundan, la PPR no es una cadena perpetua, se puede alcanzar la libertad al cabo de 25 años, revisable cada dos, e incluso solicitar el tercer grado y permisos de salida con un cierto tiempo de cumplimiento y buena conducta. Sí, ya sé que puede parecer insólito, pero no lo es. Créanme. Está claramente recogido en el artículo 36.1 del Código Penal.
Francisco Javier Almeida no cesará de causar dolor y derramar sangre a lo largo de su vida. Es un depredador nato y de manual. Un psicópata sin empatía, sin remordimientos, insensible, impulsivo, versátil, sin control en su conducta y, por supuesto, con ausencia de culpa por el mal causado. Un lobo sapiens entre un rebaño de ovejas.
El modus operandi de Almeida en los tres ataques que conocemos, y seguro que hay muchos más que no han sido denunciados, tienen prácticamente el mismo patrón conductual. Si recurrimos a la perfilación geográfica criminal del profesor Kim Rossmo, Almeida estaría considerado un “cazador trampero”; es decir, quien busca sus víctimas en los alrededores del lugar en el que vive o en su zona de confort, y se vale de artimañas y engaños para llevarlas a un punto en el que domina la situación. El desenlace, ya lo hemos visto.
La Constitución española obliga a que las penas estén orientadas a la reeducación y la reinserción. De acuerdo, es razonable. Pero díganme, señores de despacho, ¿qué hacemos dentro de unos años cuando, pese a una previsible condena a prisión permanente revisable, Francisco Javier Almeida salga con su pulsión homicida de permiso a la calle o quede definitivamente en libertad?, porque, no les quepa ninguna duda, tarde o temprano lo podrá tener de vecino cualquiera que lea estas líneas. Seguramente, señores de despacho y coche oficial, ustedes no.
La eterna querella entre ley y justicia.